Este 7 de septiembre se cumplen 34 años del ataque armado que un grupo de jóvenes guerrilleros efectuó contra el dictador chileno Augusto Pinochet y el revisionismo histórico aún es recurrente.
Varios litros de tinta se han gastado en este tema, e incluso el cineasta Juan Sabatini se encuentra afinando los últimos detalles para estrenar Matar a Pinochet, una película sobre este caso.
Pero la pregunta que surge hoy es: ¿era buena idea el asesinato?
«Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición», dijo horas antes de morir el presidente Salvador Allende, mientras era derrocado por sus propias Fuerzas Armadas, entre ellas el general Augusto Pinochet, el 11 de septiembre de 1973.
Estas palabras, que forman parte del último discurso que dio el fallecido mandatario socialista desde La Moneda (sede del Gobierno), mientras la Fuerza Aérea bombardeaba el edificio, volvieron a sonar 13 años después desde una casetera en una pequeña localidad rural a las afueras de Santiago.
El objetivo era arengar a 21 guerrilleros que se aprontaban a cumplir la misión más difícil de sus vidas: asesinar a Pinochet.
La Operación Siglo XX fue desarrollada en el año 1986 por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, una organización guerrillera nacida como brazo armado del Partido Comunista en Chile para combatir al régimen.
La idea era interceptar al dictador, que durante los fines de semana solía ir a descansar a una casa en las afueras de Santiago, y liquidarlo junto a sus escoltas, con armamento militar proporcionado por el Gobierno de Cuba.
Cuando los líderes del Frente les plantearon la idea a sus miembros, no revelaron en qué consistía la operación, pero sí aclararon que había pocas posibilidades de sobrevivir. Sería una misión suicida. Solo 20 hombres y una mujer aceptaron sin vacilar.
Entre ellos había un fontanero, un bombero, un músico y un exseminarista religioso. Si bien todos tenían algo de entrenamiento militar, varios tenían más voluntad que experiencia en combate.
Debido a su geografía, el lugar escogido para el ataque fue la cuesta de Las Achupallas.
A un costado de la carretera por la cual pasaría el dictador tras su descanso, había una loma en la cual se parapetarían los jóvenes guerrilleros, que contaban con varias granadas caseras, fusiles de fabricación estadounidense M-16 y 10 lanzacohetes LAW, un arma antitanque desechable, de un solo disparo.
El atentado se fechó para el domingo 7 de septiembre.
En homenaje a Manuel Rodríguez, el guerrillero chileno que durante la independencia del país luchó contra los españoles utilizando técnicas de espionaje e infiltración, los frentistas se instalaron en una casa de la zona una semana antes, y se hicieron pasar por seminaristas religiosos, persignándose antes de comer, portando crucifijos y rezando todas las noches para no despertar sospechas.
Funcionó.
Con la emoción de haber sido arengados por las últimas palabras de Allende y tras haber cantado el himno de su organización, los 21 guerrilleros se escondieron entre los matorrales, esperando que pasara Pinochet en su auto blindado.
Seis minutos
Los frentistas bloquearon el camino con una casa rodante y encerraron a seis vehículos, en los que iban policías, escoltas, comandos especiales del Ejército, un médico, agentes de inteligencia y Pinochet, que viajaba junto a su nieto de 10 años.
Al detenerse los autos, los guerrilleros abrieron fuego con los fusiles, tomando por sorpresa a la comitiva, que por varios segundos quedó inmóvil.
Tres uniformados murieron baleados y varios de ellos quedaron heridos.
Enseguida, los guerrilleros atacaron con los lanzacohetes. Dos uniformados más murieron por las explosiones y otros tantos saltaron desesperados por un acantilado de 40 metros para salvar su vida.
En determinado momento uno de los vehículos blindados que integraba la comitiva, en una ágil maniobra, logró moverse entre los escombros y retroceder para escapar.
Era el auto de Pinochet.
Uno de los fusileros, a quien aún le quedaba un lanzamisil, presionó el gatillo y disparó directamente a la ventana del gobernante. Pinochet vio el proyectil acercarse y se cubrió junto a su nieto, pero la acción fue innecesaria, ya que por razones que aún se analizan (distancia del disparo, calidad del arma, experiencia del tirador) el misil rebotó, cayó al piso y no explotó.
Tan solo seis minutos duró el operativo que podría haber torcido el rumbo de la historia chilena. ¿Para dónde? Nadie lo sabe muy bien.
¿Era buena la idea de matar a Pinochet?
Muchos afirman que el asesinato hubiese sido un error, principalmente por dos razones: habría convertido al dictador en un mártir para la derecha más conservadora, y posiblemente se habría dificultado la salida democrática que los partidos de oposición consiguieron en 1988, derrocando al régimen a través de un plebiscito ciudadano, y que se concretaría dos años después.
Sin embargo, eso se mastica mirando en retrospectiva. «En el momento, la situación era muy distinta», dijo a Sputnik el periodista Cristóbal Peña, investigador del tema y una de las voces más autorizadas para hablar de la que describe como «la acción más arrojada y espectacular de la resistencia armada contra la dictadura».
«La idea de matar a Pinochet era buena porque en ese momento era un deseo popular. Una acción de justicia merecida en vista de todo lo que hizo la dictadura. Había un sentimiento de revancha por la crueldad del exterminio que llevó a cabo el régimen», afirmó Peña.
El periodista es autor del libro Los Fusileros (2007), donde cuenta cómo se planeó el atentado, su ejecución y las consecuencias que tuvo para quienes participaron del ataque, en una apasionante historia de arrojo juvenil, ideales políticos, torturas y delaciones, con el marco de fondo de una de las dictaduras más sangrientas de la región.
No obstante, Peña aclaró que, a pesar de ser una operación nacida desde el legítimo sentimiento de revancha, «el problema era lo que venía después».
«Los frentistas no tenían un plan claro ni definido si es que cumplían el objetivo de matar a Pinochet. Se pretendía que hubiese una sublevación, pero eso estaba entregado a la suerte», explica el periodista.
Lo que sí está claro es que el régimen terminó en 1990, tras 17 años de asesinatos, torturas, desapariciones y exilios.
Con la llegada de la democracia, Pinochet continuó ocupando cargos de importancia como comandante en jefe del Ejército y senador vitalicio.
A pesar de cargar con más de 300 causas penales por crímenes de lesa humanidad, evasión de impuestos y malversación de fondos, nunca fue condenado. Tuvo una larga vida y murió a los 91 años en una cama del Hospital Militar en Santiago, rodeado de su familia.
Por Francisco Bravo Atias – Corresponsal en Chile de Sputnik desde 2017. Anteriormente trabajó en los diarios La Segunda y El Mercurio. Graduado de periodismo de la Universidad Diego Portales.