Por Rodrigo Larraín Contador | Fortachines y fortachones

Desde la época de los forzudos que había en los circos hace ya muchos años; los ejercicios de Charles Atlas, que declaraba haber sido un alfeñique de 44 kilos antes de comenzar un plan de ejercicios ideado por él mismo; pasando por los anabólicos y suplementos alimenticios, una vida vigorosa y la fortaleza física fueron una preocupación de buena parte de la humanidad, sobre todo de la masculina en los países occidentales. Tener fuerza es una de los factores de status en las sociedades atrasadas.

Un amigo ya mayor se enfermó con el virus de moda, desatando la preocupación de sus amigos y conocidos, especialmente porque es una persona con una vida valiosa para sus congéneres y no sólo de sus amigos. Muchos de sus cercanos le envían, no sus promesas de oración a Dios por su salud, tampoco sus buenos deseos, sino que le envían la mejor energía, la fuerza. Así, la fuerza se ha vuelto abstracta y se la entiende también como energía, lo que es correcto, pero es abstracta como algo sanador, tiene la fuerza ahora unas características trascendentales.

Por lo tanto, en el vasto mundo de las religiones, sectas y nuevos movimientos religiosos, están los que siguen las enseñanzas de los Jedi de Star Wars, entonces, el tradicional universo de la creación se achicó hasta cubrir sólo la galaxia. Sorprendente. George Lucas como profeta… de fortachines intergalácticos.

Un devoto de la fuerza o energía tiene que ser un fortachón capaz de dispensar algo a otros, aunque sea de palabra, tiene fe en que le llegará un bien. Se puede concluir que la fuerza es como la gracias de los cristianos, pues por la intención de los demás produce un efecto salvífico; equivalen a la oración aplicada por los demás y podría tener una consecuencia milagrosa, ya que puede restituir la salud del cuerpo (no sabemos si la del alma). Así, aunque rudimentaria, se percibe una convicción religiosa implícita tras estos deseos energéticos. Un vestigio religioso en una expectativa de bondad para el sufriente o en peligro; aunque sin arriesgarse a pasar por persona religiosa. Esta es la actitud que se esconde en un sector que aún cree que la religión es sólo un asunto de iglesias institucionalizadas, como si la época actual no exudara religiosidades en todo lugar. Como aquel que se niega a jurar y solo promete, como si ambas palabras no fueran sinónimas. No son más que “caprichitos” transmutados en convicciones o certezas (nunca en dogmas). Pero en el mundo moderno algo antiguo, los varones no eran religiosos, esas eran cuestiones femeniles. Los varones creyentes ironizaban con esas cosas y las atribuían a la pertenencia a un estrato poco instruido o, al menos, poco distinguido.

La nueva religión es la escusa para o decir “rezaré por ti”, o, para no decir “Que Dios te acompañe”, reemplazarlo por “Que la fuerza te acompañe”. Al final, las creencias tipo religión se cuelan igual.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

Por Rodrigo Larraín Contador – Sociólogo. Profesor titular de la Universidad Central de Chile; Maestro en Ciencias Sociales de Ilades – U. Católica de Lovaina; Master en Teología en Universidad Latina de Teología, USA; Diploma de estudios Avanzados de la U. de Granada de España.