Por Luis Rivas | La Policía francesa, en el ojo del huracán

La actuación de ciertos policías franceses ha puesto a la institución en el punto de mira de las críticas por violencia desproporcionada. La polémica ha hecho reaccionar también al presidente Emmanuel Macron, pero las fuerzas de orden público denuncian condiciones de trabajo deplorables.

Por *Luis Rivas

Desde hace más de 60 semanas, las imágenes que el mundo pueden ver de Francia son en su mayoría enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas de orden público en París y las principales ciudades del país. Muchas de esas secuencias, filmadas por periodistas profesionales, activistas radicales o simples manifestantes muestran acciones que en algunos casos son consideradas como violencia policial.

En las últimas semanas, tres incidentes de este tipo, entre los que destaca la inmovilización de una persona que perdió la vida por fractura de tráquea, ha obligado al presidente Macron a pedir a la Policía «el mayor respeto a la deontología».

El Gobierno y los sindicatos se niegan sin embargo a aceptar el término de violencias policiales y consideran que son casos aislados que pueden ser castigados en proceso judicial, después de las investigaciones de abogados de las víctimas y de la Policía de policías, la IGPN, Inspección General de la Policía Nacional.

Peligrosas armas antidisturbios

Las manifestaciones de chalecos amarillos, que en un principio nacieron pacíficas, se convirtieron en actos de violencia tras la apropiación de la protesta por radicales de todo tipo, especialmente de la galaxia ultraizquierdista y, en menor medida, de los «identitarios» de la ultraderecha. A la protesta amarilla se le unió después la del rechazo a la reforma de las pensiones, que combinó huelgas con manifestaciones que otros grupos como los black blocs aprovecharon para sembrar la destrucción y el caos.

Desde hace más de un año, las fuerzas de orden público francesas están en estado de alerta permanente, acumulando jornadas de trabajo de 20 horas, bajo el calor o el frío, y haciendo frente a individuos cada día más violentos. Para algunos manifestantes, el estrés y el cansancio de la Policía no sirve para justificar el número de heridos y, en especial, las personas que han quedado tuertas como consecuencia del uso de LBD, el llamado lanzador de balas de Defensa (LBD), un arma que dispara un proyectil que impacta pero no penetra en el cuerpo. En algunos países, como Suiza, Bélgica o la ciudad de Nueva York lo han dejado de utilizar.

Los intentos de recuperación política de algunos partidos, como el populista de izquierdas La Francie Insumise pierden credibilidad cuando comparan a la Policía actual con las milicias que colaboraron con el ocupante nazi, pero golpean la moral de una institución que, aparte de casos individuales sancionados y sancionables, goza del apoyo de la mayoría de la población.

Récord de suicidios en la Policía

Especialmente desagradable fue para los policías alguna manifestación del pasado año en la que los asistentes les gritaban «¡Suicidaos!». Una consigna que se hacía eco del enorme número de policías que se quitaron la vida en 2019 —59 agentes— lo que representó un aumento del 60% con relación al año anterior.

Los sindicatos añaden también el escaso salario, la falta de formación adecuada, los horarios salvajes —sin fines de semana de descanso durante meses—, la presión de cumplir con cifras establecidas, la desconsideración y el aislamiento social, además de las condiciones materiales de trabajo. Una cifra resume bien la situación: más de 25 millones de horas extras impagadas.

Basta echar un vistazo a las redes sociales para descubrir, también, las fotos que publican los funcionarios de la Policía sobre el estado de muchas comisarías:

  • retretes destrozados y sin agua,
  • instalación eléctrica a la vista de todos,
  • ausencia de aire acondicionado o calefacción,
  • ratas compartiendo el espacio…

Guillaume Labeau fue un miembro de la brigada anticrimen de una ciudad sensible cercana a París, que volcó su enfado escribiendo el libro Colère d»un flic (La Rabia de un poli), en noviembre de 2017. En su relato, Labeau describe cómo compañeros suyos casi mueren carbonizados dentro de su vehículo tras ser atacados con cócteles Molotov por una banda de jóvenes delincuentes.

Denuncia también las emboscadas continuas y las agresiones que sufren los policías en los guetos que se han convertido en zonas de venta de drogas y refugio de malhechores. Y subraya la violencia y los hechos delictivos protagonizados por menores de 18 años que saben que los jueces les dejarán libres en pocas horas, para seguir trapicheando y amenazando a vecinos y comerciantes de su propio barrio.

Desde hace cinco años la Policía francesa está, además, en alerta permanente por motivos de terrorismo. Sus miembros recibieron un homenaje popular espontáneo tras los atentados islamistas de enero de 2015. Todos recordamos los aplausos que los manifestantes dedicaron a gendarmes y policías en los días posteriores a los asesinatos de los hermanos Kuachi en la sede de Charlie Hebdo, o en la tienda judía asaltada por Amedy Culibaly. Tres policías fueron asesinados en esos días por el trío yihadista.

Víctimas del terrorismo islamista

Un hecho que provocó gran conmoción entre las fuerzas del orden fue el asesinato de una pareja de policías en su domicilio, ante su hijo de tres años, por el islamista Larossi Abballa, el 13 de junio de 2016. El asesino seguía así las órdenes del autodenominado Estado Islámico, que propugnaba acabar con la vida de policías.

Desde entonces, policías y gendarmes temen por sus familias. Sobre todo, después de descubrir que una mujer, fichada S, como posible islamista radical, detenida tras el asesinato de la pareja, tenía en su poder un pendrive con los datos personales de 2.626 miembros de las fuerzas de seguridad. A partir de ese momento, muchos policías prefieren llevarse el arma a casa, algo que años atrás estaba terminantemente prohibido.

En marzo de 2018, otro el islamista radical que disparó a un grupo de gendarmes desde un vehículo robado asesinó al dueño del coche y mató a otras personas en el supermercado en el que se refugió. Un comandante de la Gendarmería fue degollado por el asesino después de intercambiarse por una rehén.

Los policías saben que no se pueden sentir seguros ni en su propio trabajo. El 19 de octubre pasado, en el interior de la Prefectura de París, un agente musulmán radicalizado asesinó a cuatro de sus compañeros.

Los manifestantes heridos en las manifestaciones recientes no van a encontrar consuelo en estos datos sobre la situación de las fuerzas de orden público francesas. Para ellos, nada justifica la pérdida de un ojo u de varios dedos en una mano.

Es el Gobierno, sin embargo, el que debe tomar medidas en cooperación con unos sindicatos policiales que advierten que, de todos modos, desarmar a los policías es dejarlos a merced de la violencia creciente de ciertos manifestantes radicales que no ocultan el objetivo de querer hacerse un poli.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

*Luis Rivas: Periodista. Columnista de Sputnik. Excorresponsal de TVE en Moscú y Budapest. Dirigió los servicios informativos del canal de TV europeo EuroNews. Vive en Francia desde hace más de 20 años.