Por María Luisa Ramos Urzagaste | La niñez en tiempos de pandemia o una década perdida para la economía mundial

Una niña en algún suburbio latinoamericano con hambre, sin libros, sin posibilidad de ir a la escuela, sin acceso a internet, sin una computadora, cada día se aleja más de la posibilidad de salir de la pobreza y junto con ella, todo su país, porque es una de millones.

Según la ONU, en abril de 2020, cerca de 1.600 millones de niños y jóvenes vieron cerrarse sus centros de estudios y cerca de 369 millones de niños que dependen de los comedores escolares tuvieron que buscar otras fuentes de alimentación diaria. La pandemia llegó a afectar a más del 91% de los estudiantes en todo el mundo.

Un mapa elaborado por la Unesco muestra la evolución diaria del cierre de escuelas debido al COVID-19, que al momento afecta al 61% del total de alumnos matriculados en el mundo, con 107 cierres a nivel nacional, donde están incluidos todos los países de Latinoamérica y el Caribe, excepto Uruguay.

En Brasil 52,8 millones de estudiantes están privados de asistir a los centros educativos, en México, 37,5 millones; en Colombia, 12,8; Venezuela y Perú rondan los 9 millones; en Argentina, 14; Perú bordea los 10 millones; en Bolivia aproximadamente tres; en Chile, 4,8 y, en Paraguay, 1,7 millones; en tanto que Uruguay mantiene cierres localizados.

No hay visos de una fecha de apertura y a pesar de que la pandemia aún persiste como emergencia y crisis nacional, los Estados están obligados a buscar soluciones serias, sostenibles y seguras para el retorno a clases.

¿Educación a distancia por WhatsApp?

Una experta del Banco Mundial alertó sobre una «crisis silenciosa» en la región de América Latina incluso antes de la pandemia, donde alrededor del 50% de los estudiantes no podía leer de manera apropiada a la edad de 10 años. Es la cruda realidad de la educación pública en muchos de nuestros países.

Este es apenas un ejemplo y una de las tantas razones por las que no se puede aplicar mecánicamente las soluciones que han encontrado otros países o regiones con realidades diametralmente distintas, que además cuentan con acceso a herramientas tecnológicas.

En Latinoamérica y el Caribe una abrumadora mayoría de estudiantes no tiene computadoras y tampoco acceso a internet. Según cifras oficiales, por ejemplo, en México apenas el 44,3% de los hogares cuentan con computadora como proporción del total de hogares.

De tal modo que no se puede «mover la educación del aula a la casa» pues no existen condiciones. La mayoría de los maestros, que son también padres y madres, no tienen capacidades ni medios para transitar hacia plataformas de aprendizaje a distancia. Tampoco una madre soltera o una familia sometida a alto estrés podrá suplir el rol del maestro, como en algunos casos se ha sugerido.

Mientras tanto los niños y los adolescentes están rápidamente perdiendo el hábito de atención, de leer, y, en general, de aprender. Ni los vídeos, tampoco plataformas como Zoom ni YouTube pueden sustituir las clases presenciales en las aulas, ni siquiera para quienes pueden acceder a esos medios. Y los intentos de usar la televisión, la radio e incluso WhatsApp, son apenas un triste aunque sano amago.

La imposibilidad de ir a la escuela ha incrementado la vulnerabilidad de miles de niños, pues sufren el riesgo de abuso, al quedar solos y expuestos en casa, mientras los padres salen a buscar el sustento diario.

2020, un año perdido

Ante esta realidad, la Unesco advierte que a menos que se implementen medidas decisivas en la próxima década, en 2030 uno de cada seis niños seguirá sin acceso a la escuela y el 40% de los menores no completará la educación secundaria.

El año 2020 será un año perdido para los estudiantes, pero la mayor pérdida como sociedades y países se sentirán en el mediano plazo. Es por eso que se debe empezar a planificar el reinicio de clases desde ahora, acorde a la realidad de cada país y bajo distintas modalidades.

Según el Banco Mundial la educación genera rendimientos elevados y constantes en términos de ingreso y constituye el factor más importante para garantizar la igualdad de oportunidades.

«A nivel mundial, los ingresos por hora aumentan un 9% por cada año adicional de escolarización».

Este solo dato justifica la necesidad de tomar medidas urgentes, pero consistentes para restituir el proceso educativo de los millones de niños y jóvenes, pues de no hacerlo, se ahondará más la brecha entre países y al interior de los mismos.

Las metas de la ONU para 2030 

En 2015 los gobiernos del mundo hicieron un acuerdo global en el marco de la ONU y se planteó 17 metas a lograrse en 2030. Se trata de los objetivos de desarrollo sostenible ODS, que ahora están sufriendo un colosal retroceso.

Según informó el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, la crisis por el COVID-19 está haciendo zozobrar el avance hacia los ODS, pero también requiere que su cumplimiento sea aún más urgente y necesario.

Guterres puso de manifiesto que incluso antes de la pandemia, el ritmo de la reducción de la pobreza mundial se estaba desacelerando y se preveía que no se alcanzaría la meta mundial de acabar con la pobreza para 2030. Según los cálculos, entre 40 y 60 millones de personas se sumirán de nuevo en la pobreza extrema en lo que constituye el primer aumento de la pobreza mundial en más de 20 años.

Una de las metas de los ODS al 2030 se refiere a «asegurar que todas las niñas y todos los niños terminen la enseñanza primaria y secundaria, que ha de ser gratuita, equitativa y de calidad y producir resultados de aprendizaje pertinentes y efectivos».

Hoy con la pandemia esa meta se aleja cada día más.

Los ciudadanos se forman en la escuela

En la escuela se forma el ciudadano, como parte de un proyecto territorial compartido, un país, un estado. Si se interrumpe la educación, se interrumpe la cohesión social, se interrumpe la formación de valores nacionales, culturales, de responsabilidad, de participación, entre otros, y los Estados serán más vulnerables.

Es innegable que los sistemas educativos de la región están lejos de ser los ideales, tampoco son liberadores, y ojalá esta crisis valiera para renovarlos, pero eso está ligado a otros procesos de cambio, de carácter profundamente políticos.

La pandemia vino para quedarse y la posibilidad de nuevas oleadas estará siempre latente y como consecuencia también nuevas cuarentenas, posiblemente más localizadas y estacionales. En función de esa nueva realidad deberán adecuarse los medios educativos formales y una de las principales tareas es evitar la deserción escolar.

Está claro que, ciudadanos sin educación escolar, técnica ni superior no pueden calificar como mano de obra calificada y estarán expuestos a mayor explotación y engaño y como consecuencia con menos posibilidad de escalar social y económicamente.

Hay una necesidad imperiosa de un programa renovado, integral, que seguramente involucrará una combinación de instrumentos semi presenciales y a distancia, que no descarte el acceso libre y regulado a internet y a computadoras para evitar un deslinde total.

El rol de los Estados es garantizar que los niños y jóvenes permanezcan en la escuela, en el colegio y la universidad y deberá buscar medios para lograrlo.

La CEPAL alerta sobre una década perdida producto de la pandemia, además de la caída de la economía mundial con una sincronía sin precedentes y que en la región se trata de la peor contracción de los últimos 100 años. La pobreza aumentará de 186 millones a 231 millones de personas y la pobreza extrema se incrementará de 68 a 96 millones de personas.

Es imprescindible la planificación para el retorno a clases, de otro modo las consecuencias serán aún más catastróficas, pues la educación se constituye en una de las garantías fundamentales para salir de la pobreza y el Estado no debe eludir su función de proveer una educación continua, accesible, gratuita, segura y de calidad.


Por María Luisa Ramos Urzagaste – Ostentó el cargo de vicecanciller de Bolivia (2017). También ejerció como embajadora de Bolivia en España (2016-2017), embajadora en Rusia (2009-2015) y viceministra de Relaciones Económicas de Bolivia (2006-2007).