Nunca se sabe, como en el caso de los borrachos, cuál es el último peso de aumento del gasto que provoca una repentina pérdida de confianza del mercado y que nos convierte en “Grecia”. Esta idea y la de asesinar a tus padres y pedir clemencia por ser huérfano, fueron simpáticamente utilizadas por Paul Krugman en un viejo artículo del New York Times, “Cuidado con el circulo vicioso de la austeridad”.
por *Alejandro Marcó del Pont
Director – El Tábano Economista
En nuestro caso la idea tiene que ver con la obsesión liberal respecto al déficit fiscal, y en el caso argentino, aunque no es privativo de nuestro país, con la catástrofe a la que puede conducir el nuevo gobierno con un impulso desmedido del gasto, a pesar que todos los ajustes del gobierno anterior nos arrastraron al caos y a la concentración del ingreso.
Parecería ser que la duda gira en torno a la veracidad de la sentencia de que un déficit fiscal conduce al infierno, o al contrario, el superávit nos eleva al paraíso. Lo cierto es que de los 180 países de los que se tiene datos, sólo en 24 hubo en el 2018 superávit fiscal, y de los 156 pecadores ninguno ha sido condenado a las tinieblas. Y, para ser justos, tampoco los 24 superavitarios navegan en la abundancia.
El cuadro siguiente, donde se observa un déficit constante, parece desmentir claramente la descabellada idea de que el desfasaje del gasto genera todos los desacoples económicos. De hecho, los datos son lapidarios para los últimos 28 años, y cuando hablamos de concluyentes lo hacemos en términos absolutos (los datos son aún peores que los expuestos, porque no estamos dando la participación respecto del PBI).
Por ejemplo, no destacamos que de los 24 países superavitarios, los de mayor excedente con respecto al gasto sean los Estados Federados de Micronesia, Macedonia o las Islas Marshall, ni tampoco subrayamos que Alemania, la reina y garante de la austeridad solo tuvo en últimos 28 años cuatro años de superávit. Los demás países, como EE.UU, por ejemplo, han tenido peores momentos deficitarios, dependiendo de la época: entre 6% y 13% del PBI, o Francia, entre el 4% y el 8% durante los azotes de crisis de la subprime, y podríamos incorporar a la mayoría de los países del mundo en este línea.
Aun así, todos siguieron creciendo, aunque de manera modesta. Unos con déficit antes de las crisis y posteriormente con mayores desbalances en las cuentas públicas, pero esto no les impidió crecer a tasas reducidas. Europa, debemos recordar, entró en crisis política por el incumplimiento de la mayoría de los países de los puntos relevantes del Pacto de Estabilidad y Crecimiento que obligaba a tener un desequilibrio fiscal menor al 3% y una deuda no superior al 60% del PBI. Antes de las crisis del 2008, el 60% de los países de Europa tenían un déficit por encima del 3% y las deudas estallaron con posterioridad a la misma.
Los números de crecimiento marcan que la economía se desaceleró con posterioridad a la crisis, pero también lo había hecho desde principio de siglo en comparación con el final de los noventa. De todas maneras todos los países con déficit fiscales importantes instalaron la palabra “austeridad” como centro de sus políticas. En Latinoamérica ya era conocida con otros sinónimos. Quizás no tenga mayor relevancia el término en sí, pero sí su significado. Según el establishment, en general financiero, las políticas de reducción del gasto público y los déficits presupuestarios, así como suavizar los niveles de deuda del sector público, son necesarios para lograr un crecimiento sostenido en el largo plazo.
Datos sumarios, luego de 11 años de transcurrida la crisis, no avalan ni por asomo ninguna de las ideas planteadas, incluso las relacionadas con la reducción del déficit, que desterrarían las consecuencias generadas por el obsceno endeudamiento privado que derivó en la crisis. La ejecución de políticas de austeridad no solucionó el desequilibrio ni habilitó un mayor crecimiento. Como se nota en los números, la austeridad no era una necesidad económica sino una elección política creada por la ideología dominante, en la cual prevalencia los negocios financieros o simples políticas de rapiña de unas derechas egoístas.
Lo que también modificó su geografía fue la deuda de las principales potencias mundiales con posterioridad a la crisis. El extraordinario incremento de la deuda privada, que a nadie parecía interesarle, derivó como corolario en la crisis 2008-2009, y fue enfrentada con fondos públicos y deuda estatal, es decir, los Estados asumiendo las cargas privadas, lo que tuvo como consecuencia el incremento de la deuda publica en todos los países.
Deuda pública como porcentaje del PBI 2008-2018
De aquí en más la idea de vivir por encima de nuestras posibilidades se instaló como un tema central conjuntamente con la deuda, no contraída en principio por los gobierno y sobre todo en Sudamérica. En los países centrales la austeridad dio paso a la desarticulación del Estado del bienestar para beneficios del establishment, que dormía plácidamente con niveles de deuda por encima del 60% permitido.
Para Latinoamérica a pesar de que en el pasado la austeridad había ocasionado el peor de los escenarios, el relato retornó, pero esta vez sin el menor sustento numérico, como hemos visto, pero anteponiendo la idea que los presupuestos gubernamentales tienen que ser equilibrados, ya que la retracción del gasto es la única forma de producir los recursos para afrontar las deudas garantizadas que no fueron producto de un dispendio de recursos.
El problema del colapso financiero global y la Gran Recesión no fue el aumento de la deuda del sector público sino el rápido crecimiento de la deuda del sector privado a medida que los hogares acrecentaban la deuda hipotecaria a bajas tasas de interés para comprar casas y financiar otros gastos. Los Estados, sobre todo latinos, tuvieron que afrontar una oleada recesiva que nada tenía que ver con la evolución de sus cuentas publicas, pero si tuvieron que restringir el gasto para afrontar los compromisos de pago.
Así comenzó el relato de ajustarse el cinturón, no vivir por encima de nuestras posibilidades, reducir el gasto para no aumentar impuestos, etc. A grado de tal llegó el engaño que se comenzó a comparar las finanzas nacionales con la economía hogareña. Nadie en su casa gasta más de lo que ingresa; tampoco, debería aclarase, en los hogares se habla de equilibrio salarial antes de pago de alquiler y déficit después del mismo. Pero la idea que se plasmó en las finanzas, con el superávit primario, y el terrible déficit total.
El aumento del gasto público y los déficits presupuestarios regulares no permitieron que ninguna economía capitalista importante caiga en el abismo del crecimiento, y al parecer no evitará la Gran Recesión, según muchos. Japón tuvo déficit presupuestario durante más de una década, antes de la caída de 2008-2009. No hizo ninguna diferencia. Japón entró en depresión, al igual que todas las demás economías importantes, sin importar su déficit fiscal.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
*Lic. en Economía y Magíster en Relaciones Internacionales (Universidad Nacional de La Plata). Analista de economía. Columnista y comentarista en varios periódicos, radios y televisiones internacionales. Director del medio de comunicación digital El Tábano Economista.