SANTIAGO – Proyecto liderado por el académico del Instituto de Ciencias Biomédicas de la Universidad de Chile, Gonzalo Barriga, busca identificar virus en aves de la Antártica con potencial para infectar a humanos y otros animales, principalmente coronavirus e influenza. La investigación, iniciada poco antes de que se desatara la pandemia, detectó por primera vez la presencia de coronavirus aviares en el Continente Blanco desde muestras extraídas en diciembre de 2020, mismo período en que se alertó sobre un brote de COVID-19 ocurrido en la Base O’Higgins. Este episodio será uno de los ejes del trabajo en terreno que desplegará el equipo entre enero y marzo de 2022: verificar si a partir de dicho brote el virus se transmitió a otras especies del entorno.
A mediados de diciembre de 2020, numerosos medios de comunicación nacionales e internacionales alertaron sobre un brote de COVID-19 en la Base O’Higgins, una estación de investigación científica operada por el Ejército en la Península Antártica. Más tarde, se informó que los contagiados eran 36 personas, 26 militares y 10 civiles, noticia que hizo oficial la entrada del SARS-CoV-2 a la única frontera que hasta entonces no había franqueado. El hecho significó poner en cuarentena a numerosas personas y evacuar a otras. Una de ellas fue Gonzalo Barriga, académico del Instituto de Ciencias Biomédicas (ICBM) de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, quien debió interrumpir abruptamente el primer trabajo de campo que realizaba en el marco de un proyecto para analizar la propagación de distintos tipos de virus entre Sudamérica y la Antártica a través de la aves migratorias.
Gonzalo Barriga relata que si bien alcanzaron a estar solo cuatro días en terreno junto a la estudiante de la Universidad de Chile, Johana Loncopan, y al investigador del Instituto Antártico Chileno (INACH), Lucas Krugger, en esos días lograron extraer 100 muestras desde nidos de Punta Armonía en Isla Nelson, una zona aislada del archipiélago de las Shetland del Sur. El análisis de estas muestras, señala el investigador del ICBM de la U. de Chile, permitió detectar por primera vez la presencia de coronavirus aviar en la Antártica, cepas que aún falta precisar de qué tipo son. «Hasta ahora, no se había descrito coronavirus en aves de la Antártica. Nosotros no hemos visto que esté descrito este virus en particular. Por eso, este año, y frente a la contingencia, vamos enfocados en buscar coronavirus y sueros de animales para ver si se han enfermado con coronavirus aviares», comenta.
El objetivo del proyecto adjudicado a fines de 2019 se propuso indagar en el posible movimiento de virus emergentes -como coronavirus, influenza virus, astrovirus, norovirus, rotavirus y hepatitis- entre la Antártica y el Conosur mediante la migración de aves silvestres, especialmente a través de la paloma antártica. «A través de ensayos de diagnóstico molecular y serológicos, determinaremos la presencia de estos virus y su potencial zoonótico. En paralelo, realizaremos una evaluación del bienestar de cada individuo. Una vez identificados los virus, se secuenciará su genoma para determinar la diversidad de patógenos virales portadas por cada especie. Además, se hará una comparación con virus similares detectados en la Patagonia argentina y chilena. Estos datos aportarán información para generar políticas de vigilancia de virus emergentes en Antártica y para pesquisar la introducción de virus exóticos».
¿SARS-CoV-2 en la Antártica?
«Partí en el 2018 la línea de investigación para buscar Coronavirus en murciélagos, pero no imaginaba que esto iba a detonar una pandemia. Luego, este proyecto en la Antártica coincidió con la contingencia», comenta Gonzalo Barriga sobre la sorprendente relevancia que su investigación adquirió frente a la crisis sanitaria que hoy sigue azotando al mundo. Fue así como después del brote de SARS-CoV-2 ocurrido en la Base O’higgins, el Instituto Antártico Chileno encomendó al equipo de la Universidad de Chile la misión de pesquisar la eventual presencia de este virus en los animales silvestres que habitan en los alrededores de la estación científica.
El académico explica que si bien no se ha comprobado que las aves y otras especies que habitan la zona puedan infectarse con SARS-CoV-2, la campaña de este año tendrá especial foco en la posibilidad de que el virus esté presente en animales de la zona donde ocurrió el brote. Debido a la cantidad de personas que se contagiaron, explica, «no puede descartarse que el patógeno haya llegado al entorno y hubiese algún mamífero marino o pájaro que haya desarrollado suero positivo con anticuerpos contra el virus».
Al respecto, precisa que los animales «no necesariamente tienen que haberse enfermado y desarrollar síntomas, también pueden ser portadores. El virus se puede haber replicado y dividido en ellos, el cuerpo del ave puede haber reconocido esto como algo ajeno, lo que produciría anticuerpos que podremos reconocer en el laboratorio. Eso es parte de lo que queremos describir también este año. Por un lado, trabajar en el brote que hubo en este lugar y, por otra parte, describir los virus que están asociados a los objetivos de nuestro proyecto: influenza, coronavirus y otros varios virus intestinales», comenta sobre la campaña de recolección de muestras que realizará desde el 12 de enero hasta el 3 de marzo junto a las estudiantes de Bioquímica de la Casa de Bello Johana Loncopan y Loreto Araos.
Por otra parte, aclara que si bien el hecho de que se detecte la presencia de SARS-CoV-2 y otros coronavirus en la fauna antártica es una mala noticia por distintas razones, esto no significa que el virus afectará de manera letal a la población animal de la zona. «Que repliquen el virus no necesariamente está asociado a que tengan una enfermedad, podrían ser solo portadores, algo que ocurre bastante con la influenza en aves, que actúan como reservorios, pero muchas veces no tienen ningún síntoma. Nosotros vamos con el objetivo de determinar si este brote que hubo en la Base O’Higgins está asociado a la presencia de SARS-CoV-2 en especies silvestres de los alrededores, proceso que se conoce como zoonosis reversa».
No obstante, sostiene que el hecho de que ya hayan detectado coronavirus aviares en territorio antártico es una señal de alerta. «Las especies más sensibles a la entrada de nuevos patógenos son las circumpolares, que son las que no salen de la Antártica, entre las que destacan los pingüinos. Ellos son los más sensibles a una posible entrada porque son aves que por generaciones se han mantenido sin contacto con otros patógenos. Una muestra es lo que nos pasó a nosotros con el virus SARS-CoV-2, que nos pilló desprevenidos y desató la pandemia».
Virus migrantes
El proyecto de Gonzalo Barriga tiene como propósito buscar virus en animales exóticos con potencial para pasar a humanos y a otros animales. Esto adquiere especial relevancia en el contexto del cambio climático, fenómeno que estaría modificando la temporalidad de los procesos migratorios de especies que se mueven entre la Antártica y el Cono Sur. De acuerdo al investigador de la Universidad de Chile, este retraso en las migraciones «ayuda mucho a que aves que antes no se encontraban ahora se encuentren y coincidan en la ocupación de nichos ecológicos. Es un escenario que no existía antes y que también ocurre con otras especies».
Esta situación favorecería la propagación de virus desde la Patagonia hacia la Antártica y viceversa. «Nuestro proyecto no se queda en la idea de que nosotros llevamos del continente patógenos a la Antártica, también está la posibilidad de que escapen microorganismos desde allá. El año pasado encontramos algunas muestras positivas para coronavirus que tenemos que analizar, y también muestras positivas para influenza. Anteriormente, participamos y demostramos la presencia de influenza y paramixovirus. Estos virus tienen que adaptarse, «mutar». Entonces, si un virus antiguo, que entró en los años 60, cuando comenzaron las expediciones a la Antártica, donde se llevaron gallinas y otros animales, este virus quedó mutando allá. Y si este virus regresa utilizando como transporte aves migratorias de la Antártica, es posible que las aves ya no tengan protección inmunológica porque ya no desarrollan anticuerpos contra esa amenaza».
Por esta razón, la investigación cuenta con la colaboración de Conicet en Argentina, institución que colabora con muestras desde la Patagonia de ese país, y de la Universidad de Magallanes, quienes aportan con muestras extraídas desde distintos puntos del sur de la Patagonia chilena. Esta colaboración, explica el investigador de la Universidad de Chile, hará posible «extrapolar y correlacionar la presencia de virus en la Antártica, es lo que nos permitiría afirmar la entrada y salida de virus».