El reciente enfrentamiento militar entre la India y China en la región fronteriza de Ladakh (Cachemira), en el que murieron 20 soldados indios, debe ser analizado desde un punto de vista estratégico más que militar.
Si el análisis se circunscribiera a este aspecto, el balance de fuerzas no deja lugar a dudas: China es capaz de derrotar a la India, como lo hizo en la breve guerra de 1962.
El principal foco del conflicto es la carretera china NH 219 que une Xinjiang y Tibet atravesando la región denominada Aksai Chin, un enclave estratégico entre China, India y Pakistán que reclama Nueva Delhi, pero forma parte de la Región Autónoma Uigur de Xinjiang para Pekín.
Una región desolada y despoblada de 37.000 kilómetros cuadrados de pedregales desiertos a una altitud mínima de 4.300 metros fue la causa de una guerra hace medio siglo y de las confrontaciones actuales, no por sus riquezas sino por su valor geopolítico.
Cachemira es el punto de fricción entre las dos naciones más pobladas del planeta y además con Pakistán, que mantiene un largo litigio con la India desde su separación en 1947. Entre los tres países reúnen el 40% de la población mundial en una región como Eurasia, en disputa estratégica entre Occidente (EEUU y sus aliados) y la alianza China-Rusia.
Cachemira es la única región de mayoría musulmana que no se integró a Pakistán cuando fue la partición, quedando en manos de la India. Es un punto tan conflictivo en las relaciones sino-hindúes, que mereció un duro editorial de Global Times el 21 junio. «India estará más humillada que después del conflicto fronterizo de 1962 con China».
No es, por cierto, el lenguaje habitual en los medios oficialistas chinos. Global Times llama al gobierno de Narendra Modi a «enfriar el nacionalismo» anti-chino que estos días barre la India y le recuerda que la brecha militar y económica entre ambas naciones es cinco veces mayor que en 1962.
«Intentar aventuras militares en esa área es pedir que se vuelvan a humillar en una escala cinco veces cinco veces mayor que en 1962», concluye el rotativo. Agrega que si hubiera una guerra, India sufrirá «un retroceso de décadas en su economía y su posición global».
Las relaciones se deterioraron abruptamente en agosto pasado, cuando India decidió acabar con la autonomía limitada de Jammu y Cachemira y redibujar el mapa de la región, una decisión duramente criticada por Pekín. De ese modo India creó una nueva región administrativa, Ladakh, que incluye Aksai Chin, el área que India reclama pero que controla China.
Un factor adicional de tensiones es la desconfianza de India ante la alianza de China y Pakistán, y la sospecha de Nueva Delhi de que Pekín ayudó a Islamabad a adquirir tecnología nuclear. China ha invertido alrededor de 60.000 millones de dólares en infraestructura en el corredor económico China-Pakistán, que parte de la Nueva Ruta de la Seda impulsada por el Dragón.
Para China el corredor es decisivo para la conexión con el puerto pakistaní de Gwadar, en la entrada al Mar Arábigo. Para India es un riesgo ya que la operativa china en ese puerto puede ser usada para apoyar las operaciones navales cerca de sus costas.
El ex diplomático indio M. K. Bhadrakumar sostiene que el conflicto sino-hindú comenzó con «la firma del tratado nuclear entre EEUU e India en 2008, cuando la relación entre Washington y Nueva Delhi experimentó una transformación histórica y la doctrina de la ‘interoperabilida’ con el ejército estadounidense comenzó a impregnar subrepticiamente el cálculo estratégico indio».
A partir de ese momento, escribe el diplomático, «la política exterior de la India quedó atada a la de EEUU». Entre las elites indias, arrasadas por un fervor nacionalista, existe la convicción de que el país puede derrotar a su adversario.
«Es una creencia delirante», sostiene Bhadrakumar, ya que China es una superpotencia que «ha modernizado fenomenalmente sus fuerzas armadas con tecnologías que tienen un efecto multiplicador de fuerza que está mucho más allá de la capacidad de la India».
En este clima, la abrogación del artículo 370 de la Constitución india para cambiar el estatuto de Jammu y Cachemira, fue una «línea roja» que Nueva Delhi se decidió a cruzar sin escuchar las quejas de Pekín. Autoridades indias declararon que «algún día» van a recuperar Aksai Chin, arrebatándole el control a China.
El análisis de Roy es más duro aún, al detenerse en la razones políticas y culturales de lo que denomina como «ascenso del nazismo hindú». Sostiene que el RSS (Rashtriya SwayamsevakSangh), fundado en 1925, es «la nave nodriza del gobernante Partido Bharatiya Janata», influenciado «por el fascismo alemán e italiano».
Los miembros del RSS compararon a los 200 millones de musulmanes de la India «con los judíos de Alemania, y creyeron que los musulmanes no tienen lugar en la India hindú». Agrega que el RSS «tiene 57.000 shakhas (sucursales) en todo el país y una milicia armada y decidida de más de 600.000 voluntarios». Tiene además enorme influencia en las Fuerzas Armadas.
El primer ministro Modi fue miembro del RSS desde niño. En julio de 2013, un periodista de Reuters le preguntó si lamentaba el pogromo de 2002 en Gujarat, donde 2.500 personas, casi todas musulmanas, fueron asesinadas a plena luz del día y las mujeres violadas en grupo en las calles. «Respondió que lamentaría incluso la muerte de un perro si accidentalmente terminaba bajo las ruedas de su automóvil», escribe una indignada Roy.
Siete millones de personas habitan el valle de Cachemira, «un gran número de las cuales no desean ser ciudadanos de la India y han luchado durante décadas por su derecho a la autodeterminación, están encerradas bajo un asedio digital y la ocupación militar más densa en el mundo», denuncia Roy.
Con el régimen de Modi, «los musulmanes indios han sido privados de sus derechos y se están convirtiendo en las personas más vulnerables: una comunidad sin representación política, sin voz».
Tres consideraciones
- Los medios occidentales no se molestan en informar sobre la deriva ultraderechista de la India, aliada de los EEUU, mientras denuncian la persecución china de los musulmanes de Xinjiang.
- La ofensiva de la India en la frontera con China, sumada a la anexión de Cachemira y Jammu y la persecución de los musulmanes, dibuja un panorama irritante para Pekín, que observa cómo se cierra un cerco desde Japón, el mar del Sur de China y Taiwán, hasta el océano Índico y la India continental.
- El tono fuerte de los medios chinos y del Gobierno parecen más que justificados ante esta tremenda situación. El más reciente editorial de Global Times arremeta contra el nacionalismo hindú y advierte: «La mayoría de las armas avanzadas de China se fabrican en el país, pero todas las armas avanzadas de la India se importan».
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Por Raúl Zibechi – Periodista e investigador uruguayo, especialista en movimientos sociales, escribe para Brecha de Uruguay, Gara del País Vasco y La Jornada de México, autor de los libros ‘Descolonizar el pensamiento crítico’, ‘Preservar y compartir. Bienes comunes y movimientos sociales’ (con Michael Hardt), ‘Brasil Potencia. Entre la integración regional y un nuevo imperialismo’, entre otros.