El “tanquetazo” del 29 de junio de 1973 es, sin duda, un hito relevante dentro de la cronología histórica de la Unidad Popular y la antesala para el inminente Golpe de Estado cívico militar. Asimismo, se trata de un momento simbólico para visibilizar y comprender el actuar de los generales del ejército Carlos Prats Gonzalez, Guillermo Pickering Vasquez y Mario Sepúlveda Squella, quienes cumpliendo con sus órdenes sofocaron el alzamiento del coronel Roberto Souper Onfray junto a su tropa.
Más allá de la logística militar de aquel día y las variadas lecturas que puedan darse, es interesante notar que quienes dirigen la ofensiva para detener la asonada golpista son uniformados unidos por un “juramento a la bandera” común, hito que realizaron en su escuela matriz. Consideremos esta frase en su máximo sentido, de habitus a una forma particular de relacionarse con el mundo. Por lo demás, este juramento es considerado uno de los más importantes dentro de las ceremonias castrenses pues constituye el momento en el que convergen “símbolos y valores militares” en torno a un discurso, en el cual los protagonistas son sus soldados/as y la bandera -en tanto símbolo de “la patria”-. Esta proclama militar tiene para sí toda una genealogía que señala -entre otras cosas- que el primer juramento a la bandera fue realizado por Bernardo O’Higgins en Talca, el 12 de febrero de 1818.
Ahora bien, si la “bandera representa la patria” podemos preguntarnos: ¿A qué patria le juró Bernardo O´Higgins, el coronel Roberto Souper o el General Carlos Prats?, o bien, ¿a qué patria le jurarán hoy nuestras Fuerzas Armadas?
Bajo la presidencia de Pedro Aguirre Cerda en 1939, se decreta la obligatoriedad del rito del juramento a la bandera para los contingentes de las fuerzas armadas. Desde aquel año, jóvenes oficiales, suboficiales, clases y soldados -entre ellos Prats, Pickering y Sepúlveda- gritaban en sus cuarteles:
“Orgulloso de ser chileno, prometo por mi honor (de soldado, marino, aviador) acatar la Constitución, las leyes y las autoridades de la república; juro, además, amar y defender con mi vida la bandera de mi patria, símbolo de esta tierra nuestra y expresión de libertad, justicia y democracia».
Aunque este juramento fue realizado igualmente por muchos golpistas -y sin el afán revisionista, que carga horrorosamente esta conmemoración de los 50 años del golpe, intento que no solo ha buscado “relativizar” los horrores de la dictadura en base a unos supuestos beneficios, sino también, ha tendido a ver en los “errores del gobierno de Allende” una especie de justificación-, al margen, queremos hacer notar que gran parte de sus subalternos gritaron otras grandilocuentes palabras. Esto debido a que, en octubre de 1952, durante el gobierno de González Videla fue publicada la Ley 10.544, que modificó el modelo de juramento que había estado vigente, instaurando el siguiente:
“Yo (nombre y grado), juro por Dios y por esta bandera, servir fielmente a mi patria, ya sea en mar, en tierra o en cualquier lugar, hasta rendir la vida si fuese necesario; cumplir con mis deberes y obligaciones militares, conforme a las leyes y reglamentos vigentes; obedecer con prontitud y puntualidad las órdenes de mis superiores; y poner todo empeño en ser un soldado valiente, honrado y amante de mi patria”.
Podemos notar un cambio, más que evidente, entre las ideas expresadas en ambos juramentos. Veámoslo en detalle.
Por un lado, en el de 1939 se comienza “prometiendo”, claro está que aquello tiene explicaciones contextuales por el proceso de laicidad que venía experimentando el Estado desde inicios del siglo XX y que toma cuerpo con los gobiernos radicales. Sin embargo, es interesante que lo que se promete es “acatar la Constitución, las leyes y las autoridades de la república” y aunque luego se introduce la palabra “juró” para referirse al “amor y defensa por la bandera”, el texto luego se encarga de señalarnos explícitamente lo que “representa esta bandera” para lo cual señala que es “símbolo de esta tierra nuestra” pero también -y más importante a nuestro parecer- “símbolo de expresión de libertad, justicia y democracia”.
Contrario a lo anterior, el juramento de 1952 no solo comienza “jurando” sino que lo hace solo y exclusivamente “por Dios y por esta bandera”, eliminando por tanto no sólo el carácter laico de la institución castrense, sino que también dejando fuera el compromiso por acatar las disposiciones legales y civiles. Esto último queda evidenciado al señalar como responsabilidad el “obedecer con prontitud y puntualidad las órdenes de mis superiores”, dándole mayor importancia a esta “palabra de los superiores” por sobre otros dispositivos de poder propios del espacio civil. Es un texto en un tono más grandilocuente con frases como “rendir mi vida si fuese necesario” o “ser un soldado valiente, honrado y amante de mi patria”, pero mucho más escueto en contenido que dote de responsabilidad civil y democrática a la institución.
En otra arista, el juramento a la bandera de 1939 comienza sin señalar el nombre del soldado, había una especie de fundamentación en un ethos colectivo para el cual el personificarse en un nombre no era importante, a diferencia del juramento de 1952 en donde se comienza con un “yo” seguido del “nombre” y luego el “grado militar”. Interesante proceso de identificación en donde la personificación y el grado cumplen un rol más importante considerando que la “palabra de los superiores” (con nombre y grado) era la brújula moral que los guiaría y así mismo, la que utilizarían como “comodín” para evadir responsabilidad en las sistemáticas violaciones a los DDHH durante la dictadura. Esto no solo es algo de “estilo”, sino que también supone la intención de argüir procesos identitarios particulares y con ello dotar de responsabilidad (o no) a los sujetos -militares en este caso- frente a un otro -civil en el caso de las dictaduras latinoamericanas afanadas insidiosamente con el supuesto “enemigo interno”-.
Entonces, volviendo a la idea inicial ¿Qué supone un juramento? y en este sentido ¿Qué significa que en el juramento de 1952, que juró la oficialidad más joven al momento del golpe -entre ellos el Coronel Souper- hayan estado ausente la Constitución, las leyes y las autoridades de la república? o planteado de otra forma ¿Qué significado tiene en la construcción de subjetividades de la oficialidad más antigua como Prats o Pickering que su juramento a la bandera -de 1939- fuese hacia la Constitución, las leyes y las autoridades de la república?
El 9 de julio del año 2022, se realizó un nuevo juramento a la bandera en el Templo Votivo de Maipú, el que contó con la presencia del presidente Gabriel Boric, del comandante del Ejército Javier Iturriaga y otras autoridades. Los soldados allí presentes gritaron a viva voz las frases del juramento del año 1952. Gritaron jurando por Dios y la bandera y juraron obedecer la palabra de sus superiores. Esa es precisamente la patria a la que le juran hoy nuestras Fuerzas Armadas. Una patria a viva voz de un grito que carga con el simbolismo de la perpetuación estructural de la dictadura, un grito que pareciera que escupe sobre el poder civil y que arrastra a tientas el negacionismo y el neofascismo.
Hoy se cumplen 50 años del Tanquetazo y pronto se cumplirán 50 años del golpe de estado, es en este contexto permeado por el resurgimiento de la cara civil de la dictadura (que dé más está señalar nunca dejó de participar en la política postdictatorial y que actualmente disputa la relativización del periodo), en que debemos saber disputar los discursos con la certeza de que el trabajo historiográfico, de memoria y la acumulación de experiencias populares nos brindan base suficiente para no entregar ningún milímetro al negacionismo y a los neofascismo. Hoy, tanto como ayer, es necesario, que “los nunca más” cobren sentido y cuerpo y que la entrega de información sobre los detenidos desaparecidos se esclarezca, para que quienes tengan responsabilidad política y militar enfrenten a los tribunales.
Pero es también un momento en donde urge revisar la hermenéutica y el simbolismo que mueven nuestras Fuerzas Armadas que si bien no son deliberantes le deben lealtad a la constitución y las leyes por sobre la obediencia a sus superiores. En este Chile del siglo XXI Ejército, Armada y Aviación deben tener un claro sentido común de obediencia al poder civil que emana del pueblo y su carta magna y quedar liberados de obedecer ciegamente a sus superiores. Porque la suprema orden que debe regir a nuestros uniformados viene la Constitución y jamás de un general u otro oficial.
Por tanto, a 50 años del tanquetazo proponemos discutir sobre la base del juramento a la bandera, en tanto dispositivo discursivo útil para la subjetivación de los militares, ¿A quién deberían jurar hoy nuestras Fuerzas Armadas? ¿A qué patria? ¿Con qué principios?
LA OPINIÓN DE LOS AUTORES NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Juan Rojo – Cursó estudios de Psicología en la Universidad ARCIS y Teología en la Comunidad Teológica de Chile. Es Árbitro Profesional de Fútbol y fue director de la Revista 95 Tesis de la Pastoral Juvenil de la Iglesia Evangélica Luterana de Chile y secretario nacional de la misma Institución. Actualmente es miembro no activo de la Iglesia Evangélica Luterana de Chile, considerándose un luterano por convicción y política. Actualmente militante de Convergencia Social y estudiante de Licenciatura en Historia de la Universidad Gabriela Mistral.
Kevin Rojo – Licenciado en Historia por la Universidad de Chile y esta pronto a ser Profesor de Historia, Geografía y Ciencias Sociales por la misma casa de estudios. Desde la historia investiga y escribe sobre historia social contemporánea, abocado específicamente a analizar movimientos sociales y subjetivación política durante la postdictadura en Chile. Desde la pedagogía le interesa la didáctica crítica y la filosofía de la educación. En el pasado participo de la política universitaria asumiendo cargos de representación y sobrevivió. Quilicurano, antiespecista y vegano.
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