Resulta difícil encontrar las hazañas de las mujeres indígenas en las historias oficiales de los Estados Latinoamericanos, aunque ellas hayan sido determinantes en las luchas sociopolíticas de sus pueblos. Los intentos por suprimirlas, anularlas, disminuirlas o desprestigiarlas, en los relatos nacionales, parecen infructuosos frente a nombres como los de Bartolina Sisa, Janequeo, Cacica Gaitana, Juana Azurduy, que lejos de no haber sido borrados, se recuerdan hoy con mayor intensidad.
Junto a sus nombres y a través de los pliegues de los relatos oficiales se han filtrado las múltiples violencias ejercidas con zaña contra los cuerpos de las mujeres indígenas. Desde la violencia sexual hasta el trabajo doméstico forzado, durante la conquista y la colonia europea, han tratado de justificarse con todo tipo de argumentos de época. Y quizás podría ser hoy un tema menor, sino fuera porque el asedio hacia las mujeres indígenas se ha mantenido impune y constante en todo el continente.
Datos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH, 2017) señalan que las mujeres indígenas enfrentan diversos obstáculos, tales como: pocas oportunidades para acceder al mercado laboral, dificultades geográficas y económicas para el acceso a servicios de salud, educación, programas y servicios sociales, con tasas elevadas de analfabetismo, escasa participación política y marginación social. Más aún, el informe sostiene que “la exclusión política, social y económica de las mujeres indígenas contribuye a una situación permanente de discriminación estructural, que las vuelve particularmente susceptibles a diversos actos de violencia”.
Más allá de estos datos, cabe señalar que la mayor violencia de las últimas décadas hacia las mujeres indígenas ha provenido de la criminalización y la judicialización de sus demandas políticas, territoriales y medioambientales. Las nefastas consecuencias han cobrado vidas de mujeres líderes, encarcelando y enjuiciando a muchas de ellas. En Chile Bartola Gineo, Patricia Troncoso, Macarena Valdés, Juana Rosa Calfunao, la machi Francisca Linconao y la machi Millaray Huichalaf son sólo algunas de las mujeres mapuche que han sufrido las consecuencias de oponerse al modelo extractivista de desarrollo económico, impulsado y resguardado por políticas neoliberales.
Pero sin duda el ícono mapuche de las luchas contra las políticas gubernamentales y las empresas transnacionales fueron las hermanas Berta y Nicolasa Quintremán, opositoras a la construcción de la Represa Ralco. Acompañadas de Aurelia, la ñaña Panchita Curriao y otras tantas mujeres y jóvenes de sus comunidades y el resto del país, dieron una infructuosa batalla de más de diez años que, lamentablemente, culminó con la inundación permanente de un cementerio pewenche.
En otros territorios latinoamericanos Berta Cáceres, Aura Lolita Chávez, Leonor Zalabata y tantas otras luchadores indígenas han alzado la voz en pro de los derechos de los pueblos, arriesgando su integridad física e incluso su vida. Portadoras de la tradición, guardadoras de la cosmovisión de sus pueblos, agentes espirituales a cargo del cuidado del agua, los animales y las plantas, han optado por defender hasta las últimas consecuencias su identidad asociada a la naturaleza, sus lenguas, sus costumbres, su sabiduría y su propia forma de entender el mundo.
Así las cosas, podemos observar que a pesar de las múltiples estrategias colonizantes, ha sido vano el intento -de siglos- por mermar el espíritu soberano e independiente de la mujer indígena. Bajo capas de preceptos civilizatorios, políticos, religiosos y económicos que han buscado convertirla en algo que no es, se yergue permanente la mujer indígena, tal como es: insumisa y airragada.
LA OPINIÓN DE LA AUTORA NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Por Maribel Mora Curriao – Directora de la Oficina de Equidad e Inclusión de la U. de Chile.