Guillermo Machuca: el crítico que descifró la escena del arte chileno

SANTIAGO – En sus 30 años de trayectoria, el recientemente fallecido crítico de arte y docente de la U. de Chile logró despegarse de ese halo críptico y académico que suele envolver el trabajo de sus colegas y, por el contrario, se preocupó de cultivar una pluma irónica, fresca y siempre conectada con la cultura de masas. Lo suyo fue la anécdota, el debate y muchas veces la polémica, pero también la amistad y las relaciones humanas que trascienden al llamado mundo del arte.

Le decían “el Nietzsche” porque le gustaba vestir un abrigo largo negro y lanzar, cada tanto, alguna cita que sabía de memoria del filósofo alemán en sus conversaciones cotidianas. Eran finales de los años ’80 y Guillermo Machuca era un veinteañero oriundo de Punta Arenas, quien estaba recién partiendo como estudiante en la carrera de Teoría del Arte de la Facultad de Artes en el Campus Juan Gómez Millas de la Universidad de Chile, patios y aulas por los que siguió deambulando durante más de 30 años tras convertirse en docente de esa facultad. 

Desde entonces, Machuca se hizo conocido por su gusto por la conversación prolongada y aguda -que solía ir acompañada de vino, cerveza y más tarde su favorito, el vodka- y su capacidad enciclopédica de conectar temas tan diversos como el arte y la filosofía, con el box, el fútbol y la farándula.

“Guillermo era uno de los pocos que no le tenía miedo a los medios de comunicación ni los trataba con desprecio, al contrario, jugaba con sus lógicas y sus formatos y lograba textos notables que tenían esa capacidad de ponerte dentro del problema complejo de una escena artística y, al mismo tiempo, matizarla con toda la vida normal que hay ahí, porque no es una vida excepcional tampoco”, opina Carlos Ossa, doctor en Filosofía, académico del Instituto de la Comunicación e Imagen (ICEI) y ex compañero de Machuca, en los 80, en Teoría del Arte. “A veces podía parecer muy distante y agrio, pero por otro lado tenía la sensibilidad de captar toda esa finura de detalles que se esconde dentro de la madeja del mundo de la cultura en general. Por eso yo creo que fue tan impactante para todos nosotros su muerte, porque él era un escritor necesario y no hay muchos escritores necesarios hoy en Chile”, agrega Ossa.

Guillermo Machuca fue hallado muerto el pasado lunes 8 de junio en su departamento. El crítico y teórico del arte, de 58 años, tenía una cadena de amigos, ayudantes y alumnos; un círculo íntimo que se preocupó de inmediato luego de que el docente en la Facultad de Artes de la U. de Chile interrumpiera sus clases y dejara de contestar las llamadas telefónicas.

Una de las amigas que hizo el hallazgo fue la pintora Natalia Babarovic. “Él estaba en segundo de Teoría del Arte y yo en primero de Artes, nos presentó el artista Hugo Cárdenas y nos hicimos amigos de inmediato. Para mí Machuca era como un hermano y siempre lo vi igual que el que recitaba a Nietzsche en la Escuela, sólo que antes era más joven e invencible. Nos dejó su estilo de escritura, muy suelto, muy de la calle, menos académico, pero creo que su verdadero legado se ve en el amor de sus alumnos e incluso conmigo o con Patrick (Hamilton) y con un montón de artistas, porque aunque él no fuese nadie, yo diría que él nos descubrió a todos, descubría la genialidad que cada uno tenía”, dice la artista.

Radicado desde hace algunos años en España, el artista Patrick Hamilton escribió que el profesor Machuca «tenía esa generosidad que los ‘profesionales de la cultura’ no entienden ni van a entender. Machuca tenía tiempo, te dedicaba tiempo y perdía el tiempo; no le interesaba la reunión productiva, no encajaba con las planillas, con el mundo del rendimiento ni del objetivo a corto o mediano plazo»

En estos días -con el protagonismo que tienen las redes sociales- los homenajes a Machuca han sido prolíficos. “Nunca pararemos de hablar de Machuca, de tanto que él habló, ni de escuchar viva su voz, tan expansiva, su humor negrísimo, sus dichos, sobrenombres, su eterno definir, contar películas, especular, exagerar, fabular. Era un tipo rarísimo en el amplio sentido, muy generoso, y a pesar de funcionar en un ambiente donde se supone existe tanta estrategia y programa, él se movía por el interés humano y la amistad”, dice la periodista y editora de Saposcat, Marcela Fuentealba.

Para la artista Francisca Montes, en tanto, Machuca era más bien como un “amigo-tío” a quien conoció a los 10 años cuando su mamá, la artista Loreto Zúñiga, estudiaba en la Escuela con el crítico. “

Un astrónomo sin estrellas

Muchos quizás se pregunten cómo fue Machuca como alumno. Uno de sus profesores, Pablo Oyarzún, también académico de la U. de Chile, lo recuerda hoy y esos recuerdos bien podrían haber servido de ejemplo para el propio crítico en su relación con sus futuros discípulos. “Conocí a Guillermo en 1985, fue ayudante mío, hizo la tesis conmigo y luego lo recomendé para ser profesor en el Arcis, así que tuve mucha relación con él, sin duda, aunque ahora, en vista de lo que ha pasado, lamento mucho no haberme relacionado más con él, porque no se condice con el gran cariño que siempre le he tenido”, dice el filósofo.

“Lo que siempre respeté de Guillermo fue su capacidad de estar en todas, algo sorprendente, porque hoy no todos los críticos lo hacen. Estaba al tanto de todo lo que pasaba en la escena cultural chilena y además se lo leía todo, era de esa antigua escuela, tenía otra formación, otra cabeza y otra pasión también”, dice Nury González, artista, docente de la U. de Chile y directora del Museo de Arte Popular Americano.

Como escritor, Guillermo Machuca era fecundo. Entre sus libros más conocidos está Después de Duchamp (2004), Remeciendo al Papa (2006), Alas de plomo (2008), El traje del emperador (2011) y Astrónomos sin estrellas (2018), además de una incalculable cantidad de textos para catálogos, artículos web y las columnas que escribía para el diario The Clinic, que consagraron su estilo más cercano a la cultura popular, sin transar nunca en sus referencias decimonónicas a la Escena de Avanzada, las obras de Leppe y Dittborn, los textos de Nelly Richard y Ronald Kay, que siempre fueron parte de su mundo crítico.


Por Denisse Espinoza – U. de Chile.