Chile es un país reconocido por sus vinos, de los cuales los más prestigiosos se agrupan en la zona centro del país. Hoy gracias a una investigación universitaria y a la tradición irrumpe un vino del extremo norte de la nación sudamericana, una cepa única rescatada de vides olvidadas que lograron sobrevivir en el desierto más árido del mundo.
El vino llegó a Chile de la mano de los conquistadores españoles y pasó de producirse de manera artesanal para el consumo familiar a convertirse en una importante industria a fines del siglo XIX. Ha inspirado a poetas, escritores, músicos y artistas, formando parte de cultura, el patrimonio y la identidad chilena.
La longitud del país sudamericano, que se extiende a lo largo de 4.000 kilómetros, le permite contener una original variedad de geografías y climas, que se reflejan en sus vinos, con un sorprendente mosaico de sabores y cualidades, provenientes de distintas cepas.
Junto a la tradicional uva país, introducida por los españoles, existen muchas otras variedades de vides, también introducidas desde Europa y conocidas internacionalmente, que se encuentran en los primeros lugares de preferencia a nivel mundial.
Chardonnay, sauvignon blanc, riesling, cabernet sauvignon o merlot, además de otras más particulares, como el carménère y el syrah que casi no se cultivan en Europa, son las principales cepas que se trabajan desde el Valle del Limarí a 500 kilómetros al norte de Santiago, la capital, hasta el Valle del Itata, 400 kilómetros al sur. Ambos valles conforman la frontera norte y sur de las regiones vinícolas de Chile.
Por eso el descubrimiento de una cepa desconocida en la nortina región de Tarapacá, a más de 1.700 kilómetros de Santiago, no solo sorprende por la distancia y la aridez de la zona, sino que abre una nueva historia en la industria del vino en Chile.
Rescate de la tradición
«Buscando una alternativa productiva para la Pampa del Tamarugal se realiza el rescate de estas plantas antiguas, que se encontraban en distintas localidades de la región, plantas relictas (remanentes), que habían sobrevivido a más de 80 años de abandono», señala Marcelo Lanino director del proyecto Vino del Desierto.
El proyecto formó parte de una tesis doctoral. Para llevar a cabo la recolección y su cultivo se instaló en el 2004 un pequeño jardín de variedades, y se comenzó con los análisis de las cepas halladas para determinar si correspondían a una variedad conocida.
«En este jardín se inician las evaluaciones agronómicas y moleculares, para determinar, por un lado, las características productivas y también para identificar las cepas encontradas. Este jardín constituyó las plantas madres para la expansión de la superficie cultivada» detalla Ingrid Poblete, investigadora del proyecto Vino del Desierto.
Cinco fueron las cepas encontradas y analizadas: la primera que se identificó, en Santiago, fue la cepa país. Posteriormente, los ADN se enviaron a España donde se identificaron dos cepas más: gross colman, originaria de Georgia, y ahmeur bou ahmeur de origen argelino.
Dos genotipos blancos quedaron sin identificar, los que se enviaron a Francia al Instituto de Investigación Agronómica, donde finalmente solo se identificó uno, la cepa torrontés riojano, de origen argentino.
Una última muestra quedó sin identificar, y tras la contrastación con cerca de 7.000 genotipos, y al no lograr su individualización, se procedió al registro de la cepa ante el Servicio Agrícola y Ganadero en Santiago de Chile.
En 2016, después de dos temporadas de evaluaciones en terreno, se entrega el registro definitivo de la cepa, constituyéndose en la primera cepa vinífera chilena, bautizada como tamarugal.
«El descubrimiento de esta cepa vino a coronar muchos años de investigación y perseverancia, por lo tanto, un tremendo orgullo de entregar a la región de Tarapacá y al país la primera cepa 100% chilena», confiesan Marcelo Ladino y Ingrid Poblete.
Es posible que su origen se deba a una mutación, dadas las condiciones extremas del desierto que provocaron un cambio genético, que la transformaron en algo nuevo, que le permitió sobrevivir y adaptarse a las condiciones del desierto más árido del mundo, constituyéndose por tanto en un patrimonio genético invaluable.
Vinificación y comercialización de las cepas del desierto
Mientras se hacían las identificaciones de las cepas, el proyecto del Vino del Desierto, comenzó a sembrar en superficie y a realizar su primera vendimia en 2006 de manera artesanal, con el tradicional pisado de uva, incluyendo las vides procedentes del jardín de variedades.
«Utilizamos las plantas que teníamos en un viñedo antiguo y las que estaban en el jardín de variedades. En una primera etapa generamos un vino de tipo artesanal, posteriormente logramos incrementar la superficie por medio de un proyecto denominado Fondo para la Innovación y Competitividad (FIC- 2011) de la Región de Tarapacá», detallan ambos investigadores.
Este fondo, cuenta Lanino, les permitió adquirir el equipamiento tecnológico para lograr un proceso enológico moderno utilizando estanques de acero inoxidable, máquinas, equipos e instrumentos y un laboratorio para controlar los procesos y lograr un vino de tipo comercial.
Junto a un equipo de colaboradores conformado por profesionales, técnicos y trabajadores recolectores de la viña, todos tarapaqueños, comienzan a elaborar las distintas variedades de vino.
Cinco años después la dedicación al proyecto y el hallazgo de la nueva cepa el Vino del Desierto tuvo su reconocimiento. El 2018 la vid originaria Tamarugal, en su versión blanco abocado, obtuvo medalla de oro en el concurso internacional Catad’Or Wine Awards, lo cual ratifica la calidad del vino.
Ese mismo año se adjudican un segundo proyecto FIC para implementar el Enoturismo del Vino del Desierto, que les permitió establecer una ruta del vino. Inaugurado en agosto del 2019, con esta actividad turística comenzaron a dar a conocer los productos de la investigación aplicada por más de 15 años.
Una difusión que se ha visto afectada por la pandemia del COVID-19, «principalmente en la vinculación con el público en general, interrumpiendo las actividades de difusión en terreno, especialmente en el desarrollo de la Ruta del Vino del Desierto», explica Poblete.
La producción de vino continuó, según señala Lanino, aunque con menos personal. Además, se incrementó en forma sustancial el uso de redes sociales y participación de reuniones virtuales, «de manera de continuar respondiendo a las consultas y preguntas que nos llegan respecto al proyecto».
El futuro
Para Lanino y Poblete las proyecciones, pasan por fortalecer la identidad territorial, transmitiendo los resultados que han logrado en estos años a los agricultores de la Región de Tarapacá, «considerando las plantas, la experiencia y el paquete tecnológico para poder producir Vino del Desierto».
Para ello están postulando a recursos regionales para poder habilitar por lo menos a 10 agricultores de distintos lugares para que puedan «realizar el cultivo, aprender los manejos y las actividades requeridas para el desarrollo del viñedo», ampliando los conocimientos y las fuentes de trabajo de su región.
Por Carolina Trejo – Licenciada en Historia y Comunicación Social y Periodismo. Ha sido periodista de investigación y realizadora en televisión durante los últimos 20 años. Comenzó en 1997 en el programa de reportajes con más antigüedad de la televisión pública chilena, Informe Especial y luego se incorporó al área de reportajes de Canal 13, donde ejerció de directora, editora y guionista en diferentes proyectos documentales. Ha recibido premios del Consejo Nacional de Televisión de Chile, fue finalista del Premio Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo en 2014. Actualmente es académica de la Escuela de Periodismo de La Universidad de Chile y la Universidad de Santiago.