El «antipresidente», lo bautizó la periodista Eliane Brum. Quizá sea la mejor definición para Jair Bolsonaro que semana tras semana no deja de decir frases machistas, pelearse con los más diversos actores políticos y hasta abrir un frente insólito con China, su principal socio comercial.
Por *Raúl Zibechi
Mientras todos los países sudamericanos han tomado medidas más o menos drásticas, la inacción y las contradicciones en que cae a diario Bolsonaro, que se refirió al coronavirus como una «gripezinha» (gripecita), provocó la irritación de las clases medias que lo llevaron al Gobierno, y que en la última semana se despacharon con sonoros cacerolazos durante siete días consecutivos.
«En diez ocasiones Bolsonaro minimizó la crisis del coronavirus», titula el diario O Globo, el de mayor circulación en Brasil, en evidente tono de burla hacia el presidente.
Este diario apoyó el golpe de Estado de 1964, mantuvo estrechos lazos con todos los gobiernos militares y fue opositor al Gobierno de izquierda de Luiz Inacio Lula da Silva. Por eso, sus críticas al mandatario actual pueden tomarse como un termómetro de lo que piensa el sector conservador de la sociedad.
Bolsonaro se enemistó con el gobernador de Sao Paulo, Joao Doria, de la socialdemocracia, a quien tildó de «lunático» y de «crear terror» por haber decretado la cuarentena en el estado más poblado del país, que junto a Rio de Janeiro concentra el 60% de los 2000 infectados del país.
El gobernador de Río, el segundo estado más poblado de Brasil, el conservador Wilson Witzel, asegura que no tiene interlocución con el gobierno en medio de una crisis tan profunda. «Es inaceptable la falta de diálogo y de cordura. Nunca pensé que viviría esto en democracia».
Según los institutos de opinión pública, la popularidad de Bolsonaro se está derrumbando, aún cuando la epidemia no comenzó a escalar de forma vertical. El Centro de Modelamiento Matemático de Enfermedades Infecciosas de la Escuela de Medicina Tropical de Londres, estima que el subregistro de contagiados en Brasil es enorme y que habría once veces más que los 2.000 detectados hasta el lunes 23 de marzo.
Lo más grave es que el sistema de salud no está en condiciones de atender a la población brasileña, y tampoco hay tests disponibles para un país de 210 millones de habitantes.
Una de las decisiones de Bolsonaro que muestra la improvisación y la falta de sensatez, fue la propuesta de suspender durante cuatro meses los contratos de trabajo y por lo tanto los salarios de los trabajadores. Debió dar marcha atrás ante la masiva y maciza oposición de todos los estratos sociales.
El presidente no está solo en estos dislates que van a contramano de las decisiones de los principales gobiernos del mundo, que buscan proteger los ingresos de la población. El dueño de la cadena de tiendas Havan, Luciano Hang, fanático bolsonarista, propuso recortar los salarios, suspender los seguros de desempleo y posponer las elecciones municipales de octubre.
Otro bolsonarista, Junior Durski, dueño de la cadena de restaurantes Madero, dijo en las redes que el confinamiento tendrá «consecuencias serán mucho mayores que las personas que morirán por cuenta coronavirus». Una parte del empresariado y del poder están más preocupados por las ganancias que por la vida de la población.
Según especialistas Brasil sigue una curva de infecciones similar a la de algunos países europeos, mientras Atila Iamarino, biólogo y doctor en microbiología apunta la mayor vulnerabilidad de Brasil: «China, Francia, España, Italia, Estados Unidos y Corea no tienen favelas».
«La ironía es que la enfermedad fue traída por los ricos a Brasil, pero va a explotar entre los pobres», dice Paulo Buss, director de la unidad de relaciones internacionales de Fiocruz, un prestigioso centro de investigación en salud pública.
Los habitantes de las favelas comenzaron a tomar precauciones, sabiendo que no tienen agua suficiente, que los servicios de salud son lejanos y que la precariedad de las viviendas hace casi imposible el aislamiento.
En el Complexo do Alemao, una de las mayores favelas de Río, sus habitantes crearon un «gabinete de crisis» contra el coronavirus. Ante la ausencia de orientaciones del Estado, los vecinos buscan promover una campaña para conseguir fondos para la compra de agua (ya que varias comunidades no la tienen desde hace meses), jabón y alcohol en gel.
Es evidente que Bolsonaro y los ultras brasileños no entienden ni a los brasileños ni, muchos menos, que el mundo ya cambió en una dirección que les molesta profundamente. Buena parte de los europeos agradecen la ayuda de China, Rusia y Cuba, que enviaron médicos y material sanitario a varios países afectados por la epidemia.
China es «el único país capaz de suministrar mascarillas a Europa en tal cantidad», dijo el ministro del interior checo, Jan Hamacek. Los chinos «son los únicos que pueden ayudarnos», ha afirmado el presidente serbio, Aleksandar Vucic, que ha calificado al jefe de Estado de este país, Xi Jinping, de «hermano». China está enviando material protector que escasea en el mundo a varios países, lo que no ha hecho más que acrecentar su prestigio.
En contra de esa tendencia, un hijo de Bolsonaro, el diputado Eduardo, se permitió insultar a China acusando a «la dictadura» de Beijing de ser la responsable de la pandemia.
El embajador de China en Brasil respondió con aspereza diciendo que el hijo del presidente padecía un «virus mental». El presidente Bolsonaro intentó hablar con Xi Jinping, pero éste se negó en primera instancia a escucharlo.
Aunque no se disculpó, el Gobierno sabe que no se puede permitir el menor roce con el dragón, ya que es su principal socio comercial. Cuando la Bolsa de Sao Paulo perdió casi el 50% de su valor desde fines de enero, algo inédito en otros países, y la economía sigue estancada, una crisis con China terminaría por hundir al país en una profunda recesión.
Bolsonaro no es sólo el «antipresidente» de Brasil, sino el contraejemplo de toda una región que está tomando medidas drásticas para afrontar la pandemia.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
*Raúl Zibechi, periodista e investigador uruguayo, especialista en movimientos sociales, escribe para Brecha de Uruguay, Gara del País Vasco y La Jornada de México, autor de los libros ‘Descolonizar el pensamiento crítico’, ‘Preservar y compartir. Bienes comunes y movimientos sociales’ (con Michael Hardt), ‘Brasil Potencia. Entre la integración regional y un nuevo imperialismo’, entre otros. Columnista de Sputnik.