Las democracias latinoamericanas ya tenían problemas antes del COVID-19 pero la pandemia los hizo más urgentes, dijo la politóloga argentina Flavia Freidenberg. La experta advirtió sobre el efecto de «liderazgos polarizantes» en la región, aunque destacó que el continente acumule 40 años de «democracias electorales».
Tras un final de 2019 con protestas multitudinarias en Chile y Ecuador, un golpe de Estado en Bolivia y la disolución del Congreso en Perú, parecía que el 2020 no podía ser más desafiante para las democracias latinoamericanas. Sin embargo, la pandemia de COVID-19 volvió a poner a prueba a los sistemas democráticos de la región en un contexto marcado por recortes de libertades en favor de medidas sanitarias.
«La crisis sanitaria encuentra a las democracias latinoamericanas en un punto de inflexión», dijo a Sputnik Flavia Freidenberg, investigadora del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Autónoma de México (UNAM) y Coordinadora de la Red de Politólogas.
Según Freidenberg, el coronavirus cambió el panorama latinoamericano en un momento en que las democracias de la región «ya enfrentaban una serie de desafíos y problemas», especialmente relacionados con la «desigualdad estructural» de la región, la debilidad de los Estados a la hora de aplicar medidas sanitarias que lleguen a toda la población y la sobrecarga de los cuidados sobre las mujeres, entre otros.
En ese sentido, la experta afirmó que, más que crearlos, la pandemia «visibiliza una serie de problemas que las democracias ya tenían» y advirtió sobre la necesidad de atender estos problemas debido a que la «es muy probable que esta crisis genere más pobreza y más desigualdad y evidencie la poca atención que le estamos dando al medio ambiente».
¿Crisis de confianza?
Según Freidenberg, la pandemia de COVID-19 hizo que se instaló en marzo en un continente en el que ya existía una «desconfianza estructural» hacia las instituciones y la clase política, vista en muchos casos como incapaz de responder los problemas cotidianos de la ciudadanía.
Aun así, el impacto que tuvo el coronavirus en las sociedades motivó un acercamiento de la población a sus gobernantes. «Es un fenómeno psicológico: en un momento de crisis tendemos a confiar en el que gobierna», apuntó.
Así, la sorpresa inicial que provocó el COVID-19 llevó a las poblaciones latinoamericanas a dar una carta de crédito a sus gobiernos. Eso, consideró Freidenberg, demostró «la resistencia de la democracia frente a situaciones de crisis» porque «de un día para otro los gobernantes le pidieron a la gente que se metiera adentro de la casa, que dejara de circular, relacionarse y manifestarse y la gente lo hizo».
La investigadora de la UNAM explicó que esa aceptación inicial se tornó problemática cuando la gestión de la pandemia «no dio lo resultados que la gente había puesto como expectativa».
Fue en ese momento cuando, según Freidenberg, fue notoria la diferencia entre dos tipos de liderazgos que se dieron en el mundo: los que definió como más «empáticos» y los que calificó como más «confrontativos».
Los primeros, que ejemplificó en figuras extralatinoamericanas como Ángela Merkel en Alemania, Jacinda Ardern en Nueva Zelanda o Sanna Marin en Finlandia, se caracterizaron por gestiones de la pandemia «más cercana a la gente, más resiliente y más respetuosa de lo que decían los científicos». Del otro lado, aparecieron liderazgos «más polarizantes, menos respetuosos de la ciencia y más tentados a imponer que a discutir y dialogar».
Para Freidenberg, América Latina se caracterizó más por este tipo de respuestas —con los casos de Argentina y Perú, por ejemplo, con cuarentenas obligatorias, o Brasil, con cuestionamientos del presidente Jair Bolsonaro a las recomendaciones de los científicos—, aún incluso cuando la mayoría de las respuestas a la pandemia en el continente se adoptaron dentro de los marcos institucionales vigentes.
Fueron en países con este tipo de respuestas en los que la población «se está impacientando porque les están exigiendo limitar una serie de derechos y no ven resultados positivos».
Las democracias latinoamericanas también han visto crecer la tensión entre la protección sanitaria y la libertad de expresión, con la realización de protestas anticuarentena o cuestionamientos a las políticas sanitarias de los países. Para Freidenberg, El Salvador, Brasil y Colombia aparecen como los países de la región donde estas tensiones han ido al máximo
Para la experta, estos aspectos «ponen a la luz una serie de limitantes del funcionamiento de nuestras democracias».
El vaso medio lleno
Pero a pesar de los problemas, para Freidenberg el panorama de las democracias en América Latina puede no ser tan desalentador. Consultada sobre un posible aumento de la influencia policial y militar en la región como consecuencia de las medidas sanitarias, la experta desestimó la posibilidad de «retrocesos democráticos» en este sentido.
Además, destacó que tras las dictaduras de los años 70 y 80, la región acumula «40 años de democracias electorales» y ha sabido «garantizar la alternancia de poder», además de promover la inclusión en el debate público de colectivos históricamente relegados como, sin ir más lejos, las mujeres.
«Es el momento de mayor democracia en la historia de América Latina. El problema es que hay muchas deudas pendientes y por eso hay que fortalecer el debate público», propuso, reivindicando la necesidad de «democratizar la democracia».
A propósito, la investigadora destacó la realización de instancias de debate como Democracia Viva, un foro en el que más de 50 organizaciones sociales de América Latina discutirán en septiembre sobre la necesidad de un «nuevo acuerdo democrático» que según Freidenberg debe ser «más resiliente, más feminista, más horizontal y más colaborativo».