Ha pasado un año después de que Donald Trump fuera destronado de la Casa Blanca. ¿Qué ha sido de él desde entonces? ¿Qué planes tiene? Su forzado silencio impuesto por las principales redes sociales le ha relegado a un ostracismo que es sólo aparente. Su falta de visibilidad mediática no implica falta de proyectos o inactividad. Al contrario.
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De hecho, los comentaristas demócratas de la capital estadounidense ya evocan en términos catastróficos la mera posibilidad de que el histriónico empresario se postule para las elecciones presidenciales de noviembre de 2024.
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El columnista Paul Waldman escribía hace bien poco en The Washington Post: «Como un villano de una película de terror, Donald Trump amenaza con volver a levantarse después de que pensábamos había sido eliminado». Waldman llegaba a decir al final de su opinión que, si Trump se presenta de nuevo, eso puede significar «el fin de la democracia» en ese país.
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Hay algunas razones por las que él podría decidir seguir en la sombra, pero en realidad no son motivos de peso. Tendrá 78 años en 2024, lo cual representa una edad nada despreciable, pero también es honesto recordar que su némesis, Joe Biden, se presentó a la Casa Blanca cuando estaba a punto de cumplir los 77.
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Las campañas presidenciales implican muchísimo trabajo y un formidable esfuerzo físico, con maratonianas jornadas de trabajo e incontables viajes largos, pero el aparente estado físico de Trump no deja trascender que sufra agotamiento, debilidad o una enfermedad grave. También es cierto que está bastante ocupado solucionando sus numerosos problemas legales, en concreto, las acusaciones de fraude fiscal que pesan sobre él y están siendo investigadas en Nueva York.
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También podría verse atrapado en las pesquisas criminales federales que apuntan a su exabogado personal Rudy Giuliani, acusado de violar las leyes estadounidenses de lobby internacional. En total, se enfrenta a más de una docena de casos.
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El peor de todos
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El riesgo de dar un paso al frente es evidente porque otra derrota en las urnas lo marcaría de forma indeleble como el mayor perdedor en la historia de la política estadounidense, y Trump ha pasado toda su vida tratando de convencer a diestro y siniestro de que no es un perdedor. De ahí que su discurso y su estrategia se basen en que no perdió los comicios, sino que se los robaron.
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Una encuesta informal de historiadores estadounidenses realizada este verano le sitúa como el cuarto peor presidente de Estados Unidos, solo por delante de Franklin Pierce, Andrew Johnson y James Buchanan. Perdió el voto popular tanto en la elección que ganó frente a Hillary Clinton como en la que perdió frente a Biden.
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Trump fue el primer presidente en sufrir un proceso de impeachment o juicio político dos veces. Y para cuando sus partidarios asaltaron el Capitolio en un furioso intento de evitar que el Congreso certificara la victoria de su oponente en enero, su índice de aprobación sólo llegaba al 38%. Pero esos reveses no le afectan en absoluto.
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Sus opciones
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Más allá de lo anteriormente expuesto, podría decidir perfectamente convertirse en candidato, consciente de varias circunstancias que le favorecen.
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La primera de ellas es que los líderes republicanos, es decir, aquellos que ocupan escaños en la Cámara de Representantes o en el Senado, o en los Parlamentos de los diferentes Estados de que conforman la Unión, se están movilizando alrededor de su posible candidatura, incluso aquellos que piensan en privado que no es una buena idea.
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Nadie da su opinión en público, por miedo a posicionarse y quedar apartado y también, sobre todo, porque Trump goza de una fuerte popularidad entre las bases del Grand Old Party, a pesar de todo.
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Como defiende el antes citado Waldman, incluso si los votantes republicanos tuvieran dudas, prácticamente todos los políticos republicanos eludirán la pregunta o respaldarán la idea de que se postule.
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«Eso genera su propio efecto dominó: mientras más republicanos demuestren que no se interpondrán en su camino, más temerán los demás salirse de la línea y más estará convencido Trump de que tendrá a todo el partido apoyándolo si decide postularse», sostiene.
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Otra ventaja fundamental es que no tendría oposición en las primarias. Una docena de republicanos parece interesada en la Presidencia en 2024 si Trump no lo hace, incluyendo a senadores como Ted Cruz (Texas), Josh Hawley (Missouri) y Marco Rubio (Florida); gobernadores como Ron DeSantis (Florida), Greg Abbott (Texas) y Kristi L. Noem (Dakota del Sur), y los altos cargos de la Administración Trump como Mike Pompeo (secretario de Estado) y Nikki Haley (embajadora ante Naciones Unidas). Pero todos ellos saben que no tendrían ninguna posibilidad de ganar si él participa en la contienda.
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También es remarcable señalar que, para 2024, Biden será un líder desgastado por el poder. De hecho, incluso aunque su gestión fuera impecable y acertada, sus índices de popularidad no superarán el 50%. Eso le suele ocurrir a cualquier presidente estadounidense en su primer mandato, aunque luego fueran reelegidos como Barack Obama, George W. Bush y Bill Clinton.
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Si, además, los republicanos cosecharan significativas victorias en las elecciones parlamentarias previstas para el año que viene, eso podrían animarle a Trump aún más a competir contra alguien que le parece más débil que él.
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Los republicanos están nombrando a personas abiertamente trumpistas para los cargos que serán decisivos en el recuento electoral de la cita de dentro de tres años. Trump está preparando el terreno. De eso no cabe duda.
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Vetado por Twitter y Facebook, el expresidente tiene previsto lanzar al público en el primer trimestre de 2022 su propia plataforma mediática digital, bautizada TRUTH (Verdad, en inglés) para «levantarse contra la tiranía de las grandes tecnológicas» y seguir predicando como antaño. Todo indica que volverá a la carga.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Francisco Herranz – Ha desarrollado su carrera profesional en el diario El Mundo, donde ha sido corresponsal en Moscú (1991-1996), redactor jefe de Internacional y de Edición y editorialista, especialista en Europa del Este y colaborador en varias publicaciones especializadas, desde 2010 es profesor en el Máster en Periodismo-El Mundo de la Universidad San Pablo-CEU.