El pueblo juma, nativo de la Amazonía brasileño, llegó a tener más de 15.000 integrantes en el siglo XVIII. Sin embargo, una historia de intereses económicos y masacres dejó al pueblo con un único hombre, finalmente fallecido a causa del coronavirus y la desidia del Gobierno brasileño.
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La desaparición de pueblos o culturas enteras es un fenómeno al que la humanidad tristemente se ha acostumbrado con el paso de los años. Pero pocas veces queda registrado y a la vista de todos como el del pueblo juma, un cultura originaria de la Amazonía brasileña que tras haber sufrido varios genocidios en su historia, ha visto morir a su último guerrero por culpa del COVID-19.
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La muerte de Amoim Aruká, considerado el último guerrero del pueblo juma, fue informada el 17 de febrero por la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Amazonía Brasileña (Coiab), una entidad dedicada a la defensa de los derechos de los pueblos originarios de esa zona del país sudamericano.
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Aruká murió como consecuencia de «complicaciones» derivadas de su infección con COVID-19, una enfermedad contra la que el Estado brasileño debía protegerlo por su condición de pueblo de «contacto reciente», de acuerdo a la normativa brasileña. La Coiab había solicitado en julio de 2020 que el Gobierno de Jair Bolsonaro cumpliera con la instalación de barreras sanitarias que aseguraran que ni Aruká ni sus tres hijas fueran alcanzadas por el virus. Sin embargo, las medidas no fueron efectivas.
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De acuerdo a la organización, el Gobierno brasileño no dio una respuesta seria al pedido de protección. Si bien comunicó que colocaría una barrera con personal militar y del Distrito Sanitario Especial Indígena (DSEI), la organización señala que nunca hubo un control de que la barrera efectivamente funcionara.
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Aruká vivía en una pequeña aldea de cinco casas humildes a orillas del río Assuã, cerca del municipio de Canutama, en el estado de Amazonas, según describe la organización de defensa etnoambiental Kanindé. Las tres hijas de Aruká, de 28, 31 y 35 años, también viven en la aldea pero como la cultura juma prevé su transmisión solo por línea paterna, los hijos de las mujeres —con integrantes de otras etnias— no son considerados juma puros. Por ese motivo, el hombre de 82 años era señalado como el último integrante de un pueblo que, ahora, será tildado como extinto.
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La muerte de Aruká por COVID-19 es además el último episodio de una historia marcada por la tragedia para los juma, un pueblo que, según se estima, contaba con unos 15.000 integrantes en el siglo XVIII. La llegada de los portugueses al territorio lo cambió todo: no solo hubo matanzas sino que las enfermedades traídas por los europeos causaron la muerte de muchos miembros de la comunidad.
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Los tiempos modernos no fueron más benévolos con los juma, ya que continuaron las masacres. En 1964, recuerda la Coiab, un grupo de comerciantes irrumpió en el pueblo y mataron a más de 60 de los juma. Producto de la matanza solo sobrevivieron siete miembros del pueblo, iniciando así el período de extinción de los juma. Ninguno de los perpetradores de la masacre fue castigado.
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De hecho, los pocos registros que existen sobre los juma concuerdan en que el pueblo solía mantener altercados con otras poblaciones de la zona, especialmente con quienes llegaban para extraer caucho.
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Para peor, en 1998 la Fundación Nacional del Indio (Funai) de Brasil trasladó a los juma hacia otra tierra y los reunió con otro grupo, los Uru-eu-wau-wau. Aún así, los juma no perdieron su identidad y lograron recuperar sus tierras en 2013, luego de que en 2004 se delimitaran las tierras que pertenecían a los juma.
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Sin embargo, el paso del tiempo fue menguando más y más la población hasta que los jumas quedaron reducidos a un único núcleo familiar, el de Aruká y sus hijas. Las jóvenes se emparejaron con hombres Uru-eu-wau-wau y pronto sus hijos fueron considerados miembros de este pueblo.
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Ser el último hombre de su pueblo le hizo ganar cierta notoriedad. En 2016, el fotógrafo brasileño Gabriel Uchida visitó a los juma para retratarlos con su cámara.
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El trabajo de Uchida fue recordado luego de la muerte de Aruká y ahora cobra mucho más valor antropológico. «Siempre hablaba con tristeza de cómo en los viejos tiempos había muchos juma y cómo ahora él era el último hombre que quedaba», comentó Uchida a la BBC de Brasil luego de la muerte.
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Varias de esas fotografías fueron recordadas por Kanindé, que lo despidió con un poema en el que rememora a Aruká como un «guerrero» que «venció masacres, racismo, destrucción de la Amazonía» y que, finalmente, «resolvió subir y encontrarse con los encantados».