El conflicto que viene arrastrando desde hace décadas en el Mercosur, el bloque regional integrado por Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, se origina en la tensión política entre gobiernos conservadores y aperturistas y gobiernos progresistas comprometidos con el desarrollo de la industria nacional y la integración regional.
La pelea ahora es porque Argentina se retiró de las negociaciones de Tratados de Libre Comercio (TLC). El nuevo enfrentamiento es la expresión de esa disputa histórica, que solo se pudo esquivar cuando hubo coincidencia ideológica en la conducción de los países miembros.
El presidente argentino Alberto Fernández sostiene que la apertura económica será letal para el sistema productivo regional y por eso rechazó la decisión de Jair Bolsonaro (Brasil), Mario Abdo Benítez (Paraguay) y Luis Alberto Lacalle Pou (Uruguay) de cerrar acuerdos de libre comercio con India, Líbano, Corea del Sur y Canadá.
En la videoconferencia de coordinadores nacionales del Mercosur del 24 de abril, el secretario de Relaciones Económicas Internacionales, Jorge Neme, sostuvo que la integración regional es una forma de afrontar la pandemia global y sus consecuencias económicas y sociales. Indicó que es imperiosa en un mundo en el que los organismos internacionales predicen la caída del PIB en los países de mayor desarrollo, una disminución brusca del comercio global de hasta un 32% y un impacto imprevisible en la sociedad.
La posición argentina se sustenta en que esos tratados conducen a la pérdida de puestos de trabajo. Además indica que esas iniciativas «no contribuyen a la reconstrucción del sistema productivo» nacional y agregó que «la incertidumbre internacional y la propia situación de nuestra economía aconsejan detener la marcha de esas negociaciones».
Si bien Argentina se retiró de esas tratativas comerciales, sus socios del Mercosur pueden continuarlas. Una vez que se terminan esos procesos, Argentina evaluará si le resulta conveniente.
Lo cierto es que el artículo 37 del Tratado de Ouro Preto dice explícitamente que todo en el Mercosur se resuelve por consenso. Si ese consenso no existe, no hay acuerdo posible.
Argentina aclaró que el país continuará en las negociaciones del bloque con la Unión Europea y la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA).
Conservadores
En un contexto tan negativo para América Latina, existen tres motivos para que Brasil, Paraguay y Uruguay quieran avanzar en TLC:
- La convicción conservadora de que la industria regional es vetusta y, por lo tanto, no merece ser considerada como prioritaria ni beneficiaria de un régimen de protección.
- La defensa de los intereses de los empresarios más grandes del agronegocios, que se beneficiarían con la apertura de nuevos mercados hoy con barreras proteccionistas.
- Se puede sumar una razón más rústica y de cortísimo plazo: aplicar un golpe de marketing político para tener algo que mostrar a la sociedad en este período de crisis global y que exhibe un impresionante fiasco de la globalización neoliberal.
Crisis
En muchas ocasiones algunas determinaciones político-económicas no adquieren en su momento importancia por la contaminación cortoplacista, pero el transcurso del tiempo pone en perspectiva esas decisiones que terminan cambiando el desarrollo de los acontecimientos.
Hay que remontarse unos 35 años y analizar el recorrido transitado desde el abrazo del presidente argentino Raúl Alfonsín y el presidente brasileño José Sarney en Foz de Iguazú (30 de noviembre de 1985), que fue el primer paso para la creación posterior del Mercosur.
A mediados de la década del 90, cuando la debacle económica recorrió la región, el Mercosur ingresó en una etapa difícil instalando el riesgo de que esa experiencia de integración languideciera.
El estallido de la crisis internacional en 2008 fue inicialmente amortiguado en la región por la fortaleza de sus economías que habían explorado, con rupturas y continuidades, un sendero diferente al neoliberal de los 90.
Sin embargo, la persistencia de la crisis global con la debacle provocada por el coronavirus y el regreso de gobiernos de derecha en tres de los cuatro países miembros ha debilitado al bloque.
El Mercosur está bajo tensión debido a que los dos países más fuertes (Brasil y Argentina) han implementado medidas con matices diferentes para hacer frente la crisis internacional.
La debilidad de la economía brasileña hace crecer una corriente dentro de las fuerzas políticas de ese país, incluyendo a un sector del Gobierno y del establishment empresario que cree que la integración con los países de la región, siendo el Mercosur el bloque más relevante, es responsable de ese pobre desempeño, proponiendo un acercamiento hacia las posiciones de libre comercio.
Paraguay y Uruguay con gobiernos neoliberales encontraron en el Brasil reaccionario de Jair Bolsonaro el aliado oportuno para avanzar en Tratados de Libre Comercio.
Competencia
La participación brasileña en el Mercosur ha estado inicialmente motivada más por consideraciones estratégicas de negociación internacional que por razones puramente comerciales de alcance regional.
En los primeros años de este siglo, con gobiernos nacionales de signo político opuesto al de los noventa, en un marco de confianza y cooperación entre sus líderes, el Mercosur ingresó en una etapa de debate sobre el sentido estratégico del proceso de integración. Así los objetivos planteados al comienzo fueron ampliándose.
Un poco de historia permite evitar juicios de valor estables en una situación dinámica. La relación argentino-brasileña estuvo siempre cruzada por una visión de rivalidad.
Durante décadas el recelo mutuo era reforzado de ambos lados. Desde las teorías expansionistas del general Golbery do Couto e Silva, uno de los cerebros del régimen militar brasileño, y la simétrica tesis antibrasileña de los geopolíticos argentinos, liderados por el almirante Isaac Rojas o en forma más sofisticada por el general Juan E. Guglielmelli.
Esas posturas que ponían énfasis en la lucha por la supremacía regional tuvieron su contrapartida en las ideas de la CEPAL. Estas marcaron una importante transformación en las relaciones de ambos países, a partir de las contribuciones de Raúl Prebisch, con el desarrollo de una nueva visión de la problemática latinoamericana.
Ese economista escribió en el libro «Capitalismo Periférico, Crisis y Transformación» (Fondo de Cultura Económica, 1981) que «si las perspectivas de los centros no son auspiciosas para el intercambio con la periferia, ¿por qué seguir desperdiciando el considerable potencial del comercio recíproco? ¿Es razonable seguir insistiendo en una liberalización del intercambio con los centros cuando apenas hemos logrado liberalizar tímidamente el intercambio entre países de la periferia?».
Escalera
La negociación de TLC en medio de la pandemia COVID-19 es tan inoportuna como fuera de registro en términos históricos.
En estos casos aplica una definición célebre de Friedrich List, economista alemán del siglo XIX, que ilustra la posición de las economías centrales respecto de las políticas comerciales de países en desarrollo.
List dijo: «Una vez que se ha alcanzado la cima de la gloria, es una argucia muy común darle una patada a la escalera por la que se ha subido, privando así a otros de la posibilidad de subir detrás».
Esto se tradujo en que Estados Unidos hoy pretende ser defensor del libre comercio, pero entre mediados del siglo XIX y la Segunda Guerra Mundial, tuvo la tasa arancelaria más alta en el mundo.
Gran Bretaña promovió que todo el mundo practicara el libre comercio y frenar el proteccionismo, lo que implicó que los británicos patearan la escalera que ellos utilizaron para subir. Todas las potencias económicas siguieron ese ejemplo británico.
Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se convirtió en líder mundial, Estados Unidos empezó a predicar el librecambio. Japón, que se estaba desarrollando con proteccionismo, subsidios, empresas públicas y muchas regulaciones, no aceptó esa receta. Pero hoy en la Organización Mundial de Comercio los japoneses apoyan el libre comercio.
Lo mismo sucede con Europa: cuando ya no necesitan proteger sus industrias, aparece la protección a sus no competitivos bienes agropecuarios a través de la Política Agraria Común.
Comercio
Si en una economía mundial que funcione con normalidad la apertura de los mercados de países periféricos es muy dañina para el desarrollo nacional, en una economía en colapso global por el coronavirus, la idea es un desvarío de gobiernos neoliberales.
Si a las tendencias proteccionistas de economistas centrales se le suma el derrumbe del comercio internacional, no aparecen cuáles son los grandes beneficios de los TLC para economía periféricas.
Las estimaciones del comercio internacional para América Latina son dramáticas. El más reciente informe de la CEPAL destaca que ha colapsado: la Organización Mundial del Comercio calcula que caerá entre 13% y 32% en 2020.
El volumen de comercio mundial de bienes presentaba una tendencia negativa antes de la pandemia. En 2019 disminuyó 0,4%, su primera caída desde la crisis financiera mundial. Esto fue, en gran medida, el resultado de la acumulación de barreras comerciales desde principios de 2018 (principalmente entre los Estados Unidos y China) y su efecto en las cadenas globales de valor.
Las perspectivas mejoraron en enero de 2020 luego del acuerdo de «Fase Uno» entre China y los Estados Unidos, pero la pandemia puso fin a ese corto optimismo.
Así, uno de los principales actores en el comercio mundial verá disminuida la demanda de sus exportaciones, lo que aumentará el impacto negativo sobre el volumen global de comercio.
En esa tensión se desarrolla un nuevo conflicto al interior del Mercosur, en el cual gobiernos conservadores afirman que «para salir de la crisis se necesitan más mercados, no menos».
Y enfrente se encuentra el Gobierno argentino que plantea que su objetivo de política interna es prevenir «los efectos de la pandemia mientras protege las empresas, el empleo y la situación de las familias más humildes».
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Por Alfredo Zaiat – Periodista, escritor y economista, jefe de la sección de Economía y del suplemento Cash de Página 12 desde 1997. Columnista de la Agencia de Noticias Sputnik. Conduce desde hace 18 años el programa radial ‘Cheque en blanco’. Ganador del premio ETER en varias oportunidades. Integra el cuerpo docente del Programa Amartya Sen de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. Publicó los libros ‘¿Economistas o astrólogos?’, ‘Historia de la economía argentina del siglo XX’ junto a Mario Rapoport, ‘Economía a contramano’, ‘Amenazados. El miedo en la economía’ y ‘Macrisis. Otro fracaso del neoliberalismo en Argentina’.