Entre las conquistas ganadas por el feminismo en la argentina, nos encontramos con Ley 26.150. Programa Nacional de Educación Sexual Integral, sancionada el 4 de Octubre de 2006 y promulgada 23 de Octubre del mismo año.
La incorporación de la Educación Sexual Integral en los lineamientos de la política educativa significó un hecho político y cultural fundamental en terreno de derechos. Esta sucesión de lineamientos definen el piso común de contenidos curriculares válidos para todos los niveles del sistema educativo, sean de gestión estatal o privada. Esta Ley estableció la responsabilidad del Estado para garantizar el derecho de niñez y jóvenes a recibir ESI.
La ley intenta desligar el paradigma individualista imperante, para abrir uno nuevo, donde la inclusión y la responsabilidad afectiva se consideren pilares fundamentales. La ESI como postura política, propone la ética del cuidado como base. Cuidado que tiene que ver con la escucha atenta y las particularidades de cada une.
Supone un abordaje que debe comprender las mediaciones socio-históricas y culturales, los valores compartidos, las emociones y sentimientos que intervienen en los modos de vivir, cuidar, disfrutar y vincularse con le otre. Es una herramienta anti-punitivista de prevención y promoción de derechos en términos comunitarios.
Invita a una superación de la noción de genitalidad o sexualidad. Entender que la sexualidad abarca aspectos biológicos, psicológicos, sociales, afectivos, y éticos. Implica considerarla como una de las dimensiones constitutivas de la persona que, presente de diferentes maneras, es relevante para su despliegue y bienestar durante toda la vida.
Desde pequeños crecemos en un entramado social, político y cultural que se rige por un sistema patriarcal, que reproduce, avala y encarna lógicas violentas. Lo que conocemos como la cultura de la violación. En la Argentina, una de cada cuatro mujeres cis sufren violencia sexual, la mayoría de los casos ocurren en el seno de la familia, o con alguien que conocemos. Solo el 10% denuncia.
En el marco de la Ley de 26.485[1], la violencia sexual aparece como uno de los tipos de violencia contra la mujer y se define como: “cualquier acción que implique la vulneración en todas sus formas, con o sin acceso genital, del derecho de la mujer de decidir voluntariamente acerca de su vida sexual o reproductiva a través de amenazas, coerción, uso de la fuerza, intimación, incluyendo violación dentro del matrimonio o de otras relaciones vinculares o de parentesco, exista o no convivencia, así como la prostitución forzada, explotación, esclavitud, acoso, abuso sexual y trata de mujeres”
Desde lo jurídico la violencia sexual es efectivamente considerada un delito. Sin embargo, en el plano de la clínica, la cuestión es un poco más complicada. La idea es invitar a (re) pensar lo conflictivo de la categoría de víctima, significante que resulta incómodo al colocar a le sujete en una posición de pasividad.
La palabra «víctima» viene del latín y significa «el vencido». ¿Cuáles son las consecuencias psíquicas que implica nombrar a alguien como vencido? No solo no reconocerle en ese proceso, inhabilitando su potencia de actuar, sino que también conlleva un aplastamiento subjetivo.
Desde los movimientos feministas se propone un viraje de este concepto. Pasar de la categoría de víctima a sobreviviente, noción que surge de los colectivos de personas abusadas y que reconoce a le sujete como active, sin generar una desubjetivación aún mayor de la que ya provocó ese hecho traumático.
La implementación de la ESI en las escuelas no es un accionar caprichoso, sino que intenta formar cuidadanes que no reproduzcan este tipo de lógicas, y educarles desde una perspectiva de géneros integral, que tiene como base el reconocimiento de le otre como semejante. El fin es prevenir, para no tener que deconstruir.
La cultura de la violación y la violencia machista, son un disciplinamiento de nuestres cuerpes, que se relaja en el marco de la impunidad y la complicidad patriarcal. Esto se ve favorecido por los medios masivos de comunicación, que naturalizan la cosificación y la explotación mercantil de las identidades históricamente oprimidas.
Las relaciones de poder dejan huellas en nuestres cuerpes y en nuestra subjetividad, y es menester que estas cuestiones sean de asunto público, no volver a refugiarnos en lo privado, retroceder no es opción. Lo personal es efectivamente político.
Violencia sexual, violación, abuso… Significantes que resuenan y se hacen carne. Cuando une sobreviviente de violencia se acerca para pedir ayuda, es necesario que quien escucha pueda comprender la complejidad de la problemática, para no ser cómplice de esta cultura de sometimiento, abuso y muerte.
Poner fin a los privilegios establecidos históricamente hacia el hombre y repudiar las violencias de géneros establecidas en todos los ámbitos de la vida. Donde cada testimonio sea un grito más que sirva de soporte a otras denuncias. Frente al pacto machista y patriarcal, organización y lucha feminista.
[1] Ley de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Por Camila Marcó del Pont – Lic. en Psicología. Columnista del Blog El Tábano Economista.