Por Patricia Lee Wynne | La culpa no es del murciélago sino de la irracionalidad económica mundial

No es la primera vez que un hombre adquiere un virus de un animal, ni la primera peste mundial, ni siquiera una de las más mortíferas, como la de la influenza de 1918 que afectó a un tercio de la población, mató 50 millones de personas, solo 675.000 en EEUU.

Por Patricia Lee Wynne

Si con más de 4.000 muertes el coronavirus ha adquirido semejante dimensión es por la catástrofe económica que está provocando. Y esto no es la culpa del murciélago que picó al pangolín que infectó a una persona: es la irracionalidad de la economía mundial globalizada.

Es una epidemia de manufactura humana y no animal: la globalización, que desde hace medio siglo concentra el grueso de la producción en las fábricas y talleres chinos y del sudeste asiático para reducir los costos laborales y enviar a la miseria a millones de trabajadores en el mundo. La enfermedad que mata es la codicia.

El mundo entero depende del sudeste asiático y de China para producir desde tornillos hasta computadoras y sacos de lino. La ironía es tan grande, que China es el mayor productor de antibióticos del mundo, y el mayor productor de ingredientes farmacéuticos, los mismos que pueden estar haciendo falta hoy en todo el planeta.

De ahí la gravedad de lo que está ocurriendo. En 2003, cuando se desató el virus SARS, la economía china era el 4% del PBI global. En casi dos décadas, el peso de China se multiplicó por cuatro y su parte del comercio se duplicó, llegando a 12.8% en 2019, convirtiéndose en el mayor exportador de mercancías y el mayor productor de manufacturas con casi un 30% del total.

La razón de esa transformación vertiginosa no estuvo en China sino en la crisis de 2007-2008 que provocó una grave depresión mundial y, desde entonces, un lánguido crecimiento de EEUU, Japón y la Unión Europea. Por el contrario, China se hizo responsable de casi el 40% del crecimiento mundial, es decir, se convirtió en la locomotora del planeta.

¿Por qué todos los tornillos del mundo se fabrican en China y el sudeste asiático?

Al decir tornillos, se puede hablar de baterías, piezas de automóviles, computadoras, cargadores, enchufes, cuchillos, tijeras, trajes de baño o cualquier otro objeto Made in China.

La pregunta es por qué se ha llegado al absurdo irracional de que las partes industriales u objetos de consumo más elementales y necesarias se fabriquen exclusivamente en una región del planeta, llevando a millones de personas que antes tejían, cosían, movían tornos industriales, a la calle.

Hoy, para comprar un suéter de lana merino de origen patagónico hay que ir a una tienda europea porque Argentina exporta 93% de su lana. La italiana Benetton tiene enormes estancias en la Patagonia, donde pastan y son esquiladas sus ovejas. Esa lana se envía en containers y barcos que contaminan el océano gastando toneladas de combustible hasta sus fábricas en Bangladesh y otros países del sur de Asia, y luego, en otros barcos con más containers, las prendas llegan a Europa.

Mientras tanto, la industria de la lana de Trelew, en la provincia patagónica de Chubut, Argentina, y las textiles de la ciudad de Mar del Plata, han ido cayendo y cerrando, dejando a miles de trabajadores en la calle. Eso sí, en cualquier negocio de Trelew o Mar del Plata se pueden conseguir suéteres sintéticos Made in China.

Esto es aún más grave porque lo que llamamos libre comercio mundial es una ficción: no es que Argentina venda suéteres a los chinos y compre juguetes, en un aparente intercambio igualitario y libre. Por el contrario, 70% de los movimientos de millones de containers en el mundo se realizan dentro de las mismas empresas transnacionales que los producen, lo que se llama cadenas de valor.

Benetton es la dueña de los campos y las ovejas en Argentina que «exporta» la lana a sus fábricas, desde donde se «exporta» nuevamente a sus tiendas europeas.

De esta manera, servicios, materias primas, partes y componentes cruzan las fronteras numerosas veces para la fabricación de un solo producto: un celular hecho en China es diseñado en EEUU con un código de Francia, chips de Singapur y litio de Bolivia.

Intel, la mayor productora de semiconductores de EEUU «vende» a China el 30% de su producción y Qualcomm, que fabrica chips, saca 47% de sus ingresos de ese país, que luego se «exportan» en la forma de computadoras y celulares. Apple ensambla la mayoría de sus productos en China, así como la gran cadena comercial Walmart, al tiempo que el país asiático es el mayor productor de juguetes del mundo.

«Como nunca antes, el comercio está determinado por decisiones estratégicas de las firmas para tercerizar y subcontratar «en el lugar donde los materiales y la fuerza laboral estén disponibles a costos y calidad competitivas», según la OCDE. 

China es el mayor proveedor de bienes intermedios del mundo, que son esenciales para la industrias de instrumentos de precisión, maquinaria, automotriz, comunicaciones, entre otras, según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo UNCTAD. Las industrias de india y Japón dependen en un 60% de sus componentes electrónicos de China y EEUU la mitad, según el informe.

El coronavirus nació en Wall Street

¿Y todo a beneficio de quién? De las multinacionales, que controlan un tercio de la producción mundial y 70% del comercio mundial.

No es para hacer ideologías sobre el maléfico poder chino sobre la economía mundial ni abonar teorías conspiratorias como que el coronavirus es parte de la guerra biológica.

La culpa no es de los mercados de animales salvajes de Wuhan. La esencia de la crisis es la irracional organización de la economía mundial al servicio de las ganancias de las multinacionales que controlan el comercio mundial en sus cadenas de valor, produciendo en fábricas con los salarios más bajos para maximizar las ganancias.

En los últimos 50 años ha habido un ‘industricidio’: la manufactura empleaba 22% de todos los trabajadores en EEUU en 1970, y cayó a 8% en 2017; en el mismo periodo cayó de 23 a 9% en Francia, de 30 a 8% en el Reino Unido.

Pero esto no fue, como escribe Aaron Benanav en la revista New Left Review, como resultado de un aumento de la productividad, sino de la mano de un freno al crecimiento de la producción industrial: en los 50 y 60, la producción manufacturera mundial se expandía a una tasa anual del 7.1% y cayó a 3% entre 1980 y 2007 y desde entonces solo se expandió 1.6%.

Lo qué pasó es que las multinacionales trasladaron la producción a países donde el costo de la mano de obra era insignificante. La industria textil de Medellín, las tejedoras de lana de Mar del Plata, los fabricantes de plástico de Brasil o de Colombia, se vieron desplazados por los juguetes, las camisetas y los suéteres asiáticos, dejando un mar de su empleados y precarizados.

¿El fin del turismo mundial?

Todo esto agravado por otra pandemia, la locura del turismo mundial. La cruel ironía es que el coronavirus no se reproduce entre la pobreza como el ébola en África o el dengue en las selvas paraguayas sino que llega en primera clase desde el corazón de Europa.

En 2018 las aerolíneas transportaron 4.300 millones de pasajeros, ¡el equivalente a un 70% de la humanidad! A comienzos de siglo fueron 500.000 millones de viajeros, según la Organización Internacional de Aviación Civil, aumento que corresponde especialmente al Asia.

¿Por qué millones y millones de personas se gastan sus ahorros en cruceros por Tailandia, hacen horas de fila para entrar a la Capilla Sixtina o para ver unos minutos la Mona Lisa en el Louvre en medio de una multitud que tose o estornuda, por qué pagan miles de dólares para ver las pirámides egipcias, contaminando con millones de viajes aéreos, llevando y trayendo virus de continente en continente, cuando podrían ver desde la comodidad de sus televisores, con una copa de vino en la mano, las obras de Miguel Ángel, Leonardo o los faraones del Nilo?

Por eso, la epidemia mundial y económica del coronavirus no es culpa de los chinos de Wuhan que comen pangolines picados por murciélagos. Si su efecto paraliza la economía mundial es por los desempleados de Medellín y Trelew que perdieron sus trabajos por la codicia de las multinacionales y se amplifica por el negocio mundial del turismo para hacer que pensionados de Nueva Jersey se gasten su plata en cruceros por el sudeste asiático.

Contra el coronavirus, integración latinoamericana

Todo esto sin hablar de la catástrofe comercial, la caída de las exportaciones de soja, del hundimiento del precio del petróleo, que son las consecuencias inevitables.

Todo esto se agrava, para América Latina, que tiene como principal socio comercial a China, por los acuerdos comerciales como el firmado entre EEUU y el país asiático para vender más productos norteamericanos en detrimento de los demás países del mundo, golpeando más aún a nuestra región.

Como la crisis es sistémica y de fondo, las salidas también tienen que serlo. Es la hora de cuestionar cómo está organizado el sistema de producción y comercio mundial. Las multinacionales culpables de la expansión del coronavirus dominan la economía pero los países latinoamericanos podrían hacerles frente con un proyecto integrador y nacionalista de defensa de las industrias nacionales y de los recursos naturales, haciendo valer las riquezas, el valor humano y la experiencia industrial de nuestros países.

Con políticas de integración regional y defensa de la soberanía se podrían reabrir las fábricas textiles y de juguetes, ensamblar televisores y celulares, hacer cables con el cobre chileno y peruano, baterías con el litio del altiplano, fabricar automóviles, en un solo mercado latinoamericano.

Se reducirían los viajes en avión, los barcos y containers, el calentamiento global, habría más empleo y los virus viajarían distancias mucho más cortas.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN