La próxima visita del secretario de Salud de EEUU, Alex Azar, a Taiwán ha puesto al rojo vivo la confrontación multidimensional contra China en vísperas de la reunión de los jerarcas del Partido Comunista Chino en la ciudad costera de Beidaihe.
Para Pekín, el tema de Taiwán representa una línea roja existencial trazada desde 1979.
Mucho más que una chispa bélica en el mar del Sur de China —que sería el equivalente estratégico del mar Caribe para EEUU y que le brinda a China su salida al océano Índico—, el sacudimiento del avispero de Taiwán puede orillar ineluctablemente a China a responder al desafío de Trump.
Taiwán constituyó en 1979 la piedra de toque del establecimiento de las relaciones de Pekín y Washington, y que hoy es puesto en alto riesgo.
Según Samson Ellis y Cindy Wang, de Bloomberg, «la visita al más alto nivel de EEUU a Taiwán en décadas es un desafío a China».
Con el pretexto de que EEUU tiene la intención de aprender las enseñanzas del manejo del COVID-19 en Taiwán —que tuvo pocos infectados (476) y pocos muertos (7)—, el secretario de Salud y Servicios Humanos, el líbano-estadounidense Alex Azar, encabezará la semana entrante una delegación a la isla renegada de Taiwán con la que, en forma oficial, EEUU había roto sus relaciones diplomáticas hace más de 40 años.
El desafiante anuncio no hizo esperar la increpación de China que, mediante el portavoz de su Ministerio de Relaciones Exteriores Wang Wenbin, denunció su «firme oposición» y calificó a Taiwán —un archipiélago de 35.980 km cuadrados con 23,6 millones de habitantes— como «el tema más importante y sensible de las relaciones de China y EEUU».
Justamente la visita de Nixon en 1973 a China durante la que se reunió con el timonel Mao Zedong y el primer Zhou Enlai —que en realidad desprendió a China de la URSS, desde el punto de vista geoestratégico— plasmó el desde entonces axioma inamovible de una sola China para el establecimiento de relaciones diplomáticas con Pekín en 1979.
Ya en 2014, durante la presidencia del Partido Demócrata con Barack Obama, Gina McCarthy, administradora —que no secretaria— de la Agencia de Protección Ambiental, dio un discurso en Taipéi en 2014 que provocó la ira de los funcionarios chinos en Pekín.
El manejo del COVID-19 por Alex Azar ha sido más que catastrófico, y muy bien podría aducir tras bambalinas lo que queda de la diplomacia estadounidense. Que se trata de una misión de sanidad pedagógica —en la etapa aciaga del pugnaz Mike Pompeo, secretario de Estado, exdirector de la CIA y zelote evangelista sionista que busca ser el sucesor de Trump en caso de su reelección—.
En plena deriva, Mike Pompeo ha llegado hasta el atrevimiento inconcebible para un diplomático de alentar el cambio de régimen del Partido Comunista en China y de haber sancionado en forma circense a 92 millones de chinos.
Lauren Meier y Ben Wolfgang, del The Washington Times —de los famosos moonies surcoreanos vinculados a la CIA y al nepotismo dinástico de los Bush—, confirman que la visita planeada a Taiwán de Alex Azar «escala las tensiones entre EEUU y China».
Según The Washington Times, esta atrevida jugada —y una nueva agenda de jugadas de Mike Pompeo diseñadas para limitar el alcance del sector high-tech de China— «muestra el deseo de la Administración Trump de escalar la campaña de presión contra Pekín aún en medio de las elecciones de noviembre».
The Washington Times da pie a la postura de Joseph Biden, el todavía presunto nominado presidencial por el antidemocrático Partido Demócrata, quien «reveló que tiene planes para revertir muchas de las tarifas recientemente impuestas a Pekín, que forman parte central de la agenda contra China del presidente Trump». Biden ha calificado las medidas de Trump como «contraproducentes» y acusa a la Administración de fracasar en colaborar con los aliados para formular una respuesta más efectiva frente a China.
The Washington Times subraya que «China siempre ha reaccionado con una especial intensidad a las señales de que EEUU estimula la independencia de Taiwán, a quién China considera parte integral de su territorio».
Nada menos que Kevin Rudd, ex primer ministro de Australia y presidente del Asia Society Policy Institute (con sede en Nueva York) redactó un alarmante artículo para la influyente revista Foreign Affairs: Hay que tener cuidado de las armas de agosto en Asia: cómo preservar las tensiones de EEUU y China para que no detonen una guerra,que resume el deterioro en espiral descendente de la tormentosa relación entre EEUU y China durante medio siglo.
Kevin Rudd consagra un amplio capítulo al tema de Taiwán y comenta el argumento de Pekín de que «Washington se acerca peligrosamente al cruzar las líneas rojas de China sobre el estatuto internacional de Taiwán, y consecuentemente pone en riesgo la base de la entera relación de EEUU y China».
Para Rudd, el mundo se encuentra ante «el prospecto no solamente de una nueva guerra fría, sino de una guerra caliente», cuando los «riesgos serán especialmente elevados en los próximos pocos meses críticos desde ahora hasta la elección presidencial de EEUU» y donde la «lista de puntos de fricción es extensa, desde el ciberespionaje y la militarización del dólar hasta Hong Kong —donde EEUU carece de una base legal internacional para una virtual intervención— y el mar del Sur de China», lo que «hace el manejo de la crisis aún más difícil».
Rudd llega hasta a recomendar el libro clásico de Christopher Clark Los sonámbulos, que exhuma las fallas de la diplomacia de 1914 y que con «un relativamente menor incidente (el asesinato del archiduque austriaco en Sarajevo) puede escalar en una guerra entre las grandes potencias en solo unas semanas».
El secretario de Defensa de EEUU, Mark Esper, anunció los lineamientos de la relación con China durante su reciente discurso en el Foro de Seguridad de Aspen.
En este tenor llama la atención la petición de Mark Esper de haber dialogado por teléfono, un día después del Foro de Seguridad de Aspen, con su homólogo chino Wei Fenghe. Quizá para atenuar una probable confrontación bélica desde el mar del Sur de China hasta Taiwán cuando Pekín le ganó la partida a EEUU y al Reino Unido con la aplicación de su ley de seguridad a Hong Kong. A Trump solo le quedó el recurso retórico de amenazas y de nuevas sanciones que llevaron al cierre mutuo de dos consulados, el de Houston y el de Chengdu.
Pareciera que los jerarcas chinos, que en estos días de agosto se reúnen en su cónclave secreto anual en la ciudad costera de Beidaihe, apuestan a la reelección de Biden, por lo que no valdría la pena de atizar el fuego de aquí a 88 días.
Entretanto queda más claro que la belicosidad multidimensional de Trump y su gabinete sinófobo comporta un carácter notoriamente electoral, del que tampoco habría que desprender los temas trascendentales que irán in crescendo y que denotan la fuerte competencia de EEUU contra China y Rusia, según diversos reportes del Pentágono.
El mayor desafío para China será una reelección nada improbable de Trump.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Por Alfredo Jalife-Rahme – Analista de geopolítica y globalización. Columnista y comentarista en varios periódicos, radios y televisiones internacionales. Profesor de posgrado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en Geopolítica y Globalización. Autor de varios libros. Nombrado por la Red Voltaire de Francia como ‘El principal geopolitólogo de Latinoamérica’.