Pese a la máxima presión y las crueles sanciones de EEUU, en medio del mayor número de muertes por COVID-19 en Oriente Medio y la debacle petrolera global, el Cuerpo de los Guardianes de la Revolución Islámica entra como única potencia islámica a la élite del club espacial de 10 países con su hazaña tecnológica de colocar un satélite militar.
El Cuerpo de los Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI), máxima potencia económica y militar de la teocracia iraní, asombró al mundo al colocar su primer satélite militar en órbita apodado Nur 1 (Luz 1), transportado por Ghased (Mensajero) a 425 km sobre la superficie terráquea en el 41 aniversario del bautizo del CGRI.
Siete años después de haber colocado un mono en el espacio, el comandante de la Fuerza Aeroespacial del CGRI, el general de brigada Amir Ali Hajizadeh, comentó los aspectos tecnológicos del satélite, que usa combustible sólido y líquido combinados que «solamente poseen esta capacidad las superpotencias», mientras que los «otros son solamente consumidores de esta tecnología».
Según la agencia de noticias Fars, el general Hossein Salamí del CGRI se regodeó del «logro estratégico» del satélite que tiene otros propósitos —en la tecnología de la información y en la guerra de la información—, además del aspecto militar, ya que le confiere un plan de defensa integral y constituye un salto cuantitativo para las capacidades de inteligencia: «Ahora vemos la Tierra desde el cielo, y es el inicio de la formación de un poder mundial».
El ministro iraní de Telecomunicaciones, Mohammad Javad Azari Jahromí, enfatizó que el programa espacial de la Fuerza Aeroespacial del CGRI era de carácter «defensivo» y civil.
En febrero, un mes después del asesinato del general Soleimaní por un dron de EEUU, Irán fracasó en colocar en órbita el satélite de comunicaciones Zafar, mientras que el año pasado fallaron otras dos colocaciones satelitales, en medio de una explosión misteriosa que destruyó el vehículo de lanzamiento satelital y que ha sido adjudicado a los servicios secretos del Mossad de Israel.
Al Mayadeen, portavoz del Hizbulá libanés, informa que el Departamento de Defensa de EEUU calificó de exitosa la colocación en órbita del satélite militar que constituye «el gran avance de Irán en su programa espacial pues utiliza la misma tecnología que la empleada para lanzar un misil balístico intercontinental (ICBM)». Añade que la agencia espacial de Irán proyecta fabricar en los próximos cinco años satélites de imágenes con una azorante precisión de un metro.
La teocracia chiíta iraní consigue su hazaña tecnológica, en medio de la grave pandemia del COVID-19 que se ha cobrado 5.481 vidas, y tres meses y medio después del asesinato del icónico general Qasem Soleimaní que cayó en un engaño tendido por EEUU.
La irrupción espectacular de Irán a la élite del club espacial —con otros 9 miembros: los cinco permanentes del Consejo de Seguridad (EEUU, Rusia, China, Francia y el Reino Unido) sumados a Japón, la India, Israel y Corea del Norte— posiciona a la teocracia chiíta como el único miembro de los 57 países de la Organización de la Conferencia Islámica de 1.800 millones feligreses, lo cual le confiere un inmenso prestigio a dos días del inicio del ayuno anual del Ramadán.
Muchos países de la talla de Alemania, España y Brasil han abandonado sus proyectos espaciales cuando han surgido nuevos actores del sector privado en EEUU—véase SpaceX— y en China.
La reacción de EEUU ha sido furibunda. Trump, en sus pugnaces tuits, se agarró de un supuesto acoso de patrullas iraníes a embarcaciones militares de EEUU en el golfo Pérsico para amenazar con severas represalias. Tales bravatas no inmutaron para nada al CGRI y, a mi juicio, quizá hasta haya servido a ambos países para detener la brutal caída del petróleo.
Mike Pompeo, exdirector de la CIA y hoy secretario de Estado—que representa más los intereses de los evangelistas sionistas que los propios de EEUU—, denunció que Irán había pisoteado la resolución del acuerdo sobre el contencioso nuclear iraní del que, curiosamente, Trump renegó hace dos años.
Según Matthew Petti, de The National Interest —revista bimensual conservadora lanzada por el expresidente Nixon—, Pompeo «teme que el programa espacial de Irán pueda ser la cobertura para el programa de misiles balísticos intercontinentales», además de constituir una amenaza al espionaje de EEUU.
Como era de esperar, Israel, en plena apoplejía, denunció la hazaña chiíta y exigió todavía mayores presiones en medio de la pandemia, mientras China guardaba un silencio estratégico. Solamente Rusia dio la cara para afirmar en forma categórica que la colocación en órbita del satélite Nur-1 no infringía en absoluto la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU 2231.
La muy eficiente María Zajárova, portavoz del Ministerio ruso de Exteriores, desechó como «sin fundamento» los alegatos de EEUU, ya que la resolución de marras «de ninguna manera restringe los derechos y capacidades de Irán para explotar el espacio con propósitos pacíficos».
Zajárova agregó que Irán no está desarrollando misiles balísticos capaces de transportar armas nucleares ya que «no existen, nunca ha habido, armas nucleares en Irán». Todo lo contrario a EEUU, que «sorprende al mundo cada día con noticias sobre sus planes de desarrollar sus capacidades misilísticas nucleares».
El exdiplomático indio M.K. Bhadrakumar comenta la crueldad de las sanciones de la Administración Trump que obstruyó un préstamo a Irán del FMI por 5.000 millones de dólares para combatir el COVID-19 cuando EEUU ha desoído las súplicas de la ONU, la Unión Europea, Rusia y China, además del candidato presidencial Joe Biden, para aminorar las crueles sanciones contra Irán.
El exdiplomático indio aduce que en retrospectiva Trump cometió el grave error estratégico de haber ordenado el asesinato de Soleimaní, comandante de las fuerzas Quds que «no fortaleció exactamente los prospectos de reelección de Trump» ni «debilitó la determinación de encabezar el eje de la resistencia en Siria e Irak». Por el contrario: «Debilitó la presencia de EEUU en Irak» y «endureció la actitud de Irán frente a la Administración Trump».
No solamente Trump no ha podido contener a Irán, ni cambiar su régimen, sino que sus tres guerras declaradas —contra el COVID-19, contra el terrorismo islámico y contra el narcotráfico en el Caribe desde Venezuela hasta la transfrontera con México— no han tenido hasta hoy el éxito y el impacto necesarios para fortalecer su tambaleante reelección cuando le queda únicamente la soledad de promover una feroz guerra de propaganda contra China —por el origen misterioso del COVID-19— y la amenaza terrorista chiíta de Irán, cuyos mandatarios, curiosamente, han tenido mejores relaciones con el candidato del Partido Demócrata a la presidencia, Joe Biden, y con Obama.
Peor aún: la negociación de Trump para recortar la producción global de petróleo por 9,7 millones de barriles al día está resultando un fracaso cuando no ha podido persuadir a su aliado de Arabia Saudí a optar por una política energética más ad hoc a los intereses petroleros de Texas —corazón del vapuleado petróleo y gas de esquisto—, que cuenta con 38 votos electorales decisivos en el Colegio Electoral y pueden enterrar las aspiraciones de su reelección.
Suena paradójico, pero en esta fase Trump gana más cooperando con China e Irán que confrontándolos.
Una guerra contra Irán y/o China significaría el suicidio y la perdición de Trump, cuando los cadáveres estadounidenses se sumarían a los del COVID-19 que hoy arrasa EEUU.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Por Alfredo Jalife-Rahme – Analista de geopolítica y globalización. Columnista y comentarista en Sputnik y varios periódicos, radios y televisiones internacionales. Profesor de posgrado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en Geopolítica y Globalización. Autor de varios libros. Nombrado por la Red Voltaire de Francia como ‘El principal geopolitólogo de Latinoamérica’.