Por Alfredo Jalife-Rahme | ‘Reingeniería demográfica’ del supremacismo hindú

El ‘supremacismo hindú’ confluye con sus equivalentes en EEUU e Israel. Después del apoteósico etnonacionalismo hindú y de la abolición de 70 años de autonomía del estado principesco de Jammu-Cachemira, de mayoría islámica, ahora se consolida su supremacismo con la nueva ‘Enmienda a la Ciudadanía’ que discrimina a sus 200 millones de musulmanes.

por *Alfredo Jalife-Rahme
Columnista – Agencia de Noticias Sputnik

El supremacismo hindú no es menor y se parece cada vez más a sus similares de EEUU, con el trumpismo, y al Israel de su primer Netanyahu, caído en desgracia, pero que mantiene en su Constitución que sólo un judío puede acceder a la Presidencia, amén del apartheid contra los palestinos.

El etnonacionalismo hindú, que enmarcó el segundo asesinato de Mahatma Gandhi, con su mayoría del 80%, no es menor debido a su enorme relevancia geopolítica —que muchos hacedores de la política en Washington buscan impulsar para contrarrestar el imparable ascenso de China, mediante el artefacto geoeconómico Indo-Pacífico en conjunción con Japón, Australia, Nueva Zelanda y EEUU—.

Cuando se mide el Producto Interno Bruto (PIB) por la vía de la Paridad de Compra/Poder Adquisitivo, India aparece como el tercer país por detrás de China y EEUU, y antes que Japón.

Así como los geopolitólogos anglosajones del siglo XX, desde MacKinder hasta Brzezinski, hicieron lo imposible para desvincular a Rusia y Alemania —de lo cual se trató en gran medida la eclosión de la hoy moribunda OTAN—, hoy también sus nuevos geopolitólogos intentan desconectar a la India de China, aunque los dos pertenecen al bloque alicaído de los BRICS y, cuando en forma tajante el Gobierno del primer ministro indio Narendra Modi no participó en la configuración del RCEP, el mayor bloque geoeconómico del momento en el planeta.

La dinámica hacia el supremacismo hindú que encarna el primer ministro Narendra Modi parece imparable y hoy se afianza con decisiones cada vez más irreversibles.

De los casi 1.300 millones de indios, un 80% son de religión hindú y un 14,2% son musulmanes (casi 200 millones), lo que hace de los mahometanos, debido a las recientes medidas del Gobierno de Delhi, la máxima minoría global en forma paradójica.

En forma asombrosa, la pirámide demográfica de La India expone que el 44,77% ostente una edad inferior a los 24 años. Su edad media es de 28,1 años, lo que lo convierte en un supremacismo hindú enarbolado por millennials.

Ya en noviembre, la Suprema Corte de Justicia sentenció que un templo hindú, en reminiscencia del lugar de nacimiento de la deidad hindú Rama, podía ser construido en el sitio sagrado de Ayodhya, donde había sido destruida en 1992 la mezquita Babri Masjid, una joya islámica del siglo XVI, lo que desembocó en matanzas intercomunitarias con un saldo de más de 2.000 muertos.

Con la sentencia judicial, se puede cumplir la promesa de Modi de reconstruir el templo a Rama.

También existen templos en Varanasi y Mathura donde fueron construidas mezquitas superpuestas a templos venerados por los hindús, lo cual augura el paroxismo del supremacismo hindú abanderado por el Hindutva: el hogar hindú proferido hace casi un siglo por el prosionista Vinayak Dámodar Savarkar. El hogar sionista no es nada distante del hogar hindú ni del virtual hogar evangelista sionista de EEUU.

Como si lo anterior fuera poco, la nueva ley antimusulmana de adopción ciudadana, impulsada por el primer ministro Modi, ha catalizado «miedo, pánico y protestas en la India».

La nueva ley otorga la ciudadanía a los no musulmanes que migraron en forma ilegal a la India desde Afganistán, Bangladés y Pakistán, lo cual es prohibido a los mahometanos y pone en tela de juicio los fundamentos laicos de convivencia hindú/musulmana, que había sido la bandera del hoy decrépito Partido del Congreso de orientación plural.

No se trata de medidas aisladas. Assam es un estado que paga la discriminación antiislámica: cuenta con una población de 35 millones de habitantes, con alrededor de un 35% de musulmanes, donde se separa a los ciudadanos indios de los migrantes indocumentados, en su mayoría de origen de Bangladés, que formó parte de Pakistán de la otrora India británica y que luego se separó de sus dos entidades islámicas: Pakistán/Bangladés.

Más de 70 años después, la India sufre aún los fantasmas de su separación de sus dos entidades musulmanas de Pakistán y Bangladés.

La situación en Bengala Occidental —con casi 100 millones de habitantes y un 27% de musulmanes—, también frontera con Bangladés, no es diferente a la de Assam. También el estado de Uttar Pradesh, con 200 millones de habitantes —el más poblado de la India y asiento de la célebre mezquita del Taj Mahal— corre graves riesgos debido a la presencia de su minoría musulmana (20%).

Ayesha Siddiqa, del rotativo israelí Haaretz, comenta que el cambio del estatuto político del estado principesco de Jammu-Cachemira —con 15 millones de habitantes y único estado en la India de mayoría musulmana (75%) frente a 24% hindús—, hoy degradado a una vulgar «unión territorial» gobernada desde la capital, Nueva Delhi, constituye «una jugada riesgosa» donde la India «puede tener la tentación de tratar la lucha de Jammu-Cachemira como Israel trata a la intifada palestina». Según Siddiqa, la absorción de Jammu-Cachemira por parte del supremacismo hindú se parece mucho al elusivo y regresivo plan de paz de Trump para el Oriente Medio, que intenta apaciguar las protestas mediante incentivos económicos.

El parecido tratamiento discriminatorio de los migrantes ilegales musulmanes por el supremacismo hindú con el maltrato a los migrantes ilegales mexicanos en EEUU no es ninguna coincidencia: forman parte de las convergencias de dos supremacismos, el de los WASP (White Anglo-Saxon Protestants: Blancos Protestantes Anglosajones) del Trumpismo y del etnonacionalismo hindú, que alcanza su acmé racista en Israel con su supremacismo antipalestino que, en forma paulatina, aniquila su identidad árabe.

El supremacismo indio alcanza dimensiones ominosas, que rebasan de lejos a los supremacismos de EEUU e Israel, debido a su inmenso volumen demográfico.

Israel cuenta con 8,5 millones de habitantes, que incluyen 200.000 colonos judíos en Jerusalén Este y otros 22.000 colonos en los Altos del Golán, anexados de forma unilateral, cuyo 74,7% es definido como «judío [más por la adopción religiosa que por su etnia y/o etérea ciudadanía]».

Por su parte, EEUU ostenta 300 millones de habitantes, con un 62% de «blancos protestantes» y un 18% de «latinos», cuyo 80% es mexicano.

A veces la dinámica de la ingeniería demográfica subsume una «guerra biológica» en el largo plazo que no brinda los resultados anhelados, como en el caso del «supremacismo judío (whatever that means)», cuando, según cifras del Ejército israelí, «más árabes que judíos viven en Israel, Cisjordania y Gaza», entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, donde habitan 13 millones de personas cuya mitad son palestinos, de la confesión misma de Ronald Lauder, presidente del Congreso Mundial Judío.

Tampoco el supremacismo blanco de Trump y su «palestinización de los mexicanos» ha tenido el éxito deseado, ya que California —la principal economía de EEUU, con 52 votos electorales— es un estado de mayoría mexicana, mientras Texas —el segundo estado más próspero, empatado con Nueva York, y con 38 votos electorales— está a punto de tener mayoría mexicana en la nueva redistritación electoral, lo que explica la necesidad ontológica del presidente Trump de erigir su muro en su transfrontera estatal.

La India vive la transición de su viejo régimen demócrata y plural, que creó y alimentó el alicaído Partido del Congreso, hacia un nuevo régimen teocrático unipolar con su partido hindú del Bharatiya Janata.

Hoy las guerras parecen ser demográficas en Israel/EEUU/India con sus respectivos supremacistas convergentes.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK Y LA RAZÓN

*Analista de geopolítica y globalización. Columnista y comentarista en varios periódicos, radios y televisiones internacionales. Profesor de posgrado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en Geopolítica y Globalización. Autor de varios libros. Nombrado por la Red Voltaire de Francia como ‘El principal geopolitólogo de Latinoamérica’.