La mascarilla es el medio más sencillo para protegerse contra los virus. Junto con los respiradores, se ha hecho indispensable y relevante en casi todos los rincones del mundo desde principios de 2020.
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Existe una opinión popular según la cual la mascarilla protectora es una herramienta poco fiable e incapaz de salvar a una persona del COVID-19. En la foto: un corte transversal de una mascarilla de algodón bajo el microscopio.
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Esta opinión está basada en el hecho de que el material utilizado para fabricar la mascarilla no es capaz de atrapar las partículas del virus. En la foto: fibras de una mascarilla protectora de viscosa bajo el microscopio.
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Sin embargo, no hay que olvidar que el tapaboca está diseñado para evitar la propagación del virus desde su portador al entorno mediante gotas en el aire. En la foto: sección transversal de una capa de un respirador bajo el microscopio.
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Fibras de una mascarilla de algodón bajo el microscopio.
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El virus en sí no será detenido por la mascarilla ya que las partículas son tan pequeñas que pueden penetrar fácilmente en las fibras. Sin embargo, la mascarilla sí que impide que las partículas de saliva que contiene el virus lleguen a otras personas. En la foto: las fibras de una mascarilla de poliéster al microscopio.
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Las fibras de una mascarilla de poliéster bajo el microscopio.
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Por lo tanto, no hay que dudar de la fiabilidad de las mascarillas de protección, pero es necesario utilizarlas correctamente, o sea cambiarlas cada 2-3 horas, ya que, a no ser así, los microbios acumulados en la mascarilla pueden perjudicar la salud. En la foto: Las fibras de las mascarillas de algodón y viscosa bajo el microscopio.
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Fibras de una máscara de poliéster bajo el microscopio.
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