Luego del retorno de la democracia en Chile, la izquierda se empeñó con éxito, en construir un relato sobre su principal figura del siglo XX, así la figura del Ex Presidente Salvador Allende, se posesionó como un demócrata y su gobierno como constitucional, respetuoso de los derechos y de las garantías constitucionales de la época.
por Manuel Gallardo
Cientista Político
Este esfuerzo no era nuevo, ya en los años 70’s y 80’s la internacional socialista y los partidos políticos de izquierda articulados en el exilio, aprovecharon todos y cada uno de los espacios que le brindaron los organismos internacionales y los foros mundiales, para imponer la figura de Salvador Allende como un presidente constitucional, derrocado por las Fuerzas Armadas y la “derecha fascista”. Después de todo el “compañero” Allende se merecía este esfuerzo, él había sido el primer presidente marxista en llegar al poder por la vía democrática en América Latina.
Indudablemente que el contexto que Chile vive a partir de los años noventa con los informes Rettig y Valech y los procesos judiciales en contra de los violadores de los Derechos Humanos, en donde se acreditó judicialmente, sin duda alguna, que agentes de los aparatos de seguridad del régimen dictatorial, habían sido autores de crímenes de lesa humanidad en contra de opositores al régimen de Pinochet, favorecieron que ese relato se impusiera y que la historia se reescribiera.
Por su parte, la derecha chilena, aun cuando en un principio se resistió a aceptar las violaciones a los Derechos Humanos, finalmente la contundencia de las pruebas se impusieron y sus principales dirigentes debieron reconocer que los hechos que tantas veces negaron, eran reales y algunos de sus líderes debieron salir a pedir perdón.
Es en ese momento, con una derecha arrodillada, sin capacidad de reacción, pidiendo perdón por ser cómplices pasivos de los crímenes de la dictadura de Pinochet y sobre golpeada por un Pinochet involucrado en casos de corrupción por enriquecimiento ilícito, a través del caso Riggs y la venta de armas a Croacia, que la izquierda decide instaurar un nuevo relato, esta vez de segundo orden, autoproclamando su superioridad moral frente a una derecha que no tenía la fuerza para contrarrestarla.
Este nuevo relato caló hondo en la sociedad chilena y principalmente en las nuevas generaciones, aquellas que hoy integran, por ejemplo, el Frente Amplio o la nueva camada el partido comunista, aquellas que pertenecen a la generación del precandidato del frente Amplio Alberto Mayol o de las diputadas Claudia Mix, Camila Vallejos o Karol Cariola; una generación de nuevos líderes que aprenden y aprehenden rápido, que se aproximan a cada uno de los temas desde esa arrogante superioridad moral y que pretenden dar cátedra y lección no sólo a la derecha, sino a toda la vieja guardia de la política, de cómo se deben hacer las cosas para que sean correctas y moralmente intachables.
Así, todo parecía marchar muy bien, se había logrado reescribir la historia y los relatos estaban en plena vigencia; en los debates políticos, el análisis del derrocamiento de Allende se asume desde las víctimas de régimen, argumentar las causas es moralmente reprobable, así también si un candidato de derecha presenta una ventaja en las encuestas electorales, rápidamente se le golpea, ligándolo a las violaciones de los Derechos Humanos o al menos con su actitud pasiva frente a la dictadura. En fin, cada vez que hay que golpear a la derecha se recurre a los Derechos Humanos y cada año, en la conmemoración del 11 de septiembre, se les recuerda a los chilenos la actitud permisiva de la derecha durante el gobierno de Pinochet.
Sin embargo, lo que la izquierda de los Mayol, Jadue, Mix, Gutiérrez, Hertz, Jiles y tantos otros no han sopesado, es hasta dónde el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela puede comprometer los relatos de izquierda en Chile. La crisis institucional, política, económica y social que vive Venezuela también ha calado hondo en nuestra sociedad, los más de 300.000 venezolanos que hoy residen en nuestro país, relatan día a día y en primera persona, las graves violaciones a los Derechos Humanos que vivieron en su país y que sus parientes y amigos que se quedaron allá siguen viviendo; a ello se suma la cobertura que otorgan a esta crisis, la televisión, la radio, los medios escritos y las redes sociales. En este escenario, la negativa de estos sectores de la izquierda de reconocer que el régimen de Maduro se ha convertido en una dictadura, que viola sistemáticamente los Derechos Humanos, está colocando en cuestionamiento y debilitando el relato de la superioridad moral; pareciera ser que en lo que dice relación con lo que ocurren en Venezuela, Cuba y Nicaragua, la izquierda también ha seguido el camino de la complicidad pasiva y el negacionismo.
En este nuevo escenario se suma la inacción de doña Michelle Bachelet, de militancia socialista, en su calidad de Alta Comisionada de los Derechos Humanos de la ONU, frente a la situación venezolana; el encuentro secreto, en Francia, de los diputados frenteamplista Boric y Orsini con Ricardo Palma Salamanca, asesino de Jaime Guzmán y la recepción como héroe y veterano de guerra que se le otorgó en el aeropuerto de Santiago a Patricio Ortiz Montenegro, exintegrante del FPMR, condenado en 1995 por la muerte de un Carabinero.
Finalmente, La pregunta que cabe es, si estos mismos sectores de izquierda han evaluado que el debilitamiento del relato de segundo orden (superioridad moral) puede alcanzar también al relato primario, sobre todo si se mantiene la porfía de Nicolás Maduro de comparar su gobierno y su figura con el gobierno y la figura de Salvador Allende y que finalmente, esto tenga por consecuencia, que luego de cuarenta cinco años, la historia de Chile nuevamente se vuelva a reescribir.