Por Camila Marcó del Pont | Mutilación genital femenina

La mutilación genital femenina conocida como MGF, o ablación femenina, incluye todo tipo de procedimientos de extracción parcial o total de los genitales femeninos, así como otras lesiones de esos órganos. Simboliza una práctica aberrante que se lleva a cabo en el continente africano, y en algunos países de Asia meridional. Niñas que provienen de la diáspora en Europa o en el norte de América también están expuestas a este peligro.

La Organización de las Naciones Unidas tiene por objetivo poner fin a esta práctica aberrante para el año 2030, advirtiendo que no tiene ningún beneficio para la salud, pero daña a mujeres y niñas de muchas formas. Los países en donde la práctica es una norma social, la presión, la necesidad de admisión o el temor al rechazo constituyen poderosas motivaciones para perpetuarla. Es considerada necesaria para la crianza de las niñas, una forma de prepararla para la vida adulta y el matrimonio

Responde a la concepción de lo que se considera una conducta sexual aceptable y tiene por objetivo asegurar la virginidad antes del matrimonio y la fidelidad después de él. En muchas comunidades existe la convicción de que reduce la libido de la mujer y la ayuda así a resistir la tentación de relaciones extraconyugales.

La mutilación genital femenina viene asociada a modelos culturales de feminidad y recato, portadores de la idea de que las niñas son puras y hermosas una vez eliminadas de su cuerpo aquellas partes que se consideran “impuras” o “no femeninas”, ya que aumenta las posibilidades de encontrar marido.

Aunque no hay escritos religiosos que prescriban la práctica, quienes la llevan a cabo suelen creer que tiene un respaldo místico. En la mayoría de las sociedades se la considera una tradición cultural, argumento que se utiliza a menudo para mantener su práctica.

El pasado 3 de Mayo, el Gobierno sudanés anunció que aprobará una ley para criminalizar la mutilación genital femenina. El país africano conserva una de las tasas más altas de prevalencia de esta práctica, donde 9 de cada 10 mujeres, entre 15 y 49 años han sido mutiladas.

El “anteproyecto de ley” aprobado por el ejecutivo el pasado 22 de abril, estipula una pena de tres años de cárcel para todo aquél que practique la ablación femenina, además de anular la licencia del hospital, centro de salud o clínica privada donde se haya llevado a cabo la operación.

La mutilación femenina es reconocida por la Organización Mundial de la Salud como una violación de los derechos humanos. Refleja una desigualdad entre los sexos muy arraigada y, al ser practicada invariablemente en menores, constituye (también) una violación de los derechos de les niñes.

No hay razón médica para la realización de esta práctica, ya que no conlleva ningún beneficio para la salud, sino que es un recordatorio sistemático y constante de la dominación ejercida sobre los cuerpos de  mujeres y niñas.

Los motivos por los que se practica difieren dependiendo la región  y la época, aunque siempre responden a una mezcla de factores socioculturales vinculados por las familias o comunidades.

La cultura no debería generar la explicación de nada que verse sobre nuestro cuerpo, esa idea es la de una sociedad integrada, una sociedad que impregna definiciones pre aprobadas, escondiendo las relaciones de poder y desigualdad que defienden y perpetúan los intereses de quienes tienen los privilegios. Es necesario que la cultura se deconstruya, se modifique, que no se distinga como algo homogéneo e inalterable.

El cuerpo es una entidad cultural, social y política. Michel Foucault, explica que es el lugar donde se ejerce el poder, donde se pueden observar los efectos de esas relaciones que ejercita el patriarcado a través de las categorías de sexo y género que establecerán las leyes, normas, imágenes, comportamientos, actitudes, afectos y pensamientos.

El cuerpo abusado, cosificado y sometido, constituye una convergencia entre dos grandes sistemas: el patriarcado y neoliberalismo. Mientras que el primero refiere al abuso machista y control de la sexualidad de las identidades históricamente oprimidas; el neoliberalismo implica el descuido y desprotección por parte de un Estado ausente e incapaz de escuchar la urgencia y la necesidad de los sectores sociales más vulnerables.

La materialidad del cuerpo, tal como afirma Butler (2008), es histórica, por tanto imposible de ser conceptualizada independientemente de los discursos hegemónicos sobre el género y la sexualidad. El lenguaje es constitutivo y performativo, todo acto significante delimita, bordea y materializa el cuerpo. Si en el campo de lo humano la materialidad del cuerpo no permanece independiente de los discursos sociales, y éstos representan e incluso, otorgan existencia a les cuerpes, es necesario, entonces, estudiar las condiciones bajo las cuales el cuerpo material se convierte en sexuado.

Sin embargo, el feminismo nos presentó un cambio de paradigma, donde el cuerpo se convierte en un lugar político, campo de lucha donde rebelarse a esos mandatos, terreno para inscribir otra cultura, en la cual el semejante sea considerado sujeto, propiciando conductas de (auto) cuidado y reconocimiento. Rompe el silencio del cuerpo abusado: “No es no”, consigna que anuncia y reclama el derecho a la decisión y expresión, estableciendo un límite a la manipulación misógina.

La decisión sobre nuestres cuerpes no se reduce a un asunto de salud pública. Pensar que la problemática versa simplemente en la implementación de una política pública resulta ingenuo. Es indispensable registrar el entramado político-social y cultural que hay detrás. Es el movimiento feminista, que como nuevo agente político, responde ante el desprecio y abuso machista, reclamando que se reconozca la dignidad de los géneros, una decisión colectiva que plantea un nuevo pacto social: nunca más ser tomadas como objeto de (abuso) uso de los hombres.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

Por Camila Marcó del Pont –  Lic. en Psicología. Columnista del medio de comunicación digital El Tábano Economista.