En vísperas de la Cumbre del G20 en Roma sobre el cambio climático, la crisis energética es global, pero de características caleidoscópicas multifactoriales para cada región y país del mundo: expone causales y paliativos diferentes, como el gigante Brasil, tan dependiente de sus presas hidráulicas, golpeada por severas sequías y la deforestación.
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Es consabida la crisis energética que ha golpeado severamente a Europa, China y EEUU (con su grave sequía en California y en su parte occidental), donde los precios del carbón, del petróleo y del gas han alcanzado niveles estratosféricos que afectan a sus economías que aún no se reponen de la pandemia del COVID-19.
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Pero muy poco se expone la no menos grave crisis energética que asuela Sudamérica: específicamente al gigante brasileño y a los relativamente pequeños países del cono sur como Paraguay y Chile.
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En vísperas de la Cumbre COP26 en Glasgow (Escocia), han brotado una serie de escandalosas e hipócritas tratativas entre sus principales actores: tanto el eterno acusador EEUU como la sempiterna inculpada China, sobre el récord de importación de Pekín del carbón —tildado como el más inmundo de los energéticos a escala planetaria— de Washington, que se incrementó en los primeros nueve meses del año un 870,6%. No se diga de Canadá, otro miembro notable de la anglósfera, que aumentó sus exportaciones de carbón a China un 92%, frente al 77,4% proveniente de Rusia. Pero a la procaz propaganda anglosajona se refocila de inculpar a Rusia y a China mientras oculta el fariseo doble juego de la anglósfera.
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Cabe señalar que los tres principales productores del inmundo carbón son China, la India, y EEUU.
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WSJ afirma que una «severa sequía golpea a Sudamérica» cuando las presas hidroeléctricas luchan para transportar fluvialmente lo que «algunos científicos vinculan a la deforestación del Amazonas.
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Según el Ágoradiario, el Gobierno de Jair Bolsonaro no solo ha exhortado a los brasileños a ahorrar y a disminuir su consumo de energía eléctrica y agua, sino que también se apresta al racionamiento dual de agua y energía en los próximos meses debido al «inminente colapso hídrico y energético».
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El atribulado presidente Bolsonaro, que enfrenta un proceso de defenestración en el Congreso por su pésimo manejo de la pandemia, confesó que se trata de la «mayor crisis hidrológica de la historia de Brasil», lo cual ha disparado los costos de la energía y cuyo principal culpable es la sequía que dejó a niveles mínimos a las presas de las principales hidroeléctricas que constituyen su principal fuente de generación de energía.
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El presidente Bolsonaro aconsejó usar mínimamente el ascensor y utilizar lo menos posible el agua para afeitarse.
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Hoy los depósitos hídricos en Brasil se encuentran al 20% de su capacidad, lo que ha disparado el precio de la electricidad un 52% y ha obligado a activar las termoeléctricas, cuya operación es mucho más costosa.
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En Brasil todavía recuerdan que hace 20 años se aplicó la medida del apagón, que incluye el apagado de iluminación pública y la prohibición de eventos nocturnos.
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A juicio de los supuestos expertos, la ausencia dramática de lluvias se debe a las corrientes de El Niño en el norte (cálida y seca) y La Niña en el sur (fría y húmeda).
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El rotativo bursátil WSJ se centra en la sequía que azota a Paraguay que es dependiente de dos extensos ríos Paraná y Paraguay, donde la sequía, que suele ocurrir cada año, le ha golpeado con mayor severidad desde la década de 1940.
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Sus dos extensos ríos proveen el agua potable a las ciudades y son las arterias que conectan a Paraguay con el exterior.
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La inmensa presa binacional Itaipú —la segunda más grande en producción de electricidad del mundo después de la presa china Tres Gargantas— ha disminuido en más del 30% desde 2019.
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Paraguay usa sus ríos para el 96% de su comercio y la disminución de sus flujos ha golpeado a su agroindustria en forma significativa.
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A juicio de WSJ, la presa Itaipú «depende de la producción de agua en el Amazonas de Brasil», que ha sufrido una «amplia deforestación».
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Amén de la sensible disminución de ingresos de Paraguay provenientes de la presa en un 40%, el Itaipú, «manejado conjuntamente por Brasil y Paraguay, generará 65.000 GWh», muy por debajo de su récord de 103.000 GWh en 2016.
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El brutal desplome del agua en la presa Itaipú, de la que el 11% de la energía eléctrica de Brasil depende, ha impactado en la crisis energética del gigante sudamericano.
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En cuanto a Chile, su electricidad depende un 59% de los combustibles fósiles, un 26% de las plantas hidroeléctricas y un 15% de las fuentes de energía renovables, lo que también le ha expuesto a los vaivenes climáticos que afectan a sus plantas hidroeléctricas y que le obligan a importar carbón, petróleo y gas natural, y cuyas alzas han afectado sus finanzas.
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Ahora Chile depende del gas importado de Argentina, que paradójicamente se ve beneficiado con sus exportaciones fósiles.
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También Bloomberg generaliza la «sequía histórica» y el «colapso en la generación hidroeléctrica» en toda Sudamérica, cuando en su mismo texto se contradice con el caso singular de Colombia: donde impera una «rebosante energía», gracias al patrón climático de La Niña, que ha «incrementado las lluvias en el noreste de Sudamérica» cuando las «presas de Colombia se encuentran a un alto histórico de 86% de capacidad, casi el doble de los niveles del año pasado [2020]». Naturalmente que este maná de lluvias generosas y de llenado de las presas ha beneficiado a las plantas hidroeléctricas que representan las 3/4 partes de la mezcla energética de Colombia.
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Por su parte, Uruguay —de exiguas dimensiones frente al gigante brasileño en referencia a su territorio, población y PIB nominal— se ha posicionado como el «pionero de la energía verde en Latinoamérica» y «cerca del 98%» de su energía «procede de fuentes renovables», por lo que así depende menos de las importaciones de combustibles fósiles y sortea apropiadamente la grave crisis energética de la mayor parte del cono sur.
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Está bien que el gigante Brasil sea la mitad tanto territorial como poblacionalmente de toda Sudamérica—con 8,3 millones de kilómetros cuadrados; 213,4 millones de habitantes y un PIB nominal de 1,5 billones de dólares, pero su crisis energética es fluvialmente específica y no engloba a todo el subcontinente, donde los relativamente diminutos países como Paraguay y Chile también padecen sus crisis energéticas específicas, en contraste con Colombia y Uruguay, que se han visto paradójicamente favorecidas.
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El fabulista francés Jean de La Fontaine solía decir que «la desgracia de unos es la felicidad de otros».
Con sus bemoles y matices apropiados, debido a la dimensión gigantesca de Brasil, ese dicho se podría aplicar a la crisis energética de Sudamérica, con sus notables excepciones.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Alfredo Jalife-Rahme – Analista de geopolítica y globalización. Columnista y comentarista en varios periódicos, radios y televisiones internacionales. Profesor de posgrado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en Geopolítica y Globalización. Autor de varios libros. Nombrado por la Red Voltaire de Francia como ‘El principal geopolitólogo de Latinoamérica’.
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