En los momentos posteriores al golpe militar de Augusto Pinochet, Ruth Vuskovic fue detenida en la casa de una de sus tías. Los militares en realidad estaban buscando a su padre, Pedro Vuskovic Bravo, ministro de Economía, Fomento y Reconstrucción en el Gobierno de Salvador Allende y autor del plan de política económica de la Unidad Popular (UP).
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Por Ricardo Perez
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En ese momento los militares que la detuvieron no lo sabían, pero Ruth era tal vez un objetivo más apetecible para la Junta Militar que acaba de
derrocar por las armas al presidente Allende. Era, además, nuera de Luis Nicolás Corvalán Lepe
, senador y secretario general del
Partido Comunista de Chile, uno de los pilares de la UP, y era esposa de
Luis Alberto Corvalán Castillo, uno de los líderes de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile.
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Ambos dirigentes fueron detenidos a la postre y torturados en las instalaciones y campos de detención de la dictadura pinochetista. Corvalán Castillo pasó un año detenido y murió en 1975 en Bulgaria a raíz de las heridas causadas en las sesiones torturas de las que fue víctima durante su detención.
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Hoy, 50 años después de la brutal asonada militar, Ruth Vuskovic habla en entrevista con la Agencia de Noticias Sputnik de aquellos momentos trágicos, cuyas heridas, dice, no acaban de sanar aún cinco décadas después.
Un bebé que lloraba por otra mamá
La entonces joven militante tuvo que dejar a su hijo, Diego, de apenas un año de edad, para ser trasladada al Estadio Nacional, convertido en
un gigantesco campo de concentración, a donde los militares llevaron a miles de detenidos, muchos de los cuales no volvieron a salir.
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«Mi hijo es como un ángel que se salvó porque ellos no sabían cuando me fueron a tomar presa que yo, además, era la nuera de Luis Corvalán», cuenta Ruth en entrevista telefónica desde Santiago de Chile, donde reside actualmente.
«Ese niño, Diego Corvalán Vuskovic, que tenía un año, lo empezaron a cuidar mi primo, que se quedó en esa casa, mis vecinas, los parentescos cercanos que había. Este bebé dormía cada noche en una casa distinta para poder resguardarlo. Yo todo eso no lo supe; lo supe mucho después», dice Ruth con una voz suave y calmada.
La entonces militante de izquierda no volvería a ver su hijo Diego hasta seis meses después, apenas minutos antes de subirse al avión que
la llevaría a México, a donde ella, su esposo, su padre, sus hermanos y el resto de su familia encontraron refugio y una nueva vida.
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«Diego sale conmigo, pero a él me lo entregan unos minutos antes de volar a México y ahí me entregan a este bebé que lloraba y lloraba y lloraba y que lloró todo el viaje, y cada noche durante un mes en México llamando a una mamá… a otra mamá», recuerda Ruth, emocionada.
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«Esas fueron cosas muy tremendas que obviamente nos ha costado mucho asumirlas, trabajarlas psicológicamente, aceptarlas, aceptar esa pena, ese desgarro».
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Diego actualmente tiene 50 años, la edad del golpe. Él se quedó en México, tiene dos hijas y se dedica la música y a la carpintería en una pequeña localidad en la zona montañosa del Estado de México. «Está haciendo lo que puede», dice su madre. «Lo que podemos como familia, para irnos seguirnos reconstruyendo y a pesar de que él ha armado una vida preciosa, allá, hay una parte en la que está ese vacío y ese dolor y ese trauma».
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Mataban compañeros y los tiraban a la calle
Durante su detención en el Estadio Nacional de Chile, cuenta Ruth, aprendió una gran lección: que las luchas tienen que ser adecuadas al momento y a lo que uno puede hacer en ese momento. Las mujeres detenidas en ese gran campo de detención se organizaron para demandar a los militares, no que fueran liberadas, sino trasladadas a una cárcel oficial.
«Ya no era que nos dieran la libertad; era que, por favor, nos llevaran a una cárcel oficial porque el estadio estaba convertido en un campo concentración donde mataron mucha gente, desaparecieron mucha gente, la llevaron a otros lugares; ahí mismo, en el estadio, sí mataban compañeros y después los tiraban en la calle, los dejaban ahí», relata Ruth.
La entonces joven militante fue trasladada poco después al Buen Pastor, un lugar manejado por religiosas de esta orden y acondicionado como cárcel de donde finalmente es liberada el 31 de diciembre de 1973, y posteriormente se refugia en la embajada de México en Santiago.
«Me podía llegar un balazo por la espalda»
Un ciudadano español amigo de Pedro Vuskovic había creado todo un entramado, una escenificación para ayudar a muchas personas a entrar en la legación mexicana de manera clandestina; metió al mismo ministro de Economía de Allende disfrazado de chofer de un vehículo repartidor de alimentos; uno de los hermanos de Ruth se hizo amigo de las chicas que trabajaban en la casa de al lado de la sede diplomática y se saltó por detrás.
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La misma Ruth entró junto con un tío a la embajada vestida con una especie de huipil que le había mandado su madre desde México, con el pretexto de que iba a regalar unos discos a un capitán, delegado militar de la misión diplomática mexicana encabezada en ese entonces por Gonzalo Martínez Corbalá.
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«Muchas de esas cosas, por lo menos las que yo viví, eran acordadas con los mexicanos que nos ayudaron. Mexicanos que estaban ahí. Un trabajo de hormiga desarrollado por miles de personas que estaban ya trabajando en esas cosas, preparando las embajadas para que nos recibieran, acordando todo, estas movidas clandestinas», dice Ruth, diseñadora textil e investigadora universitaria.
«Entramos de manera jacarandosa a la embajada, muertos de la risa entre comillas, yo llego asustadísima, recuerdo que sentía que me podía llegar un balazo por la espalda», dice, quien agradece la entrevista, «sobre todo si es de México, porque eso nos ayuda a sanarnos, a recordar y a ir poniendo en su lugar muchas cosas».
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Después de salir de Chile, Ruth Vuskovic y Luis Alberto Corvalán Castillo viajaron a Bulgaria, donde habían soñado estudiar, pero donde finalmente el dirigente estudiantil falleció como consecuencia de las torturas a las que fue sometido por los militares.
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«Nos seguimos hermanando «
Tras la muerte de Corvalán, Vuskovic regresó a México, donde vivió 16 años. Ahora pertenece a una colectiva de jaranera. Su hijo Diego, músico, viaja a Chile cada año con el son que aprendió en Veracruz, de la familia Utrera, de la familia Vega.
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«Siempre podemos volver a cultivar raíces, re-cultivar raíces, transformarlas, moverlas. Yo he descubierto que los versos del son muchas veces son canciones que aquí también se cantan con otro modo, o nosotros, apoyados del son, podemos crear versos relativos a la contingencia de nosotros y nos vamos, nos seguimos hermanando», dice Ruth.
«Es que es lo que en el fondo el sistema quiere hacer, destruir que nos sigamos hermanando en la música en la creación en todo», agrega.
Con motivo de los 50 años del golpe militar en Chile, Ruth montó una exposición en el estadio nacional de Chile, en el mismo lugar donde fue detenida con miles de compañeros: «Los delantales de la dignidad» que fueron inspirados por el delantal que usan las mujeres mapuche.
«En el caso mío vivo los 50 años en la frontera de lo que nos quisieron hacer o lo que nos hicieron y que nos dañaron tanto y la frontera de la creación», afirma Ruth, también autora del libro Libres en prisión, la otra artesanía, en el que detenidos afirman que cuando creaban eran más libres porque se contactaban consigo mismos, con su ser interior, con su seres ancestrales, con su abuelo con su bisabuela que tejía o que hacía artesanía de hueso o que modelaba la arcilla o trabajaba el cuero.