El cierre de los establecimientos educacionales debido a la cuarentena si bien fue necesario desde el punto de vista sanitario, hoy nos obliga a replantearnos si se puede mantener por mucho tiempo de manera generalizada.
El impacto que esto ha tenido en las generaciones de niños y jóvenes, quizás no se aprecie inmediatamente, sino que en las próximas generaciones cuando la brecha de inequidad educacional se acreciente aún más. No se trata sólo de impacto en los aprendizajes, sino efectos psicológicos y sociales.
Si bien el sistema educativo reaccionó a las necesidades impuestas por la pandemia, transformando las clases presenciales en virtuales, esta no fue una realidad a la que pudieron acceder todo los niños y adolescentes del país. Existe una heterogeneidad de las condiciones educativas de los hogares y los establecimientos educacionales.
En las zonas rurales más apartadas o barrios vulnerables con poca conectividad, las clases online fueron prácticamente imposibles de implementar. Y si bien hubo un esfuerzo encomiable por parte de los colegios y educadores de generar medidas de emergencia como grabar cápsulas, repartir guías de trabajo puerta a puerta o comunicarse con sus alumnos a través de una llamada telefónica, tampoco pudo abarcar a todos sus estudiantes, por las restricciones mismas de las cuarentenas y por la falta de acceso y uso de las tecnologías para diseñar procesos de aprendizaje en entornos virtuales o a distancia.
Lo que evidenciamos en la gran mayoría de los hogares es que durante la pandemia la educación debió ser apoyada en gran medida por las familias, donde los padres o abuelos, debieron jugar un rol fundamental. Pero si bien podemos hacernos cargo de este aspecto de las vidas de nuestros hijos o nietos, nunca vamos a poder suplir la labor de un profesor, ni brindarles el apoyo socioemocional que otorga la comunidad escolar y la relación entre pares.
Las familias con mayores recursos cuentan con computadores, conectividad, espacio para estudiar y padres con mayores herramientas, que posiblemente pueden hacer seguimiento de sus hijos y asegurar que se conecten a sus clases virtuales o encontrar el tiempo para ayudar en las tareas. Pero sin duda, esta no es una realidad de todos los chilenos.
Las diferencias educativas de la generación Covid-19 serán aún mayores, lo que perpetuará las desigualdades. Este daño es muy difícilmente remediable y nos condena a un aumento predecible y doloroso de la inequidad por nivel socioeconómico que ya existe en el país.
¿Significa esto que debemos volver a clases todos en marzo? Probablemente no. Pero sí significa que debemos diseñar una estrategia flexible, igual que el Plan Paso a Paso, que permita a establecimientos educacionales de comunas sin cuarentena a abrir sus puertas, de manera gradual, progresiva y aplicando todas las recomendaciones de la autoridad sanitaria para garantizar la protección de niños y jóvenes.
Se necesita planificar cómo el sistema escolar chileno retomará la regularización de actividades, por eso valoro la determinación del ministro de Educación. Pero se necesita el apoyo de las autoridades comunales, los establecimientos educacionales, de los profesores y de los padres. La protección de la vida no es necesariamente sinónimo de cuarentena, y en la decisión debemos contemplar juiciosamente todos los efectos de la medida.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Dr. Manuel José Irarrázaval – Presidente del Instituto de Políticas Públicas en Salud (IPSUSS) / Universidad San Sebastián.