A Occidente no le gusta ni le conviene a sus intereses la Rusia de hoy, fuerte y firme. Por eso la rusofobia desatada frente a la reciente consulta pública sobre las enmiendas a su Constitución tiene el afán de desacreditarla frente a la comunidad internacional y tratar de generar disconformidad y fisuras internas.
Los medios de información hegemónicos, algunos institutos políticos y ONG utilizaron todos los medios posibles para hacer conocer su rechazo al procedimiento democrático ruso. Incluso intentaron disuadir a los votantes rusos de ir a la votación para realizar enmiendas a la Constitución.
Los ataques fueron muy lejos, pues se denunció que en pleno proceso de votación hackers habían intentado atacar al sistema de votación electrónica, pero que fueron frustrados con éxito.
Ante las críticas vertidas desde Washington, la portavoz del Ministerio de Exteriores de Rusia, María Zajárova, requirió a EEUU a dejar de inmiscuirse en los asuntos internos de Rusia. EEUU no es el mejor ejemplo de democracia, menos de respeto a la soberanía de otros, pues es el país que tiene presencia militar en decenas de países, sin autorización del Consejo de Seguridad de la ONU.
Resurgiendo de las cenizas
La Rusia de hoy ha superado con creces la crisis de los años 80 y 90 del siglo pasado, cuando estuvo al borde de la guerra civil, la división y tal vez su desaparición.
Hace 30 años, me tocó vivir parte de esa etapa triste de la historia de este país. La llamada perestroika, el desgaste político de la élite gobernante, una serie de factores internos y externos condujeron a una implosión de dimensiones inimaginables.
Se derrumbó la URSS y con ella la esperanza de millones que anhelaban construir un sistema justo, alternativo al capitalismo.
En poco tiempo, las 15 antiguas repúblicas socialistas soviéticas se sumieron en profunda crisis, entre ellas Rusia, donde pulularon mafias que controlaban y asaltaban las riquezas del país sin control. El peligro de que armas de destrucción masiva e insumos peligrosos caigan en manos irresponsables era inminente.
Hubo muchos interesados —entre ellos algunos gobiernos externos, ONG y ciertos organismos internacionales— en que no quedase ni un solo rastro del país que se atrevió a soñar y construir un Estado soberano, distinto al predominante capitalismo.
Las imágenes de esa época rayaban en lo surreal, la presencia de campamentos de refugiados en plena Plaza Roja, gente huyendo de sus pueblos, personas pidiendo limosna en las calles, sin techo, sin medios, sin salario. Un escenario que ni los guionistas más osados se habrían atrevido a escribir.
Pero esos sucesos son ahora parte de la historia que aún hay que analizar, escribir y aprender. La Rusia de hoy es distinta. Tampoco es la Rusia soviética que millones aún añoran.
Rusia existe desde hace más de 1.000 años y, como todos los países, ha transitado por muchas etapas trágicas y gloriosas y todo eso es parte de sus cimientos como Estado.
En ese bagaje histórico, aún fresco en la memoria, destaca su etapa como parte de la Unión Soviética y sostiene en sus hombros el triunfo sobre la Alemania nazi, como indiscutible líder que derrotó a dicha plaga y liberó al mundo del nazismo.
Pero en 1993, cuando se adoptó la Constitución Política de Rusia que sustituyó a la Constitución soviética, como lo afirma el presidente de Russkiy Mir (Mundo Ruso), Viacheslav Nikonov, los redactores de dicho texto «consideraban que Rusia no debería ser un Estado soberano porque creían que Rusia debería ser parte de alguna organización, entrar en la Unión Europea, en la OTAN, u otro lugar».
Peor aún, «esa constitución fue escrita por personas que creían que Rusia no tenía pasado» y la tarea principal de quienes escribieron el texto final tenía la intención de «sacudir como el polvo de nuestros pies y para siempre, nuestra historia», asevera Nikonov.
La década de los 90 fue la época en que Rusia vivió momentos tectónicos que amenazaban toda su existencia. Los enfrentamientos políticos entre el congreso de los soviets y la corriente del entonces presidente Borís Yeltsin para abandonar la Constitución soviética trajo mucha violencia, pues se trataba de un cambio fundamental.
Se eliminó el papel principal y rector del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) que era el núcleo del sistema político de la URSS y otro cambio fundamental realizado en 1992 se refirió al abandono del sistema económico de propiedad socialista de los medios de producción y se introdujo la propiedad privada.
Fueron momentos muy difíciles para el pueblo ruso que fue sometido a medidas económicas conocidas como la terapia de shock por indicaciones de organismos financieros internacionales, que ocasionó pobreza, contradicciones y desesperanza. El tejido social, político, económico se hizo pedazos.
En esas condiciones, la Constitución Política de Rusia de 1993 surgió luego de fuertes disputas que se conocen como «la crisis constitucional», uno de cuyos tristes episodios se vivió el 3 y 4 de octubre de ese año en la Casa de los Soviets, con decenas de víctimas mortales.
Hoy la historia es distinta
Cuando Vladímir Putin anunció realizar cambios en la Constitución de 1993 mediante una consulta popular, debe quedar claro que no fue una propuesta al azar. El Kremlin no toma decisiones al calor de las emociones momentáneas. Es más, aún está fresca en la memoria la crisis de los años 90.
El pasado 1 de julio, más del 77% de los ciudadanos rusos se expresó a favor de la aprobación de las enmiendas a la carta magna de Rusia y contó con una asistencia de 67,97% de los habilitados a votar. Más de 200 enmiendas fueron aprobadas.
Fue un proceso democrático y soberano de Rusia, donde se dispuso de seis días de votación para evitar aglomeraciones y proteger la salud de los 108 millones de ciudadanos con derecho al voto.
El 21% de los votantes se expresó en contra de los cambios. Entre quienes expresaron ese rechazo está el partido comunista PCR liderado por Genadi Ziuganov, que es uno de los varios partidos comunistas, pero con representación parlamentaria.
En un comunicado, el PCR indicó que su respuesta es «no a los cambios de a la Constitución de Rusia» y que tienen su propia propuesta de nueva Constitución.
Uno de los puntos de discordia fue el referido a la posibilidad de que el actual presidente, Vladímir Putin, pueda presentarse como candidato en 2024.
Al respecto de dicha opción, se puede aquilatar que de esa manera se pone un punto aparte, hasta 2023, a las posibles especulaciones e incluso posibles disputas que pudieran emerger respecto a un nuevo candidato del partido actualmente gobernante.
Solo pasaporte ruso para aspirantes a presidente
Aunque los críticos (en especial desde el exterior) a las enmiendas a la Constitución no lo han mencionado, con seguridad, el artículo 81 sobre requisitos para ser presidente de Rusia es uno de los que menos les gusta.
A partir de ahora para ser presidente de Rusia, el o la ciudadana debe:
- haber vivido durante los últimos 25 años de manera continua en el territorio ruso;
- no tener otra ciudadanía o residencia en otro país;
- tampoco tener cuentas en el extranjero.
Eso cierra las puertas a cualquier oligarca que hoy reside en el extranjero a aspirar a dicho cargo.
Este punto hace suponer que los ataques desde el extranjero hacia estas enmiendas no van a amainar, pues hay intereses digitados tantos desde países europeos como de EEUU que son afectados.
Otro punto que vale destacar es que las nuevas prerrogativas para la Duma se amplían, pues ahora decidirá sobre la composición del Gobierno que proponga el presidente.
Para los críticos a la mención que se hace a «Dios» en los nuevos cambios, cabe recordarles que se ha preservado el artículo 14 que establece que Rusia es un Estado laico y que ninguna religión se define como estatal u obligatoria.
Un tema no menor se refiere a la defensa de la historia. Se ha establecido meridianamente que no está permitido disminuir la importancia de la hazaña de las personas en defensa de la patria. A partir de ahora, es cosa de Estado el defender y repeler cualquier distorsión histórica en especial del triunfo en la Gran Guerra Patria.
Se puede simpatizar o no con las enmiendas a la Constitución de Rusia, pero la decisión es exclusiva prerrogativa del pueblo ruso. Nadie tiene derecho a descalificar procesos que le competen en soberanía exclusiva a los habitantes de un Estado en el marco de sus leyes nacionales.
Por María Luisa Ramos Urzagaste – Ostentó el cargo de vicecanciller de Bolivia (2017). También ejerció como embajadora de Bolivia en España (2016-2017), embajadora en Rusia (2009-2015) y viceministra de Relaciones Económicas de Bolivia (2006-2007).