Aunque en el resto del continente el Día de todos los Santos se festeja el 2 de noviembre, en México la fiesta comienza el 31 de octubre, cuando la tradición indica que esa noche regresan las almas de los niños fallecidos a visitar a sus familias.
Los niños son protagonistas de la fiesta: hay «calaveritas» de chocolate y azúcar decoradas de colores a la venta en los comercios, hay «pan de muerto» que se prepara para estas fechas, hay disfraces, dulces y color. En las calles, decenas de flores de cempasúchil se ofrecen a la venta, cosechadas especialmente para esta fecha, para decorar los altares que se ponen en casas y comercios, recordando a los que ya no están.
El cempasúchil o «flor de muerto» es la encargada de iluminar el camino de los muertos a la tierra para que sepan en donde está el altar y la familia que no los olvida. Esa noche se le deja una cerveza o un plato de mole en el altar, tal vez un cigarrito o un tequila: lo que más le guste al que se espera.
Se le comparte la comida de la familia, se le hace al fallecido un lugar en la casa y se prepara para recibirlo, haciendo gala de la hospitalidad mexicana. Esto sucede durante el día 1 de noviembre. Durante la madrugada entre el 1 y el 2 llegan las almas de los que se quiere y ya no están. Una noche de fiesta en que la tradición permite sentir el abrazo y la despedida de nuestros muertos, un momento para recordar que sólo con la muerte se crea la vida.
La Santa Muerte es otro de los cultos paganos más fuertes entre la gente de la Ciudad. En el barrio de Tepito, el altar de «Doña Queta», una mujer de 74 años, es el epicentro del festejo en la capital durante los últimos 17 años.
A la medianoche del día 31, se solía celebrar una misa en las puertas de esta casa que exhibe una imagen de la «Santita» y congrega a sus fieles en torno, instalados con sus propias imágenes de la muerte, se regalan flores, dulces y rocían con alcohol a las de los demás, deseándole que «la Santa te cuide y te proteja».
«La muerte ha existido siempre», dice Doña Queta a Sputnik. «Para nosotros, primero está Dios, luego la virgencita de la Guadalupe, San Juditas Tadeo y mi Niña Blanca [eufemismo con el que se conoce a la Santa Muerte]. Son toda la corte celestial», explicó para delinear el politeísmo que alimenta a sus creyentes.
Doña Queta tiene razón, la muerte ha existido siempre. En el mito prehispánico, aunque la figura relacionada con la muerte es Mictlantecuhtli, «el señor de los muertos» que guarda el ingreso al inframundo, la protagonista de esta fiesta es Coatlicue, que en náhuatl significa «la que tiene su falda de serpientes».
Su figura es importante en esta fecha porque ella es la «hacedora de la muerte y la vida» quien recorre el universo con su falda de serpientes, dando el palpitar a la tierra y a los que en ella habitamos.
En el mito, Coatlicue es la madre tierra que a partir de la muerte forma la vida, es la progenitora de Huitzilopochtli, el señor de la guerra y la armonía. El relato indica que se embarazó con el roce de las plumas sagradas de un «hutzilin» (colibrí en náhuatl, cuyas plumas impulsan hacia lo alto) que pasaba mientras Coatlicue trabaja en la puerta de su hogar.
Su primera hija, Coyolxauhqui, celosa de su futuro hermano, prometió asesinarlo apenas naciera pero el espíritu guerrero y violento de Huitzilopochtli lo enfrentó con su hermana, que terminó desmembrada y su cuerpo repartido en los cuatro puntos cardinales.
Este relato está representado en el Templo Mayor de Tenochtitlán, cuyos vestigios están ubicados junto a la Catedral de la Ciudad de México. Coatlicue es la madre de todos los señores, «dioses» para los occidentales, y es la representación de la madre tierra, que con la podredumbre de la muerte alimenta las almas de los que vienen detrás, como las semillas se alimentan de la humedad y la oscuridad de la tierra para crecer. Es el círculo que la madre dejó: para que la vida exista, tiene que llegar la muerte.
La imagen de Coatlicue original se resguarda en el Museo de Antropología. Pero aunque en la Ciudad de México, la noche del 1 de noviembre, la gente también festeja disfrazada y maquillada, llevando a la muerte en el rostro como si fueran «catrinas», en el Ángel de la Independencia hay 120 cruces rosadas denuncian otras muertes.
«Hicimos esta velada para dignificar a las mujeres que han sido arrancadas de nuestra vida por medio del feminicidio o la desaparición forzada. Nos reunimos 120 familiares de víctimas en el Ángel para hacer este llamado urgente y enérgico a la autoridad», explicó Sandra Soto, una de las convocatorias de esta iniciativa.
Soto señaló las fallas en los procedimientos que han impedido el acceso a la justicia, donde no hay sentencias condenatorias de los responsables de estos crímenes, que se alimentan de la impunidad para seguir sucediendo.
«Desde la página ‘Los machos nos matan en México‘ nos hemos reunido para avanzar un paso, hoy hacemos esto que es simbólico pero nos tenemos que valer de cualquier medio», dijo Soto a Sputnik. Refirió que hay 2.600 mujeres «asesinadas por la violencia machista» en 2018 en México, «esto no es ni el 1% de los casos».
«Los mayoría de los responsables están prófugos o no tienen sentencia, y si tienen son ridículas. Los criminales tienen más derechos que las víctimas, porque el Estado maneja que ellas no tienen derechos porque ya están muertas, pero ellas tenían derechos, alguien se los arrancó. Ellas no murieron, las asesinaron».