La noticia de que dos equipos investigadores, uno británico y otro chino, han conseguido avances significativos en la fabricación de una vacuna contra el coronavirus SARS-CoV-2 es un signo evidentemente esperanzador, pero no debería servir para caer en la autocomplacencia o en el optimismo excesivo.
Los resultados positivos, tanto de la Universidad de Oxford/AstraZeneca como de la firma CanSino Biologics, no son definitivos sino preliminares. El hecho de que ya existan prometedores candidatos a vacunas demuestra el ritmo frenético y sin precedentes al que se está moviendo la comunidad científica, pero eso no implica que se llegue a una solución ideal. De hecho, estos claros progresos no descartan el temible escenario de que no se encuentre una vacuna eficaz o de que, si se llegara a ese extremo, no prevenga el contagio, sino que reduzca considerablemente los síntomas.
La urgencia global, con más de 600.000 muertos en seis meses, ha acelerado los trabajos de una forma muy notable a golpe de cheque bancario. Normalmente lleva una década crear una nueva vacuna, pero ahora no hay tanto tiempo para alcanzar esa meta. El mejor antídoto debería funcionar, sin provocar graves efectos secundarios, en todos los grupos de edad, incluidos los mayores de 65 años y la población de riesgo (diabéticos, hipertensos, etc.), proteger al menos durante seis meses tras su aplicación y reducir la transmisión del agente patógeno. El listón se halla bien alto.
Investigaciones y experimentos
La mayoría de las investigaciones en curso utiliza alguna de estos cuatro métodos o procedimientos:
- Vacunas genéticas, que usan uno o más genes del coronavirus.
- Vacunas de vector viral, que emplean virus para transportar genes del coronavirus.
- Vacunas basadas en proteínas del coronavirus.
- Vacunas que optan por una versión inactiva o atenuada del coronavirus.
Y los experimentos se desarrollan en cinco fases:
- Fase 0 o Preclínica: Ensayos con animales de laboratorio, como ratones o monos, para determinar los efectos en el sistema inmunitario.
- Fase I: Se comprueba la seguridad y la dosis de la vacuna en un grupo reducido de personas.
- Fase II: Se aplica la vacuna a cientos de personas, divididas por grupos de edad.
- Fase III: Se inyecta a miles de personas y se compara con otras que recibieron un placebo. Esta es la etapa decisiva del estudio, porque determina el grado y la duración de la protección.
- Fase IV: Aprobación por las autoridades competentes.
Los científicos advierten de que todavía no saben con certeza qué nivel de inmunidad es necesario para prevenir la infección del COVID-19. Ese nivel indicará que unas vacunas sean más exitosas que otras.
Una carrera contra reloj
Según los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), 23 proyectos ya están en las fases de ensayo clínico, es decir, con pruebas en seres humanos. Otros 100 más se encuentran en procesos de desarrollo menos avanzados. En general, el planeta vive inmerso en una enorme carrera contrarreloj, donde se mezclan negocio (dinero) con geopolítica (reputación).
En esta dura competición participan, por supuesto, las principales empresas farmacéuticas occidentales: Merck, Roche, Pfizer, Sanofi, AstraZeneca y Johnson & Johnson; esta última es la más grande del mundo por capitalización de mercado, con nada menos que 369.110 millones de dólares, es decir, un monto superior a la riqueza que producen en un año naciones como Colombia o Chile.
El prototipo diseñado por AstraZeneca y la Universidad de Oxford emplea un adenovirus de chimpancé —que causa un simple resfriado— para que lleve elementos del coronavirus a las células humanas con el objetivo de estimular su respuesta inmune. Ahora les toca ir a Brasil y Sudáfrica para aumentar el número de inoculados y cumplir con la Fase III. La fórmula de la firma china CanSino, que se sirve, igualmente, de un adenovirus, pero esta vez de origen humano, será inoculada a miles de voluntarios residentes en Brasil, dentro de la Fase III.
Rusia también ha entrado en este peculiar campeonato mundial. Su versión, en la que participan el Ministerio de Defensa y el Centro Nacional de Investigación de Epidemiología y Microbiología Gamaleya, es del tipo de vector viral —utiliza dos clases de adenovirus humanos— y comenzará su Fase III en agosto después de obtener buenos resultados previos.
Todos estos datos resultan bastante alentadores, pero debe ser examinados con mucha cautela y pragmatismo. La fabricación de un remedio absoluto contra la pandemia genera un interés social desorbitado, despertando lógicamente las pasiones más sórdidas de las compañías farmacéuticas y biotecnológicas, embarcadas en una competencia feroz, en ocasiones despiadada, porque, no en vano, comercian con la salud (la vida) de las personas. Eso provoca que magnifiquen los frutos propios y cuestionen o ninguneen los ajenos.
Occidente versus Rusia
La carrera por la vacuna ha exacerbado, además, la profunda desconfianza existente entre Occidente y Rusia. Así, Estados Unidos, el Reino Unido y Canadá ya han acusado a los servicios secretos rusos de haber hackeado centros de investigación internacionales que buscan un tratamiento al virus. Algunos medios de comunicación como la agencia de noticias Bloomberg han difundido que miembros de la elite financiera y política de Rusia ya habrían probado la vacuna en abril.
Esta noticia de fuentes y testimonios anónimos parece formar parte de una operación de descrédito, porque ¿acaso es buena idea vacunarse un producto que está en fase de experimentación y cuyos efectos secundarios son desconocidos? ¿están de verdad los magnates rusos dispuestos a hacer de cobayas?
Si se descubriera una vacuna eficiente, la siguiente pregunta se antoja insoslayable: ¿Cómo la pagarán los países pobres? La OMS ya ha puesto en marcha el Fondo de Acceso Global para Vacunas COVID-19, una alternativa más conocida como Instalación COVAX, un mecanismo creado para garantizar el acceso rápido, justo y equitativo a la vacuna en todo el mundo, independientemente de los niveles de riqueza.
Los países con menos ingresos podrán recibir apoyo a través de donaciones privadas. COVAX incluye un nuevo instrumento de financiación destinado a incentivar la elaboración de vacunas. De lo que se trata, en suma, es de garantizar un volumen de dosis antes de que la vacuna salga al mercado. AstraZeneca fue la primera empresa farmacéutica en firmar un compromiso aceptando esta iniciativa. Entre los países últimamente interesados, y ya llegan a 165, figuran Argentina, Brasil y México. El objetivo de esta plataforma radica en entregar 2.000 millones de dosis para finales de 2021 y poder vacunar al 20% más vulnerable de la población de cada Estado que participe en el programa.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Por Francisco Herranz – Ha desarrollado su carrera profesional en el diario El Mundo, donde ha sido corresponsal en Moscú (1991-1996), redactor jefe de Internacional y de Edición y editorialista, especialista en Europa del Este y colaborador en varias publicaciones especializadas, desde 2010 es profesor en el Máster en Periodismo-El Mundo de la Universidad San Pablo-CEU.