Hablar de pandemia es referirse a una enfermedad de rápida propagación mundial. De ahí, precisamente, que en un mundo híper conectado, no sean pocos los que apunten al COVID-19 como un indeseable efecto de la globalización.
Por obvio que parezca, una economía como la nuestra, abierta al mundo, pagará las consecuencias de una crisis global, pero no por la globalización misma, sino por no haberse preparado para insertarse en ella más allá de la exportación de materias primas. En efecto, la diversificación productiva, la necesidad de una mayor inversión en ciencia y tecnología, de capacitar más y mejor a nuestro capital humano, son lecciones urgentes de aprender y que deben ir acompañadas de una fuerte campaña de concientización ciudadana para lograr también objetivos sanitarios.
No puede atenderse la necesidad de reactivación económica sin la recuperación sanitaria y para ello es fundamental no confiarse de las “leves mejorías”; aprender de una buena vez a ser previsores, a entender que las medidas de higiene no deben ser vistas como obvias y comprendidas por todos pues, la política pública puede naufragar si no hay conciencia ciudadana.
En el futuro, tal como ocurre en Europa, serán recurrentes los rebrotes de COVID-19 en Chile. Esto nos acompañará por mucho tiempo en lo sanitario y será el telón de fondo de una economía deprimida, con una disminución histórica del flujo de comercio internacional, pero con la oportunidad de mirar hacia adentro para mejorar hacia afuera, de prepararnos mejor, porque si bien esta pandemia ha sido global, sus efectos locales no han sido iguales para todos.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Por Catalina Maluk Abusleme – Directora Escuela de Economía y Negocios:; Universidad Central de Chile (UCEN).