Cuando se discutía sobre las medidas de política económica que habían llevado al mundo a un estancamiento con posterioridad al 2008, una de las hipótesis más aceptadas entre la heterodoxia económica se fundamentaba en la transformación de la economía mundial con la desregulación de los mercados financieros y de divisas.
Por *Alejandro Marcó del Pont
El mundo había diseñado un culto a la riqueza, una ilimitada devoción por lo privado, un ciego sometimiento al mercado, al individualismo, pero, por sobre todo, a la tiranía económica de la especulación financiera como dispositivo central de los beneficios. Espacio este que en otras épocas llenaba la producción.
El neoliberalismo siguió avanzando sin solucionar la crisis del 2008, completa culpa del sistema financiero, que no solo desbarató la tasa de crecimiento mundial y puso en jaque al comercio, sino que endeudó a personas y Estados a niveles irracionales sin solucionar la crisis, estableciendo, eso sí, los cimientos de la recesión actual.
Ahora debemos comenzar de cero a reposicionar y reinventar en el imaginario social al “Estado”. Ese al que se le acepta su intervención y se le admite su capacidad de despliegue y soluciones solo cuando socialmente las crisis lo demanda. Hay que comenzar a esbozar un nuevo Estado, un Estado emprendedor, un Estado audaz, un nuevo pacto social con un nuevo Estado de bienestar. No es posible que un país se permita la estupidez de eliminar su Ministerio de Salud y luego, en medio de una pandemia, le exija al gobierno siguiente, al que le heredó el desmantelamiento sanitario, celeridad, eficiencia y resultados en las políticas de salud.
Esta misma idea gira en torno a la postergación de nuestra línea aérea de bandera, que ante la emergencia viral obtiene la exclusividad de rescatar a nuestros conciudadanos, mientras las privadas se desentienden de sus pasajeros. En el mismo sentido, se le pide al Estado su intervención ante el desempleo, la pobreza, la pérdida salarial, el estallido inflacionario, la falta de oportunidades educativas, etc. El Estado es el gran culpable de los males, el opresor fiscal, el garante de las pérdidas y, en última instancia, siempre en última instancia, el socorrista y protector de los derechos sociales.
En cada uno de los países se comienzan a notar las diferentes imágenes que el Estado proyecta, desde el rol de protector y garante de fortunas hasta socorrista solitario de la justicia social, de los derechos mínimos de bienestar, del trabajo y de la dignidad. El mundo mira azorado el individualismo social y sanitario de los Estados Unidos, a la espera de una catástrofe viral de magnitudes insospechadas al no tener test gratuitos de coronavirus, lo que distorsiona las estadísticas. ¿Qué van hacer los 30 millones de personas que no poseen seguro médico en esa nación, y los otros 40 millones que solo acceden a planes de salud deficientes, que únicamente pueden ser utilizados en situaciones extremas?
Las medidas económicas implementadas parecen un calco de las 2008 y la reacción de los mercados fue aterradora. El mundo financiero se está desmantelando a una tasa de degradación sin precedente, mientras que el mundo productivo se encuentra en cuarentena, por lo que, cuando salga de su aislamiento, la producción, la cadena de suministros y ensamblaje, nos desayunaremos con la realidad comercial.
En medio de este Estado de descomposición algunos analistas creen que la hecatombe financiera la Argentina se podría ver beneficiada. Mientras el gobierno lucha denodadamente por implementar medidas cada vez más decididas para apuntalar y equilibrar las cargas de una economía que se contrajo en los dos últimos años un 5%, otros piensan como acreedores.
Argentina cerró 20.000 pymes en cuatro años. En el mundo con la baja en la tasa de interés, una parte importante de las empresas se endeudaron ante este abaratamiento del crédito, y de hace algún tiempo a la fecha, antes del coronavirus, ya se les llamaba zombis. Según el Bank for International Settlements, en Estados Unidos 16% de las compañías que cotizan en bolsa son zombies y más de 10 % en Europa. Y son muertos vivientes porque generan utilidades tan bajas que no pueden enfrentar sus deudas. En nuestro país ni siquiera a esa categoría pudieron arribar las pymes con tasas de más del 100%.
Es tan sesgada la mirada mundial y tan necesaria la racionalidad estatal, que la presidenta del BCE Christine Lagarde cometió un error de apreciación al decir —“No estamos aquí para reducir las primas de riesgo. No es la función del BCE”. Y entonces, ¿para que estaría? Esta desviación no deja ver la brutal división de clases en la atención médica, los estragos sociales y económicos que la pandemia de coronavirus está creando entre las poblaciones pobres. Nunca como hoy fue tan evidente la necesidad de un ingreso básico universal.
Más allá de la imaginación de los abonados a las mieles de los acreedores, que solo imaginan ganancias aún en épocas tan desdichadas como la actual, y proponen quitas, baja de tasas y reprogramaciones de deuda que nadie sabe con qué fondos se pagarían, la economía y los mercados mundiales están comenzado a dar señales de la gravedad de los tiempos venideros.
Los economistas del Deutsche Bank estiman que la primera mitad de 2020 experimentará la peor depresión desde la década de 1930. “Los descensos trimestrales en el crecimiento del PIB que anticipamos superan sustancialmente todo lo registrado anteriormente, al menos desde la Segunda Guerra Mundial”. Oxford Economics calcula que la economía de EE. UU. se contraerá a una tasa anual del 12% a fines de junio.
Endeudamiento insustentable, fuga de capitales, caída del precio de las exportaciones, y, en el caso argentino, inflación acelerada y caída inusual del PBI, el peor escenario de todos, aunque la lógica queda claramente descrita en cuadro siguiente y en la siguiente afirmación del Banco Mundial “A pesar del fuerte aumento de la deuda, el crecimiento en estas economías ha decepcionado repetidamente y enfrentan perspectivas de crecimiento más débiles en una economía global frágil. Además de su rápida acumulación de deuda, han acumulado otras vulnerabilidades, tales como crecientes déficits fiscales y de cuenta corriente y una composición de deuda más riesgosa”.
El impacto de la depresión mundial y el colapso de los precios de los productos básicos en miles de millones de personas serán graves. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) acaba de publicar: COVID-19 y el mundo del trabajo: Impactos y respuestas donde en un escenario de alta probabilidad de ocurrencia, el desempleo en el mundo aumentará en 24 millones de personas. ¿De qué países creen que provendrán esos individuos?
Esta pérdida de empleo y el incremento del subempleo, al igual que en la crisis anterior, impactará en la baja de salarios y en la disminución de horas trabajadas, en pérdidas de ingreso laboral que se estiman en U$S 3.4 MM. La pérdida de los ingresos laborales dará como resultado un menor consumo de bienes y servicios, lo que afectará la continuidad de la producción y el comercio.
Un nuevo contrato social que contenga una nueva red de seguridad social o una nueva idea de Estado de bienestar que erradique la especulación y enaltezca la solidaridad y el trabajo, parecería un ejercicio más productivo que especular sobre las ventajas o desventajas del derrumbe económico mundial que todavía no se ha manifestado.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
*Lic. en Economía y Magíster en Relaciones Internacionales (Universidad Nacional de La Plata). Analista de economía. Columnista y comentarista en varios periódicos, radios y televisiones internacionales. Director del medio de comunicación digital El Tábano Economista.