La fase actual de la guerra en curso entre el movimiento Hamás e Israel estalló en la palestra internacional el 7 de octubre, cuando Hamás llevó a cabo un mortífero e inesperado ataque en el que murieron 1.300 israelíes, entre ellos más de 220 soldados.
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La respuesta israelí, la movilización de unos 360.000 soldados que posteriormente asediaron la Franja de Gaza, hogar de unos 2,1 millones de palestinos, ha generado la ira de gran parte del mundo, especialmente ante el bombardeo aéreo sostenido que ha matado a miles de civiles palestinos, más de la mitad de ellos eran niños, y ha desatado una crisis humanitaria entre los supervivientes, muchos de los cuales han sido desplazados de hogares destruidos por las acciones israelíes.
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El sufrimiento del pueblo palestino a manos de Israel ha impulsado a los partidarios de Hamás, incluidos Hizbulá e Irán, a amenazar con una intervención militar contra Israel, lo que ha hecho surgir la posibilidad de un conflicto regional con un espectro más amplio. Esto, a su vez, ha llevado a responsables políticos estadounidenses, como el senador republicano por Carolina del Sur, Lindsey Graham, a analizar la cuestión.
«Este es mi mensaje. Si Hizbulá, que es un representante de Irán, lanza un ataque masivo contra Israel, lo consideraré una amenaza para el Estado de Israel, de naturaleza existencial. Presentaré una resolución en el Senado de Estados Unidos para permitir una acción militar de EEUU junto con Israel para sacar a Irán del negocio del petróleo. Irán, si intensificas esta guerra, iremos por ti», afirmó el político.
La retórica de Lindsey Graham es incendiaria por naturaleza, pero vista en el contexto de la realidad actual, es vacía. Uno de los objetivos estratégicos de Estados Unidos es el cambio de gobierno en Irán. Durante la Administración Trump, el Ejército estadounidense y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) se encargaron de desarrollar planes de acción encubiertos diseñados para sembrar la disidencia dentro del Gobierno iraní y, en el proceso, deslegitimarlo a los ojos del público del país persa.
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Aunque estos planes nunca llegaron a buen término bajo Trump, fueron totalmente ejecutados por la Administración Biden. La trágica muerte de Mahsa Amini, de 22 años, en septiembre de 2022, fue utilizada por la CIA como un catalizador en torno al cual desencadenar un programa masivo, previamente planificado, de agitación política interna diseñado para debilitar y, en última instancia, derrocar al Gobierno iraní.
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Durante décadas, la CIA había fomentado las relaciones con diversos grupos de la oposición iraní, incluidas las minorías étnicas kurda, azerí, baluchi y árabe, la Organización de los Muyahidines del Pueblo de Irán (PMOI), también conocida como Mojahedin-e Jalq (MEK), y varias organizaciones monárquicas, para crear un polvorín de disidencia política capaz de encenderse a demanda.
La muerte de Mahsa Amini (que, contrariamente a la propaganda impulsada por la CIA, se produjo por causas naturales) fue aprovechada por la agencia como detonante para desatar esta oposición armada. En las semanas y meses que siguieron, Irán se vio sometido a una inestabilidad política interna masiva y a la violencia que EEUU trató de aprovechar en un potencial cambio de régimen similar a lo que se hizo en el Maidan en Kiev, Ucrania, en febrero de 2014. Este esfuerzo fracasó, e Irán emergió de la violencia más fuerte y más unificado que nunca detrás del mismo Gobierno que Estados Unidos intentó derrocar.
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Con el cambio de régimen encubierto fuera de la mesa, la única opción disponible para la Administración Biden, en el trato con Irán en la línea amenazada por el senador Graham, es la guerra. Estados Unidos ha evitado asiduamente un conflicto militar directo a gran escala con Irán, por el simple hecho de que para prevalecer en un enfrentamiento de este tipo, tendría que dedicar poder militar suficiente a la tarea, en un momento en que los recursos finitos del Ejército estadounidense se estaban asignando a Europa y al Pacífico. Incluso si Washington reasignara las fuerzas necesarias para prevalecer en una guerra general contra Irán, tardaría meses en reunirlas.
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Generar potencia de combate es una cosa. Desplegarla de forma sostenible desde el punto de vista logístico es otra. EEUU pudo desplegar unas 750.000 tropas en Oriente Medio en 1990-1991 solo porque tenía acceso a puertos y aeródromos amigos en la región, donde las tropas y el material militar podían descargarse sin problemas. Cualquier guerra general entre Irán y Estados Unidos provocaría, inevitablemente, que Irán desafiara cualquier despliegue militar estadounidense importante, lo que significa que los aeródromos y puertos que normalmente se utilizarían para apoyar dicho despliegue, estarían bajo constante ataque iraní.
En consecuencia, Estados Unidos tendría que ejecutar una opción de entrada forzosa en Irán, apoderándose de una importante ciudad portuaria iraní, como Chabahar o Bandar Abbás. Esto requeriría un gran esfuerzo anfibio en el que los barcos que contuvieran la fuerza de desembarco tendrían que enfrentarse a un guantelete de misiles iraníes que paralizarían o destruirían la fuerza de desembarco antes de que estuviera a distancia de ataque de Irán. En resumen, EEUU no puede derrotar físicamente a Irán utilizando el poder militar convencional sin someterse a una movilización masiva de recursos que sería políticamente insostenible.
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Esto deja la opción de una campaña aérea. Israel aboga desde hace tiempo por un ataque militar por aire contra Irán. Uno de los principales problemas a los que se enfrenta Israel es la distancia física entre Israel e Irán, que requeriría el tipo de apoyo de reabastecimiento aéreo a gran escala que solo posee Estados Unidos.
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Israel y Estados Unidos han llevado a cabo un entrenamiento militar conjunto que incluye el reaprovisionamiento en vuelo de aviones de ataque israelíes por aviones de reabastecimiento estadounidenses como parte de un ejercicio de entrenamiento conocido como Juniper Oak, realizado en enero de 2023. Este entrenamiento también incluyó bombarderos y fuerzas terrestres estadounidenses.
Sin embargo, el problema al que se enfrenta Estados Unidos es que Irán es un país enorme que no es propicio para asestar un golpe de gracia, aunque lo asesten los recursos combinados de Israel y Estados Unidos. La amenaza de Lindsey Graham de «sacar a Irán del negocio del petróleo» puede sonar bien a los opositores de Irán, pero no es más que retórica vacía.
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Si Estados Unidos y/o Israel atacaran la infraestructura petrolera iraní, Irán desataría una represalia que paralizaría la infraestructura de producción de petróleo de todo Oriente Medio, incluidos Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. Una acción como esa sumiría en el caos a las economías estadounidense y mundial. Además, Irán conservaría suficiente capacidad de ataque para devastar tanto las bases militares estadounidenses en la región como las ciudades israelíes. En resumen, no hay ninguna opción militar disponible ni para Israel ni para Estados Unidos, trabajando individualmente o juntos, que pueda derrotar a Irán.
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En una entrevista reciente, el periodista de CBS News, Scott Pelley, preguntó al presidente Biden si las guerras de Israel y Ucrania eran «más de lo que Estados Unidos puede asumir al mismo tiempo».
«Somos los Estados Unidos de América, por el amor de Dios», respondió Biden, con su característica belicosidad, «la nación más poderosa de la historia, no del mundo, de la historia del mundo. La historia del mundo. Podemos ocuparnos de ambos y seguir manteniendo nuestra defensa internacional global. Tenemos la capacidad de hacerlo y tenemos la obligación de hacerlo. Somos la nación esencial, parafraseando al antiguo secretario de Estado. Y si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?», concluyó, haciendo todo lo posible para mantener la mirada de acero de un hombre que va en serio.
La respuesta, al parecer, es nadie.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Scott Ritter – es un ex oficial de inteligencia del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos. Sirvió en la URSS como inspector implementando el Tratado INF, en el personal del general Schwarzkopf durante la Guerra del Golfo y como inspector jefe de armas de la ONU en Irak. Actualmente escribe sobre temas relacionados con la seguridad internacional, asuntos militares, Rusia y Oriente Medio, así como sobre el control de armas y la no proliferación.