Los microplásticos, esos fragmentos de menos de 5 milímetros de largo que últimamente se están buscando por todas partes, están presentes incluso en el aire que respiramos en las playas. Esa es la conclusión que se saca del análisis que han hecho unos investigadores europeos y sudafricanos del aire de una playa de la costa atlántica francesa.
El aire de las playas bañadas por el océano Atlántico es considerado comparativamente limpio. Sin embargo, en una de sus playas, a la altura del golfo de Vizcaya, se han encontrado 19 microplásticos por metro cúbico de aire. ¿Qué esperar, entonces, de las estadísticas de mares cerrados, como el Mediterráneo?
El mar es el destino final todas las rutas por las que transita el plástico: las canalizaciones por las que viajan las fibras que se liberan de la ropa al lavarla, los desechos plásticos que fluyen río abajo… todo esto acaba desintegrándose en pequeños fragmentos y transportándose mediante las corrientes marinas por toda la superficie de los océanos, con el daño que eso provoca a los ecosistemas.
Pero todo lo que va, vuelve, y los científicos han observado cómo esas partículas de plástico se elevan en burbujas y emergen al aire. «La burbuja realmente actúa como una esponja para partículas enanas como la sal marina, virus, bacterias y, potencialmente, plásticos, a medida que se eleva en el agua», dice una coautora del estudio e investigadora de la Universidad de Strathclyde Deonie Allen.
Tras analizar la composición del aire de la playa elegida, los investigadores llegaron a una terrible conclusión: resulta que el océano no se está tragando las partículas de plástico, como se pensaba, sino que tiene un papel activo en la difusión de los microplásticos al expulsarlos por sí mismo a la atmósfera.
En palabras de Deonie Allen, «hay una barbaridad de agua en todo el mundo. Así que si vemos las superficies acuáticas no solo como un sumidero, sino también como una fuente, tenemos una superficie enorme que puede estar influyendo en la cantidad de microplásticos que no están solo en la atmósfera».
Esta forma que tiene el mar de expulsar los microplásticos al aire tiene implicaciones en las que no resulta agradable pensar: estas partículas se pueden extender a la tierra, contaminando cosechas, o quedarse suspendidas en el aire y acabar en nuestros pulmones.
Y eso no es todo: estos plásticos pueden llegar tan lejos como a las nubes, hasta el punto de cambiar por completo sus patrones de comportamiento.
Cuando los microplásticos se elevan al cielo junto con el agua marina que se evapora, puede darse un fenómeno que, irónicamente, resulta beneficioso para el planeta: las nubes con gran concentración de plásticos pueden volverse más blancas y repeler más energía solar, y eso ayudaría a combatir el cambio climático, según los autores.
No obstante, esa no sería la única modificación: al tener microplásticos en su interior, las nubes «recogerían la humedad que está en el aire y no producirían lluvia», lo que provocaría fuertes cambios en la meteorología propia de las regiones, explica el coautor y esposo de la nombrada científica, Steve Allen.
Esta información dibuja un panorama poco alentador, que resulta aún más temible si pensamos que todo esto respecta solo a los microplásticos que se pueden ver. Muchos otros son tan pequeños que no han sido detectados, ya que el plástico se va degradando pero nunca desaparece, y se puede extender con facilidad por la atmósfera e incluso adentrarse en nuestros órganos directamente.