Hace 250 años, el científico Alexander Von Humboldt, fue el primero en plantear el concepto de naturaleza. Observó en sus viajes similitudes en climas a distintas latitudes, relaciones entre distintas especies, y el efecto devastador de la acción humana. Una de las caras más crueles de la crisis ambiental de nuestra era corresponde a la masiva perdida de especies que está ocurriendo hace décadas. La humanidad se enfrenta a una decisión crucial, o enfrentamos con convicción el desequilibrio profundo que existe en nuestro planeta o sus consecuencias serán devastadoras.
Cuando deja de existir una especie, una función deja de operar en este gran organismo que es el planeta tierra. Se cancela toda posibilidad de admirarla, de escuchar sus sonidos, de observar sus movimientos. Pensar esto abruma, perdemos algo propio. Somos parte de un mismo ecosistema. Como propuso en 1935 el biólogo Arthur Tansley un ecosistema es una comunidad biológica interdependiente que comparte un espacio físico. Diez mil especies se pierden para siempre cada año, sin que muchos se detengan a reflexionar sobre nuestro impacto ni como regularlo.
Una característica importante de todo ser vivo es su capacidad de autorregulación. Los organismos vivos pueden adaptarse a los cambios del entorno regulándose internamente. Cuando nos sumergimos en un rio helado los latidos del corazón se aceleran, la sangre bombea con fuerza para movilizar la energía de las células, y sube nuestra temperatura corporal para así sobrevivir. Los ecosistemas también se autorregulan, modificando activamente su composición para asegurar su supervivencia. De igual forma, las sociedades requieren regulación.
Necesitamos reglas comúnmente acordades para encontrar formas de vivir en armonía, favoreciendo las que permitan conciliar desarrollo y protección del medio ambiente. Nuestra regulación ambiental se ha construido bajo el concepto de sostenibilidad, que promueve satisfacer necesidades del presente sin comprometer las de futuras generaciones. Esto habla de alcanzar un balance entre desarrollo económico, ambiental y social, donde seres humanos tienen derecho a una vida saludable y productiva en armonía con la naturaleza. Los recientes avances de la propuesta constitucional y la Ley para la Naturaleza van en la línea correcta.
Sin embargo, el verdadero desarrollo sostenible parte por nosotros mismos. Así como el cuerpo humano actúa para equilibrar nuestro ánimo o nuestra concentración, un verdadero balance requiere de equilibrio interno. Estamos en equilibrio si comprendemos que no estamos aislados, somos parte de una comunidad, somos parte del ecosistema. Para estar en balance, necesitamos relacionarnos con otros, con la naturaleza y aportar a su cuidado. Construir una sociedad armónica, parte por personas conscientes y equilibradas. Esa es la verdadera sostenibilidad. Más allá de las reglas, debemos dar para recibir.