La muerte de George Floyd y las protestas en EEUU han puesto en la agenda noticiosa mundial al racismo estructural que también afecta a Latinoamérica y a Chile, donde los migrantes afrodescendientes y los mapuche han sufrido un largo historial de discriminación, abusos e incluso asesinatos.
«Las personas no se atendían conmigo y me decían directamente que no se atendían con negros. Las personas en el metro o la micro no se sentaban a mi lado», relata Paola Palacios, diseñadora gráfica colombiana, miembro de la agrupación Negrocéntricas, en conversación con Sputnik.
«Cuando en un bus hablas creole te gritan: ‘No hay que hablar creole, hay que hablar español’, o te dicen ‘bruta’ o ‘quítate negra’. O en mi trabajo llegan y te dicen: ‘No hay gente para atenderme’, como si yo no fuera gente», cuenta a Sputnik Berline Coimin, haitiana, secretaria y presidenta de la Plataforma de Organizaciones Haitianas en Chile.
Paola y Berline son algunas de tantas afrodescendientes víctimas del racismo en Chile, una discriminación que por siglos ha sufrido el pueblo mapuche en esta nación suramericana.
«Siempre era en la escuela, decirte todos los días: ‘Lo estamos haciendo para que sean alguien’. Ese racismo porque yo era mestiza, pero todos me miraban como una niña mapuche, mis trenzas gruesas, grandes, mi piel morena y con el pelo de color negro azabache», recuerda Mewlen Huencho, werken (mensajera) de la comunidad mapuche Kiñe Malfun de Peñalolén en Santiago.
El asesinato de George Floyd por asfixia tras su arresto puso en el debate público el racismo estructural y la brutalidad policial en Estados Unidos, hecho que ha generado la solidaridad mundial y también la chilena. Una solidaridad que Paola Palacios cuestiona al considerar que muchos ven ese racismo afuera y no al interior del país.
«Resulta hipócrita que toda la gente ahora está con el hashtag #BlackLivesMatter, pero que al mismo tiempo no le hable al vecino haitiano. Yo vivo ahora en un condominio acá en Yungay, mis vecinos no me saludan, me miran de arriba abajo. El otro día de hecho salí al ante jardín y estaba la vecina cogiendo al perrito que se había metido ahí, me vio y salió corriendo», acusa Palacios.
En la agrupación de Negrocéntricas están «doloridas y furiosas» por lo que pasó en Estados Unidos, porque asesinaron una persona negra en vivo, una dramática imagen que se compartió en todo el mundo.
Pero también llama la atención el hecho de que muchos dicen «oh, qué terrible el racismo en 2020», y no se cuestionan las estructuras racistas que tienen en su entorno inmediato, «porque aquí las estamos reproduciendo para que esa estructura no se desgaste ni un poquito».
Esto se reproduce cuando las personas «no se sientan contigo en la micro, vas a pedir un trabajo y te dicen que no eres del perfil porque eres negra, o te gritan negra prostituta”, puntualiza Palacios.
Para Berline Coimin el origen del racismo hacia los haitianos es la aporofobia, la idea que el haitiano es pobre, «para ellos es pobre de mente también». Lo que hay detrás de esto es que los haitianos «no traen nada bueno», porque no tienen dinero, no tienen inteligencia, por no tener estudios, explica Coimin.
Por tanto, cuando llegan al país los chilenos piensan que «estamos aprovechando o estamos usando los bienes que deberían ser de ellos, sin cooperar». Hay discriminación porque hay falta de aceptación, sentencia.
Discriminación que mata
Tras el caso Floyd, la agrupación de Negrocentristas publicó en sus redes una recopilación de los episodios racistas más significativos en Chile:
- La muerte de Joane Florvil, joven haitiana que falleció tras ser detenida por Carabineros en 2017, por supuestamente haber abandonado a su hija de pocos meses de edad. La Justicia condenó por discriminación arbitraria a los funcionarios de la municipalidad que la acusaron de dejar a la niña, cuando solo fue por un traductor, tras tratar de denunciar un robo.
- Ese mismo 2017, Louis Fritzner, un trabajador haitiano, fue víctima de un ataque xenofóbico al ser acuchillado por un chileno, que lo acusaba de que «le quitaba su trabajo».
- Monise Joseph, mujer haitiana de 31 años que murió en mayo de 2019 esperando atención en la sala de emergencia el hospital público y el dramático caso de la médica, también de origen haitiano, embarazada, que murió en un paradero de bus tras ser dada de alta de otro hospital público a pesar de habérsele diagnosticado taquicardia.
Para Paola y Berline todos estos casos revelan discriminación y racismo, los que se han agravado, dicen ambas, tras la llegada de la pandemia de COVID-19, y que apuntan principalmente a la población migrante afrodescendiente.
El más reciente de los casos es el que se vio en la comuna de Quilicura, zona norte de Santiago, donde se confirmó un brote de COVID-19 en una comunidad haitiana donde hubo 33 casos positivos. La excesiva exposición mediática provocó que vecinos acusaran por las pantallas de televisión que «estos migrantes no acatan las cuarentenas», de tener sus propias formas de vida y de no respetar la cultura nacional, imputaciones que provocaron que gente del lugar y de otros sectores atacaran a los haitianos, con piedrazos y objetos contundentes.
«Van todos los medios hegemónicos de comunicación a un cité [modelo de vivienda colectiva económica de principios de siglo XX] en Quilicura donde supuestamente somos los negros inmigrantes los que habitamos en el país los que estamos propagando el virus», acusa Palacios.
«Era muy frustrante y evidente ver como los medios de comunicación exponen la situación y eso generaba reacciones muy violentas de parte de los vecinos, tuvieron que intervenirlo de PDI (policía civil) en la puerta, con armas muy grandes, todo eso porque la gente de la población estaba muy furiosa, estaban amenazando a todos los haitianos que estaban viviendo adentro y el gran problema era de comunicación y la forma que lo hacían», señala Berline.
La secretaria y presidenta de la Plataforma de Organizaciones Haitianas explica que la autoridad no hizo bien las cosas, porque no conversó, ni le explicó en forma clara a los habitantes del conventillo qué se debía hacer. No respetó su integridad, por la forma en que se hicieron los exámenes y la manera en que se divulgó la información sobre sus connacionales, «porque se supone que un diagnóstico debería ser personal y no debería ser así en todos los medios de comunicación y apuntando a esta dirección cuando es gente con COVID-19, haitiano, haitiano, haitiano», añade.
Para las organizaciones migrantes, la sobreexposición y el manejo de las autoridades, que incluso señalaron que las personas de Haití tienen hábitos de aseo distinto, solo ahondaron el problema.
Paola Palacios indica que en este periodo les comenzaron a llegar denuncias sobre despidos del trabajo de personas afrodescendientes, otras que fueron echadas de sus viviendas, «en plena pandemia, en pleno invierno, reforzado por el tema de que teníamos el virus y andábamos contagiándoselo a todo el mundo».
Palacios explica que hay un tema bien profundo en torno a cómo la discriminación racial permea muchas capas sociales y eso se reproduce en el imaginario colectivo, donde se piensa que las personas negras son sucias, enfermas, pobres, poco educadas.
Por eso, cuando recorres Santiago, «tú ves dónde estamos ubicadas las personas negras, haciendo el aseo en todas partes, es muy raro que encuentres una persona negra en otro espacio, que no sea en la venta ambulante o haciendo el aseo en alguna parte», precisa.
Un racismo estructural
Para Bernardine el racismo, la xenofobia y la aporofobia que existe en Chile hacia los haitianos se manifiesta en la salud, en la vivienda, en la justicia, en el trabajo. La ley migratoria dificulta que un haitiano pueda venir y pueda regularizarse, «es una eternidad ahora y el retorno, supuesto retorno humanitario, voluntario como lo llamaban, es también un acto de racismo», sentencia.
En palabras de Paola Palacios, lo que hay en Chile es una historia de blanqueamiento donde los medios de comunicación hegemónicos obedecen a esa lógica, «donde lo negro, donde lo indígena, donde lo pobre es negativo y hay que limpiarlo para poder ordenar la casa».
Un orden que para Palacios significa que Chile debe estar habitado por todo lo que está «en ese marquito hegemónico», donde existe una gran diferencia entre extranjeros, que entran en los estándares hegemónicos, y migrantes.
Puede parecer lo mismo, pero «extranjero es quien viene de Europa o Estados Unidos y migrantes somos los que venimos de Latinoamérica», puntualiza.
En esa lógica, es claro para Palacios que Chile también está cimentado sobre un proyecto blanqueador histórico, donde se trajo extranjeros europeos al sur, «para supuestamente colonizar, porque no había nada», lo que es mentira puesto que allí estaba y aún está el pueblo mapuche.
Un país donde los medios de comunicación hegemónicos hablan del asesinato de George Floyd y apuntan al policía que lo atacó, «pero no hace lo mismo con el caso de Camilo Catrillanca [líder mapuche muerto de un disparo por el sargento Carlos Alarcón, de Carabineros de Chile, el 14 de noviembre de 2018], y ahora con la muerte de Alejandro Treuquil [líder mapuche asesinado este 4 de junio en Collipulli, región de Araucanía (centro)]», ni con otros mapuches asesinados en estos últimos años en una acción también racista.
Por Carolina Trejo – Licenciada en Historia y Comunicación Social y Periodismo. Ha sido periodista de investigación y realizadora en televisión durante los últimos 20 años. Comenzó en 1997 en el programa de reportajes con más antigüedad de la televisión pública chilena, Informe Especial y luego se incorporó al área de reportajes de Canal 13, donde ejerció de directora, editora y guionista en diferentes proyectos documentales. Ha recibido premios del Consejo Nacional de Televisión de Chile, fue finalista del Premio Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo en 2014. Actualmente es académica de la Escuela de Periodismo de La Universidad de Chile y la Universidad de Santiago.