Estados Unidos sigue eligiendo a sus presidentes cómo lo hacía en el siglo XIX, con un sistema de voto indirecto que recae sobre integrantes de un Colegio Electoral que casi nadie identifica. Conoce cómo se nombra a los 538 electores que definirán entre Donald Trump y Joe Biden y cuáles siguen siendo las polémicas asociadas a este sistema.
Los rostros del republicano Donald Trump y el demócrata Joe Biden acaparan noticias y publicidades en todo Estados Unidos de cara a las elecciones generales del próximo 3 de noviembre. Sin embargo, hay otros 538 nombres que poco se conocen y que bien pueden considerarse como los que verdaderamente definirán el futuro del país norteamericano: son integrantes del Colegio Electoral, un organismo que sigue convirtiendo a EEUU en una extraña excepción en el mundo democrático.
A diferencia de la mayoría de los países con sistemas presidencialistas, en EEUU los electores no votan directamente a su presidente, a pesar de que en el día de la elección deban votar por un candidato a la Presidencia. En realidad, el apoyo de cada votante sirve para designar a los integrantes de los colegios electorales que, semanas más tarde, se pronunciará a favor de uno u otro candidato.
El proceso electoral estadounidense comienza meses antes de las elecciones nacionales, con las primarias o caucus. En los primeros, los electores de cada estado votan por su candidato preferido dentro de su partido, mientras los segundos —utilizados solo en algunos estados— se tratan de asambleas en los que dirigentes estatales de los partidos votan por un candidato.
De las primarias surgen las convenciones nacionales de Demócratas y Republicanos, que oficializan cuál será el candidato único de su partido para las elecciones nacionales de noviembre. Cumplido este paso, los candidatos se lanzan al último tramo de la campaña, ya integrando una fórmula con un candidato a vicepresidente.
De cara a la etapa final del proceso electoral, cada partido escoge a sus potenciales electores en cada estado, que tendrá en el Colegio Electoral tantos electores como representantes tenga en el Congreso (sumados el Senado y la Cámara de Representantes). Así, existen estados «grandes» como California, que tiene 55 electores, o Florida y Nueva York, ambos con 29; mientras otros más pequeños como Vermont, Carolina del Norte o el propio Distrito de Columbia (DC), solo tienen tres.
Para escoger a sus potenciales electores, los partidos tienen algunas restricciones. Según la Constitución estadounidense, no pueden ser electores los diputados o senadores ni las personas que trabajan para el Estado. Tampoco pueden serlo quienes hayan estado «bajo insurrección o rebelión contra los Estados Unidos o que hayan dado ayuda y resguardo a sus enemigos», en una disposición que se mantiene desde la Guerra Civil estadounidense.
La forma en que se integran los colegios electorales también es particular. Solo dos de los 50 estados —Maine y Nebraska— conforman sus colegios electorales estatales de forma proporcional a los votos, de forma similar a la que se utiliza para definir los escaños en el Congreso (que sí se elige de forma directa). En los 48 restantes y en DC, el candidato que tenga más votos el día de las elecciones se queda con la totalidad de los electores.
Para ser electo presidente, un candidato debe asegurarse contar con el apoyo de al menos 270 de los 538 electores. Como se supone que los electores ya tienen su apoyo comprometido, en la mayoría de los casos es posible proyectar quién será el próximo presidente de Estados Unidos en la misma noche de los comicios.
Sin embargo, el Colegio Electoral recién se reúne formalmente a mediados de diciembre (en 2020 será el 14 de diciembre) para votar al presidente y al vicepresidente.
El origen del Colegio Electoral se remonta a la primera Constitución de EEUU aprobada en septiembre de 1789, cuando el contexto político era bastante diferente al actual. En aquel momento la idea del voto popular directo no era una opción válida en las nacientes repúblicas debido a la poca comunicación entre la población y sus gobernantes, según recordó Gary Gregg, director del centro de estudios McConnel de la Universidad de Lousville, consultado por el portal oficial Share America.
¿Los electores pueden votar cómo quieren?
Al tratar de una forma de voto indirecto, el sistema electoral estadounidense agrega una etapa al proceso electoral en la que podría darse que el resultado final no se corresponda con el voto popular. De hecho, la Constitución estadounidense no establece que los electores deban respetar el resultado popular de su estado, por lo que podría manifestarse en forma diferente al de los votantes que lo colocaron en el Colegio Electoral.
Sin embargo, y a pesar de que hay pocas ocasiones en que los electores cambiaron su voto, la libertad de los electores ha sido un tema de discusión para el sistema político estadounidense. Por eso, en julio de 2020 la Suprema Corte estadounidense emitió una resolución habilitando a los estados a «obligar» a sus electores a respetar la voluntad popular de los votantes, de forma de restringir su libertad al momento de elegir al presidente.
Se trata de una forma de evitar que haya «electores disidentes», tal como se los conoce habitualmente en EEUU. En realidad, la historia de las elecciones estadounidenses no pasa de una decena de electores que cambiaron su voto o se abstuvieron y en la práctica nunca modificaron una elección. En 2016, algunos electores demócratas y republicanos coquetearon con la idea de desoír el mandato de sus estados para impedir la proclamación de Trump, que en la práctica había tenido 2,8 millones de votos menos que su contendiente Hillary Clinton. Finalmente eso no se concretó y el empresario accedió a la Casa Blanca.
Que un candidato obtenga más votos pero no termine siendo el presidente no es una rareza en Estados Unidos. No solo sucedió con Trump y Clinton en 2016; también se había dado en el año 2000, cuando el demócrata Al Gore superó a George W. Bush por unos 500.000 votos pero perdió en el Colegio Electoral.
Este particular fenómeno se explica por los 48 estados que asignan todos sus electores al candidato más votado en las elecciones, independientemente de la distancia que obtenga sobre su contendiente. Si un candidato gana por un voto de distancia sobre el segundo, igual se quedará con el 100% de los electores, mientras su contendiente no tendrá votos de ese Estado en el Colegio Electoral.
Otra de las circunstancias extrañas que pueden darse es que ninguno de los candidatos reúna los 270 votos necesarios en el Colegio Electoral. En esos casos la decisión pasa a la Cámara de Representantes, que deberá elegir al presidente entre los tres candidatos más votados en la elección general. En esa instancia, el candidato que consiga el voto de 26 diputados será el presidente. Mientras tanto, el Senado elige al vicepresidente, entre los dos candidatos más votados.