En julio de 2022, el asesor de seguridad nacional de EEUU, Jake Sullivan, en respuesta a las crecientes demandas de Ucrania y sus partidarios de proporcionarle el sistema de misiles tácticos del Ejército, o Atacms, declaró que entregar a Ucrania esta arma supondría el riesgo de poner a EEUU y Rusia «en el camino hacia una Tercera Guerra Mundial».
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Ucrania había estado exigiendo que los Atacms se incluyeran en la lista de armas que Kiev afirmaba necesitar para ejecutar con éxito su tan promocionada contraofensiva. Ahora, cuando la contraofensiva, que lleva en marcha más de tres meses, se tambalea ante una defensa rusa que ha demostrado ser más capaz de lo que originalmente pensaron los planificadores militares de la OTAN que asistieron a los ucranianos en su elaboración. El secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, anunció repentinamente que la Administración Biden estaba considerando dar marcha atrás en la cuestión del suministro de Atacms a Ucrania. Lo que no se mencionó fue hasta qué punto el Gobierno estadounidense había abordado la cuestión de una Tercera Guerra Mundial con Rusia, y si los Atacms seguían considerándose un posible desencadenante de la misma.
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Una teoría que se está abriendo camino en Washington es que la Administración Biden, después de que sucesivas decisiones de adquisición de armamento, Himars, el M-1 Abrams y el F-16, entre otros, parecieran cruzar las llamadas líneas rojas rusas sin generar ninguna reacción rusa apreciable, creyó que los rusos permitirían igualmente la introducción de los Atacms sin provocar una crisis similar a una Tercera Guerra Mundial. El análisis subyacente a esta valoración es que el presidente ruso, Vladímir Putin, va de farol en lo que se refiere a las llamadas líneas rojas, y que EEUU puede proporcionar a Ucrania las armas que necesita para proseguir con éxito su estancada contraofensiva.
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Pero hay dos problemas principales con esta evaluación:
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1. En primer lugar, hace ciertas suposiciones sobre las denominadas líneas rojas de Rusia y las consecuencias que tendrían para Ucrania y sus socios occidentales si se cruzasen dichas líneas. Hasta la fecha, Rusia solo ha articulado dos líneas rojas definitivas en lo que se refiere a la actual operación militar especial contra Ucrania. La primera es la implicación directa de fuerzas estadounidenses y/o de la OTAN en el conflicto, ya sea poniendo botas sobre el terreno en Ucrania o interviniendo en Bielorrusia. La segunda es cualquier situación militar que amenace la supervivencia existencial de la nación rusa. En ambas circunstancias, el presidente de Rusia, Vladímir Putin, ha decretado que su país utilizaría todos los medios a su alcance para responder a la amenaza, incluidas las armas nucleares. Todas las demás denominadas líneas rojas son de naturaleza especulativa, formuladas por personas distintas del presidente.
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2. En segundo lugar se supone que los Atacms son una tecnología revolucionaria, cuya presencia en el campo de batalla tendría un verdadero impacto en la capacidad de las FFAA ucranianas para prevalecer en combate contra sus rivales rusos. Es un sistema de 50 años de antigüedad que el Ejército estadounidense dejó de comprar en 2007. Aunque los Atacms se han beneficiado de un programa de extensión de la vida útil diseñado para evitar que el misil falle una vez lanzado debido a su vejez, sigue siendo un sistema envejecido con capacidades limitadas.
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Si Ucrania lo utiliza, se encontrará en el punto de mira de las armas antimisiles rusas, que interceptarán el cohete antes de que alcance su objetivo y bloquearán los sistemas de guiado mediante capacidades de guerra electrónica consideradas entre las más eficaces del mundo. No cabe duda de que un cohete Atacms es capaz de infligir daños considerables a cualquier objetivo que ataque. Pero la realidad es que la mayoría será derribado antes de alcanzar su blanco, un hecho del que los planificadores militares del Pentágono son muy conscientes.
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En resumen, es la antítesis de un arma mágica diseñada para reforzar la capacidad militar de Kiev. Es, como todos los sistemas de armas estadounidenses que le precedieron, una píldora envenenada condenada a destruir a todos los que la consuman.
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La cuestión no es la debilidad o la falta de fortaleza de Rusia, sino más bien la volubilidad estadounidense que cuando se combina con una estrategia que siempre ha consistido en infligir el máximo perjuicio a Rusia con el menor riesgo para Estados Unidos en lo que se refiere a bajas estadounidenses y de la OTAN.
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En resumen, las decisiones tomadas por EEUU respecto al suministro de equipamiento militar se han hecho con un fuerte aspecto político interno, impulsadas por presiones acumuladas desde dentro del establishment estadounidense que se generan por las «necesidades» ucranianas que vienen dictadas más por la exigencia de apaciguar a sus amos occidentales que de lograr capacidad bélica.
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Los Atacms, al igual que los Himars, los M-1 y los F-16, no son más que el equivalente a los caramelos esparcidos por encima del cono de helado que se lame a sí mismo que es el apoyo militar estadounidense a Kiev.
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En esta ecuación faltan los cientos de miles de hombres ucranianos que han sido mutilados y asesinados a causa de esta cobarde postura estadounidense, y las millones de vidas ucranianas que han sido desplazadas y perturbadas a consecuencia de una estrategia estadounidense que pretende infligir daño a Rusia «hasta el último ucraniano«.
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Los políticos y expertos de EEUU se regodean en que la política de su país ha sido un éxito, dado el número de bajas rusas que se han infligido simplemente gastando dinero. Pero nadie habla de los muertos ucranianos, de los heridos ucranianos, de las víctimas ucranianas porque en Estados Unidos y Europa su pueblo sencillamente no cuenta. Son recursos que se gastan tan despreocupadamente como los dólares y euros asignados por los supuestos representantes de principios de la democracia occidental.
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El posible suministro de Atacms a Kiev no es más que la manifestación más reciente de la inhumanidad cuando se trata de la matanza de eslavos, ucranianos y rusos por igual en un conflicto concebido, facilitado y sostenido por el llamado Occidente colectivo.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Scott Ritter – es un ex oficial de inteligencia del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos. Sirvió en la URSS como inspector implementando el Tratado INF, en el personal del general Schwarzkopf durante la Guerra del Golfo y como inspector jefe de armas de la ONU en Irak. Actualmente escribe sobre temas relacionados con la seguridad internacional, asuntos militares, Rusia y Oriente Medio, así como sobre el control de armas y la no proliferación.
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