Por Elie Poulin y Léa Cabrol | Un continente hasta ahora libre de virus, pero vulnerable

«La ausencia de casos de COVID-19 hasta la fecha en Antártica, da esperanza que las poblaciones ya confinadas en las bases para el invierno 2020 no estarían en contacto con el virus durante su periodo de aislamiento. Aún así, no se puede excluir que el virus haya entrado vía un portador asintomático y se mantenga activo», señalan en la siguiente columna los investigadores del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB) Elie Poulin y Léa Cabrol, quienes advierten sobre la necesidad de medidas para mantener el brote fuera de esta zona extrema.

Hasta ahora, el continente antártico sigue ajeno a la crisis por COVID-19. Desde el inicio de la pandemia, diferentes medidas fueron tomadas por los operadores antárticos para impedir la llegada del virus y evitar el contagio del personal de las bases. En ese contexto, es probable que el virus no haya ingresado a estos espacios que iniciaron su periodo de confinamiento de invierno. Sin embargo, las características de las poblaciones confinadas hacen de la Antártica un territorio vulnerable para la propagación de la epidemia, y uno de los peores lugares para enfermarse del COVID-19.

El continente blanco presenta una ocupación limitada, distribuida en alrededor de 80 bases de 29 países que albergan durante el verano austral cerca de 5 mil personas, bajando durante el invierno a aproximadamente mil. A partir de abril, las condiciones climáticas reducen o impiden todo viaje hacia o desde el continente antártico, dejando aisladas las dotaciones en las bases permanentes (40, de 19 países) por 7 a 8 meses.

En Chile, el Instituto Antártico Chileno adelantó el término de la Expedición Científica Antártica ECA56, cerró tempranamente la base Yelcho y suspendió la expedición científica a Bahía Margarita. A los turistas aún presentes en aguas antárticas se les impidió el desembarque en las bases científicas y logísticas.

El objetivo de estas medidas fue evitar la llegada del SARS-CoV-2 a las poblaciones que permanecerán aisladas durante el invierno. Estas personas serán confinadas en pequeños grupos distribuidos en las bases permanentes, generalmente aisladas geográficamente entre ellas. Las oportunidades de salir de las instalaciones son muy restringidas por las condiciones extremas del invierno. Esas bases poseen muchos espacios compartidos, características que podrían generar mayor vulnerabilidad de contagio.

En primer lugar, las condiciones secas y frías, como las que caracterizan el clima antártico,. favorecen la sobrevivencia y propagación de los virus respiratorios, siendo los brotes más severos durante los periodos invernales de las zonas templadas. En el caso de la pandemia COVID-19, estudios epidemiológicos observan una correlación significativa entre la tasa de transmisión del SARS-CoV-2 y la disminución de la temperatura y humedad ambiente. La transmisión del virus mediante aerosoles podría favorecerse en ambientes secos.

En segundo lugar, la transmisión del SARS-CoV-2 podría facilitarse y acelerarse por la vida en comunidad de un pequeño grupo de personas que comparten los mismos espacios a diario. Si bien el virus tendrá pocas posibilidades de llegar a sitios remotos, una vez que llegue la primera persona contaminada, su propagación será muy rápida, como se ha visto en otras. Puerto Williams presenta la incidencia acumulada más alta a nivel nacional, cerca del 1 por ciento de su población. Las comunas más afectadas en la Región Metropolitana, como Vitacura o Las Condes, alcanzan incidencia acumulada 0.09 a 0.13 por ciento, cerca de 10 veces menos que la de Puerto Williams. No es difícil predecir la rápida propagación del SARS-CoV-2 en poblaciones aún más reducidas, aisladas en espacios pequeños.

En tercer lugar, hay evidencias de que el sistema inmune de grupos aislados durante meses en ambientes polares se ve deprimido.

Por último, debido a infraestructuras sanitarias reducidas y a un personal médico limitado o ausente, la respuesta médica sería insuficiente para enfrentar un brote. Consideramos fundamental extremar las medidas de precaución para evitar la epidemia en las bases antárticas.

Otro aspecto clave será la salida del confinamiento de los equipos que permanecieron aislados durante el invierno. Será necesario tomar precaución con el personal ingresando al principio de la campaña de verano, a través de pruebas de detección del virus previo al viaje. A su regreso, los miembros de las expediciones invernales deberían ser parte de un seguimiento médico. También será importante evitar todo contacto con potenciales turistas que representarían la fuente más probable de contagio. A diferencia de otros años, las bases científicas no deberían ser un destino para cruceros.

Se deben planificar medidas de detección sistemática y/o cuarentena para todo integrante de campañas antes de viajar a la Antártica, con el fin de proteger también a la población magallánica frente a la llegada de personas desde todos los continentes. Finalmente, la llegada del SARS-CoV-2 también podría representar una amenaza seria a la fauna Antártica, en particular para los mamíferos y aves marinas.

La ausencia de casos de COVID-19 hasta la fecha en Antártica, da esperanza que las poblaciones ya confinadas en las bases para el invierno 2020 no estarían en contacto con el virus durante su periodo de aislamiento. Aún así, no se puede excluir que el virus haya entrado vía un portador asintomático y se mantenga activo.


LA OPINIÓN DE LOS AUTORES NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

Por Elie Poulin y Léa Cabrol – Investigadores del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB), de la Universidad de Chile.