Por Manuel José Irarrázaval | ¿Respirar o comer?

En estos momentos enfrentamos un importante aumento de los contagios por Covid-19. A pesar de los esfuerzos y campañas que los responsables del manejo de la pandemia han implementado, no faltan quienes aprovechan esta circunstancia para apuntar con el dedo y censurar a nuestras autoridades, olvidando que una enorme mayoría de los países, incluso muy desarrollados, enfrentan una situación similar o peor.

Esta pandemia es una experiencia nueva, de la que no conocíamos sus características y para la cual, estábamos poco preparados ni teníamos respuestas comprobadamente eficaces. La respuesta generalizada en todos los países, incluido Chile, fue “esconderse del virus”. Porque en último término, eso es lo que implican las cuarentenas implementadas mundialmente.

Esta es una estrategia probadamente eficaz, por cuanto el virus se transmite de persona a persona cuando tiene contacto cercano con un enfermo.

Sin embargo, tiene costos que se manifiestan en plazos medianos o tardíos. Algunos de los cuales ya son muy visibles en nuestro país como son: el deterioro de la convivencia doméstica; la postergación de atenciones médicas, que a veces implican enfermedades complejas afectando la calidad y los años de vida; el daño a la estructura económica y productiva y el consecuente aumento de la cesantía; el deterioro en la educación y los progresivos costos emocionales y de salud mental. Situación que ha hecho que en algunas ciudades del país las personas comiencen a rebelarse a estas medidas, como sucedió en Magallanes.

El dilema entonces se podría caracterizar como escoger entre las alternativas de respirar o comer. La supresión de la respiración es fatal en pocos minutos, la de la alimentación, en pocos días, pero ambas son fatales.

Por lo tanto, no es razonable plantear cuarentenas totales interminables. Debemos perfeccionar la estrategia de diagnóstico oportuno y las restricciones de la movilidad, en forma selectiva y flexible, de modo de disminuir los “costos” de la cuarentena y minimizar los riesgos de contagio, de manera muy focalizada.

La esperanza en la vacuna no ofrecerá protección masiva como para “volver a lo de siempre”, hasta tener vacunados a cerca del 75% de la población, más o menos 15 millones de personas. Esta es una tarea monumentalmente compleja, agravada por algunos que rechazan vacunarse, además de disponer de la cantidad de vacunas que se necesitan, con una logística difícil por las condiciones de cuidado de la vacuna, por lo que es previsible que alcanzar la cobertura deseada tomará varios meses.

Por eso la responsabilidad individual y colectiva. Este virus se difunde por gotas de saliva que salen de la boca de personas contagiadas, muchas veces asintomáticas, y no llega habitualmente a más de 1,5 metros de distancia. Por eso se debe usar la mascarilla, lavarse frecuentemente las manos, respetar la distancia física y, todas las restricciones del Plan Paso a Paso, fundamentalmente los aforos de las reuniones sociales y familiares y evitar los desplazamientos innecesarios.

Controlar la epidemia, no es sólo una responsabilidad del Estado, ni de las autoridades, sino de todos nosotros.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

Dr. Manuel José Irarrázaval – Presidente del Instituto de Políticas Públicas en Salud (IPSUSS) / Universidad San Sebastián