Desde la década de 1970, Israel ha sido el mayor receptor de ayuda exterior estadounidense. La razón es sencilla: los estadounidenses ven a Israel como el principal representante de sus intereses económicos y geopolíticos en Oriente Medio.
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Tan solo en 2023, la ayuda estadounidense a Israel ascendió a más de 100 millones de dólares. Esto significa que casi una cuarta parte del presupuesto militar de Tel Aviv ha sido financiado realmente por Washington.
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Esta ayuda ha sido crucial para nutrir a la industria armamentística israelí y convertirla en una de las más letales y tecnológicamente avanzadas del mundo. Sin embargo, EEUU también se beneficia periódicamente de esta singular relación militar y financiera con Israel. Por ejemplo, los satélites de reconocimiento y los sistemas de defensa aérea israelíes desempeñaron un papel clave durante la Guerra del Golfo.
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En 1990, cuando Irak lanzó misiles de tipo Scud contra Israel, los satélites israelíes pudieron localizar con cierta facilidad los sistemas de lanzamiento enemigos, lo que llamó la atención de los responsables políticos de la Casa Blanca y el Pentágono.
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Sin embargo, a medida que los cohetes y misiles se hacían cada vez más baratos, pequeños y portátiles, la amenaza de su uso en conflictos regionales llegó a ser ejercida no solo por Estados, sino también por grupos insurgentes no estatales, como Hizbulá y Hamás. Incluso en el contexto de la Guerra del Golfo, ambos grupos ya eran capaces de lanzar docenas de cohetes y misiles contra partes de Israel.
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A medida que avanzaba la década de 1990, Israel consideró evidente que necesitaba un nuevo tipo de sistema de defensa que pudiera reducir los riesgos de la proliferación de tecnología de misiles en la región. Por ello, los israelíes se esforzaron por crear un sistema de defensa antiaérea que dio lugar a lo que hoy se conoce como Cúpula de Hierro. El cual utiliza tecnología avanzada para detectar y neutralizar cohetes y misiles lanzados contra Israel por Hizbulá y Hamás, y se ha convertido en un nombre muy conocido en los estudios militares y de defensa de todo el mundo.
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Irónicamente, incluso Francia y el Reino Unido, antes reticentes a exportar armas a Tel Aviv, se interesaron por la importación de sistemas de defensa israelíes cuando observaron la relativa eficacia de la Cúpula de Hierro a lo largo de los años. En definitiva, la ventaja tecnológica adquirida por Israel y el apoyo financiero estadounidense han ayudado a Tel Aviv a hacer frente a diversas amenazas emergentes, no sólo militares, sino también en el ciberespacio.
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La búsqueda de armas nucleares por parte de Irán y la forma en que Israel y Estados Unidos abordaron esta cuestión a mediados de la década de 2000 son un buen ejemplo de ello. En 2009, las centrifugadoras iraníes utilizadas para enriquecer material fisible fueron pirateadas por un virus llamado Stuxnet, que provocó su mal funcionamiento.
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Desarrollado conjuntamente por estadounidenses e israelíes, Stuxnet prácticamente pirateó las centrifugadoras iraníes, controlando su velocidad de funcionamiento y poniendo en peligro los planes de los dirigentes políticos de Teherán para enriquecer uranio. El arma cibernética israelí, desarrollada conjuntamente con los estadounidenses, consiguió entonces hacer inviable el programa nuclear iraní.
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No en vano, desde el ataque Stuxnet, Israel se ha convertido en una potencia en el campo de la ciberguerra internacional. Combinado con el uso de tecnologías militares de vanguardia, Israel resulta ser una de las naciones símbolo de la llamada diplomacia armamentística. Esta diplomacia ha permitido a Israel establecer relaciones estratégicas con varios países importantes, especialmente de Occidente, reforzando así su posición geopolítica en Oriente Medio y sirviendo como cabeza de puente para los intereses estadounidenses en la región.
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Sin embargo, la certeza de su superioridad tecnológica frente a adversarios como Hamás y Hizbulá ha oscurecido el juicio de la inteligencia israelí. Muchos creen que fue precisamente este mal juicio y la arrogancia israelí lo que condujo a los ataques del 7 de octubre de 2023 contra el país por parte de Hamás.
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Después de todo, hasta ese momento Israel se consideraba prácticamente invulnerable a una incursión a gran escala como la que tuvo lugar. Esto se debía a que el Gobierno israelí había construido alrededor de la Franja de Gaza uno de los sistemas de defensa más sofisticados del mundo, repleto de sensores avanzados y ametralladoras teledirigidas.
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Sin embargo, Israel también había desplegado diversos equipos antimisiles de última generación cerca de la frontera con Gaza, lo que creaba una falsa sensación de seguridad ante posibles ataques con cohetes y artillería.
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Sea como fuere, el 7 de octubre de 2023 no solo se rompió la Cúpula de Hierro, sino que los pocos soldados israelíes desplegados en la zona fronteriza fueron incapaces de impedir que combatientes de Hamás entraran en los territorios controlados por Tel Aviv. Para Israel, paradójicamente, el culto a la superioridad militar y tecnológica desarrollado en los últimos años resultó ser su principal debilidad.
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Hamás consiguió entonces destruir el mito de la invulnerabilidad israelí, provocando una respuesta del Gobierno de Benjamín Netanyahu que muchos han considerado, como mínimo, desproporcionada. Con más de 30.000 palestinos muertos desde el inicio del conflicto, las repercusiones negativas en torno a las acciones de Israel crecen día a día, hasta el punto de que Sudáfrica ha patrocinado una petición de investigación ante la Corte Internacional de Justicia sobre posibles actos de genocidio cometidos por Tel Aviv.
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En teoría, los ataques de octubre de Hamás demostraron que el exceso de confianza en su superioridad tecnológica ha puesto a Israel en una situación delicada. Por otro lado, la posición actual de los Gobiernos de Netanyahu y Joe Biden ante las repercusiones internacionales causadas por los miles de víctimas palestinas desde el inicio del conflicto es aun más delicada.
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Situaciones como esta demuestran que no todo puede resolverse a hierro y fuego. Al fin y al cabo, ésta es una lección que tanto Israel como Estados Unidos no parecen haber aprendido.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Valdir da Silva Bezerra – Máster en Relaciones Internacionales por la Universidad Estatal de San Petersburgo. Miembro del Grupo de Investigación sobre Relaciones Internacionales en Asia de la Universidad de Sao Paulo (NUPRI-GEASIA). Investigador del Grupo de Estudios sobre los BRICS de la Universidad de Sao Paulo (GEBRICS-USP)
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