La caída de los grandes imperios se debió siempre a una combinación de causas externas e internas. Cuando fueron conquistados o destruidos por ejércitos invasores, ya vivían un proceso de deterioro irreversible. En gran medida, por no haber comprendido las fuerzas, a menudo ocultas, de su decadencia.
El imperio estadounidense parece no querer aprender de la historia. Ha extendido su poder militar a todos los rincones del planeta, con alrededor de 850 bases militares desplegadas en los cinco continentes, para controlar mares y océanos, cielos y tierras, incluyendo el espacio, intentando abarcarlo todo, sin dejar resquicios por donde puedan colarse otras potencias.
En ese empeño desmesurado, ha generado lo que un analista iraní denomina como «aislamiento silencioso». El abuso de las sanciones económicas a todo aquel que no se pliegue a su esfuerzo imposible para mantenerse como superpotencia única, lo ha llevado a atacar incluso a sus aliados, como sucede con Alemania a raíz del gasoducto Nord Stream 2, que llevará gas desde Rusia hacia Europa.
El abuso de la política de sanciones está dando resultados opuestos a los deseados por la Casa Blanca. La primera ministra del estado Mecklemburgo-Pomerania occidental, Manuela Schwesig, declaró días atrás: «Las amenazas de EEUU a los directores y empleados del pequeño puerto de Mukran, que no hicieron nada ilegal y se ocupan del tendido del gasoducto que es legal, así como el hecho de que las amenazas proceden de la nación amiga a la que debemos este año el 30 aniversario de la reunificación de Alemania, son terribles».
Lo más ridículo y grotesco han sido las sanciones a opositores del gobierno de Nicolás Maduro, por participar en los que EEUU considera «farsa electoral». Estos venezolanos antichavistas han sido sancionados por el Departamento de Estado «por su complicidad en apoyo a los esfuerzos de Maduro de privar al pueblo de Venezuela del derecho a elegir a sus líderes a través de elecciones libres y justas».
Extender en demasía las ambiciones imperiales y enemistarse incluso con sus aliados, forma parte de lo que el diplomático Alfredo Toro Hardy define en el Observatorio de la Política China, como falta de «consistencia estratégica». En su opinión, dicha consistencia pasa por «un curso de acción sostenido en la persecución de objetivos claros», que implica «la presencia de un mapa de ruta» y además «la capacidad para evitar la distracción y el desvío».
Una de las distracciones innecesarias para quien está embarcado en una dura competencia estratégica, es la política hacia Irán, que el diplomático define como «absolutamente innecesaria». Después de diez meses de ausencia en el Golfo Pérsico, esta semana la Quinta Flota anunció que un grupo de ataque liderado por el portaaviones USS Nimitz pasó por el Estrecho de Ormuz, con los cruceros USS Princeton y USS Philippine Sea y el destructor USS Sterett.
Según el ex embajador indio MK Bhadrakumar, «si la campaña del presidente Donald Trump para las elecciones estadounidenses no avanza, podría recurrir a algunos trucos desesperados». Citando a Trita Parsi, fundador del Consejo Nacional Iraní Americano, el Plan B de Mike Pompeo «consiste en provocar que Irán use la fuerza, lo que proporcionaría una coartada para que el ejército estadounidense lleve a cabo ataques de represalia´».
La segunda cuestión es la fractura social de la sociedad estadounidense, que se viene agravando por la creciente e insostenible desigualdad y por la guerra entre demócratas y republicanos, que ganó varios escalones desde el triunfo electoral de Donald Trump en 2016.
Ya en mayo de este año, el Laboratorio Europeo de Anticipación Política (LEAP), sostuvo que existe un riesgo significativo de descarrilamiento del proceso electoral estadounidense, con el probable «bloqueo en el nombramiento del próximo jefe del Poder Ejecutivo de los Estados Unidos».
Desde aquel momento, los problemas se han agravado, estima el LEAP, en participar por la previsible masiva utilización del correo en el contexto de la pandemia de coronavirus. «Los demócratas ven en ello una oportunidad para modificar la base electoral en su beneficio, extendiendo el acceso al voto a poblaciones que fueron hábilmente mantenidas a distancia por sus antiguas características electorales; mientras que los republicanos creen que los servicios postales americanos no son suficientemente fiables, abriendo así el camino al fraude».
La guerra interna es tan feroz, que incluso el nombramiento de un nuevo integrante de la Corte Suprema enerva los ánimos y provoca hondas divisiones en la sociedad. En efecto, Trump quiere nombrar a quien suceda a la jueza Ruth Bader Gingsburg, fallecida días atrás, antes de las elecciones del 3 de noviembre, mientras los demócratas se oponen porque torcerá el relativo equilibrio existente en la Corte.
La guerra por el control de la Corte tiene estrecha relación con las elecciones. En la medida en que el voto por correo será muy disputado y no cuenta con garantías, «el papel de la Corte se acrecienta, como se demostró en la disputa de Florida en 2000, zanjada por una sentencia dictada por la propia Corte», que puede además anular leyes del Congreso y de asambleas estatales y forzar incluso al presidente a tomar determinadas medidas.
Una parte de la sociedad acusa a Trump de estar pergeñando un golpe de Estado durante la campaña electoral. En una conferencia de prensa en la Casa Blanca, se le preguntó a Trump si «se comprometería hoy aquí para una transferencia pacífica del poder después de las elecciones». Respondió: “Vamos a ver qué pasa. Sabes que me he quejado mucho de las papeletas. Y las papeletas son un desastre». El entrevistador insistió y le preguntó si habría una transición pacífica: «Francamente, no habrá una transferencia. Habrá una continuación».
Como señala Toro Hardy, «tales divisiones se han fusionado con las identidades partidistas, desatando una profunda polarización social. Dos sociedades enfrentadas coexisten lado a lado, demonizándose y buscando destruirse. El país evidencia, como resultado, una gigantesca fractura horizontal que está tornando cada vez más inoperativas a sus instituciones».
Mientras China tiene muy claro su objetivo estratégico y lo está transitando, EEUU se ha convertido en una potencia impredecible y, según el diplomático, «crecientemente ineficiente».
En palabras del analista David Goldman en Asia Times, uno de los más lúcidos del momento, EEUU juega al Monopoly, «en el que los jugadores intentan extraer rentas». Por su parte, «China está jugando el antiguo juego de estrategia Go, con el objetivo de la supremacía tecnológica».
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Por Raúl Zibechi – Periodista e investigador uruguayo, especialista en movimientos sociales, escribe para Brecha de Uruguay, Gara del País Vasco y La Jornada de México, autor de los libros ‘Descolonizar el pensamiento crítico’, ‘Preservar y compartir. Bienes comunes y movimientos sociales’ (con Michael Hardt), ‘Brasil Potencia. Entre la integración regional y un nuevo imperialismo’, entre otros.