La pandemia está afectando significativamente a los medios de comunicación y a la libertad de información. Desde que el planeta vive confinado y un poco alienado, la creación de bulos y «fake news» en las redes sociales se disparó de forma exponencial.
Ha aumentado la tensión entre poder y prensa, así como el miedo al control informativo y a la censura. El ejemplo más palmario de esta tendencia se da en España.
La crisis, que ya no es sólo sanitaria sino sistémica, está haciendo un daño casi irreversible a la autoridad moral de los periódicos y de los informativos de este país. No ayudó mucho a esta situación que el Gobierno socialista encabezado por Pedro Sánchez autorizara, a finales de marzo, en pleno pico de contagios y muertos, una importante inyección de dinero —15 millones de euros—, destinada a las televisiones privadas españolas (principalmente formada por el duopolio Mediaset y Atresmedia).
El objetivo de la subvención era proporcionar una «compensación temporal de determinados gastos de cobertura poblacional obligatoria del servicio de televisión digital terrestre de ámbito estatal» durante el estado de emergencia. Esta decisión soliviantó de especial manera a los representantes de la prensa escrita ya que se vieron privados de tal cantidad de dinero público.
La oposición y los medios en España
Algunas cabeceras, sobre todo las posicionadas ideológicamente en la oposición a Sánchez, empezaron a criticar lo que entendieron como un doble rasero. Denunciaron que las televisiones estaban siendo sobornadas para hacer una cobertura blanda y positiva de la pandemia, cómoda para Sánchez y su equipo, centrándose más en la superación y la esperanza, y menos en el dolor y la rabia.
El partido de extrema derecha Vox se sumó rápido a las feroces críticas a determinadas cadenas de televisión. Hace un par de días, en una sesión de control parlamentario al Gobierno, una portavoz de esta formación política, la diputada Macarena Olona, acusó al Ejecutivo de monitorizar las redes sociales «identificando las corrientes de opinión y censurando al disidente» y de estarlo haciendo a través de «un ministerio de la verdad» formado por «empresas paraestatales» que actúan como si fueran una «Gestapo».
Olona dio varios nombres y apellidos, entre ellos el de Antonio García Ferreras, influyente presentador de programas que emite La Sexta, uno de los canales de Atresmedia. Tanto esa corporación mediática como varias asociaciones de prensa calificaron las palabras de Olona de flagrante atentado a la libertad de información y de expresión.
El gigantesco flujo de mensajes que a diario destilan Twitter, Facebook, Whatsapp y otras aplicaciones de Internet sobreexpone a los ciudadanos, sedientos de noticias en este contexto, a un inabarcable torrente de datos que a veces esconde burdas mentiras y sofisticada desinformación que pueden ser malintencionadas.
Parafraseando al filósofo político británico John N. Gray, al igual que el COVID-19 ha dejado al descubierto los puntos débiles del sistema económico parcheado tras la crisis financiera de 2008, también ha afectado a la credibilidad de los medios de comunicación tradicionales, fagocitados o arrinconados por el poder de las redes sociales llenas de «trolls», «bots» y otras subespecies cibernéticas que esparcen mentiras.
Los bulos y las redes
El objetivo más o menos oculto de estos bulos apunta a confundir a la población, generar miedo e incertidumbre, trastornar su mente y moldear su opinión hacia una determinada posición político-ideológica. El resultado lleva a un considerable aumento de la crispación en la sociedad. Esto se aprecia especialmente en España, azotada cruelmente por el SARS-CoV-2.
La relevancia del problema ha llegado a tal nivel que el centro sociológico adscrito al Gobierno que elabora encuestas de opinión pública preguntó a los ciudadanos si habría que prohibir la difusión de bulos e informaciones engañosas y limitar la información sobre el virus a fuentes oficiales. ¿Pero eso no sería aplicar la censura? Lo terrible es que dos de cada tres españoles apoyaron esa idea muy cuestionable.
Este intenso debate deontológico e ideológico alcanzó su cénit el 15 de abril cuando el diario español El Mundo, abiertamente opuesto a la gestión de Sánchez en su línea editorial, publicó en su portada y a cuatro columnas una foto muy explícita. En ella se veía el cadáver de un hombre tendido sobre un colchón y a dos sanitarias del servicio de urgencias de la ciudad de Valencia que habían acudido a una llamada de socorro pues se estaba asfixiando; desgraciadamente llegaron tarde para ayudarle.
La dureza de la imagen desató una ola de discusión entre muchas personas que estiman que la instantánea es repugnante y fruto del «necroperiodismo» frente a otras tantas que sostienen que es necesario y sirve para sacudir las conciencias de la gente ante esta catástrofe.
«El problema no es la foto, sino la intención con la que publican. La deriva del periódico es más que evidente. Denota una gran desesperación por conseguir clics y dar que hablar. En estas circunstancias es vergonzosa», declara Ana Alonso, exjefa de la sección de Internacional del diario con sede en Madrid.
«El Mundo tenía la gracia de lo políticamente correcto; ahora no le veo ninguna gracia. Es filibusterismo barato», cree Juan Carlos Sánchez Illán, profesor en la Facultad de Comunicación de la Universidad Carlos III de Madrid.
No todos opinan como ellos. Así, Miguel Ángel Jimeno, profesor de Edición Periodística en la Universidad de Navarra, considera que la fotografía en cuestión es un «excelente ejemplo» de lo que debe ser el periodismo en estos complicados días: «Más que nunca tiene que servir (cercanía, ayuda), tiene que ser riguroso (datos), tiene que ser crítico (constructivo), tiene que ser edificante (gente buena, esperanza) y tiene que herir (la realidad más dura)».
«Lleváis viendo cadáveres en portada toda vuestra vida. Eran tragedias lejanas ante las que había que «abrir los ojos». Si ahora el partidismo o lo que sea adormece vuestros sentidos, por lo menos no la toméis con el que sigue alerta», argumenta Xavier Colás, quien trabaja para El Mundo desde Moscú.
El propio autor de la imagen, Alberto Di Lolli, considera que los españoles no están «acostumbrados a portadas así porque la foto es en España». ¿Era pertinente, innecesaria, morbosa? «Nadie se hace esas preguntas cuando nos llegan imágenes de guerra, de Aylan muerto en la playa, o de una casa tras un bombardeo. Hay un acuerdo tácito de que son necesarias porque están contando realidades escondidas», responde Di Lolli entrevistado por photolari.com.
Al hablar de Aylan, el fotorreportero se estaba refiriendo al niño de apenas tres años ahogado en septiembre de 2015 en aguas del Mediterráneo, cuando intentaba salir de Turquía en una balsa con un grupo de refugiados. Su triste foto, varado como un muñequito en una playa turca, dio la vuelta al mundo y se hizo viral.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
*Ha desarrollado su carrera profesional en el diario El Mundo, donde ha sido corresponsal en Moscú (1991-1996), redactor jefe de Internacional y de Edición y editorialista, especialista en Europa del Este y colaborador en varias publicaciones especializadas, desde 2010 es profesor en el Máster en Periodismo-El Mundo de la Universidad San Pablo-CEU. Columnista de Sputnik.