Los centros escolares del país y del globo viven un escenario complejo. Las instituciones educativas y sus comunidades se han visto especialmente afectadas por los efectos de la pandemia, al punto de tener que suspender sus actividades presenciales recién iniciado el año escolar. Así fue como, desde mediados de marzo y de forma más bien abrupta, estudiantes y docentes primero, directivos y asistentes de la educación después, se vieron enfrentados a la necesidad de reorganizar sustancialmente sus vidas cotidianas y su vínculo con las escuelas en las que estudian y trabajan.
Este proceso de adaptación, aún en curso, ha significado un creciente nivel de estrés y de esfuerzo para el sistema escuela y para las personas que en él interactúan y viven. Las escuelas, sus equipos profesionales y técnicos han debido explorar nuevos caminos, ensayar nuevas formas de trabajo y de interacción pedagógica. Guías de trabajo remitidas a los domicilios, sesiones de clases sincrónicas en diversas plataformas, comunicados, tareas y actividades compartidas mediante el uso de redes sociales, han significado enormes esfuerzos para las y los estudiantes y sus familias, y por supuesto, también para los equipos directivos y docentes de las escuelas.
Estos esfuerzos, además, se han visto agudizados en numerosos establecimientos y comunidades en los que la crisis sanitaria ha desnudado también las diferencias socioeconómicas en nuestra sociedad. En esta coyuntura se evidencia una brecha tecnológica no menor, debido a que no todas las familias de las/os estudiantes y de las/os mismos docentes tienen las condiciones para desarrollar los procesos de aprendizaje y enseñanza que se supone deben ocurrir en el transcurso de un año escolar.
En un escenario como éste, entonces, desde el rol que los líderes escolares están llamados a cumplir, cabe hacerse algunas preguntas: ¿Cómo responder a estas complejidades? ¿Cómo, en el cumplimiento de la misión institucional, organizar a la escuela en las actuales condiciones? ¿Cómo seguimos jugando nuestro rol en este escenario?
Tal vez las respuestas se encuentran en las mismas prácticas y visiones que las y los líderes escolares han construido a lo largo de su trayectoria profesional y que en la literatura se ven expresadas en una serie de recomendaciones y sugerencias a la tarea cotidiana del líder. Asumir la tarea de liderar un centro escolar, para quienes han vivido y viven dicha tarea, significa hacerse responsable de la marcha del establecimiento a pesar de cualquier situación contextual y contingente.
Definir la estrategia del centro escolar, construir colectivamente sus valores y propósitos, sus metas y objetivos, así como rediseñar la organización escolar, gestionar el currículum y los aprendizajes de las/os estudiantes, por mencionar algunas, son funciones que deben en todo momento enfrentar los desafíos que el contexto y la contingencia imponen a la institución y a sus gestores.
La tarea clave del liderazgo precisamente tiene que ver con la construcción de una mirada estratégica que permita el pleno despliegue de las potencialidades y recursos existentes en la comunidad escolar, teniendo en cuenta la realidad contextual y coyuntural que impacta a sus integrantes, con el fin de seguir educando a las/os estudiantes. La pregunta que de esta afirmación emerge de modo natural es, ¿Cómo?
Una primera aproximación a alguna respuesta a ella, en particular en un contexto como el que hoy nos corresponde vivir, se relaciona con la búsqueda de respuestas colectivas a las dificultades que este escenario impone a nuestras comunidades.
¿Qué aprendizajes debemos priorizar? ¿Qué canales, qué vías de comunicación podemos implementar para que dichos aprendizajes sean logrados? ¿Cómo y con qué medios apoyamos a quienes más lo necesitan en nuestra comunidad? ¿Qué condiciones debemos asegurar a las/os docentes para que puedan realizar su trabajo?
Estas preguntas resultan del todo complejas. Es esa misma complejidad la que requiere del conjunto de miradas, de visiones, de recursos, de capacidades que existen en las comunidades escolares. De este fenómeno surge la necesidad de abrir espacios de participación y de decisión de todas/os las/os actores de las comunidades. En esta coyuntura, probablemente como nunca antes, esta posibilidad de construir comunidad dependa principalmente de las y los directivos y docentes que animan la vida de las escuelas.
Actualmente, tenemos la oportunidad de preguntarnos colectivamente sobre el currículum que se trabaja en nuestra institución. Las instituciones analizan en el presente cómo priorizar los objetivos de aprendizaje que trabajarán en el resto del año y en el siguiente. Este importante proceso tiene la oportunidad de verse alimentado por la visión y expectativas de los/as estudiantes, los/as docentes, equipos directivos y apoderados/as, quienes viven cotidianamente la puesta en práctica del proyecto educativo y observan y evalúan los aspectos que debieran potenciarse para cumplir con las expectativas formativas de la institución.
Los y las líderes tienen el rol de conducir y catalizar la colaboración entre los miembros de la comunidad, para que, en el marco de esta contingencia, puedan generarse positivos espacios que permitan al establecimiento cuestionarse por su labor y buscar permanentemente mejores oportunidades para mejorar.
LA OPINIÓN DE LOS AUTORES NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Por Luis Felipe De la Vega y Pablo González – Núcleo de Liderazgo y Gestión Educativa; Centro de Estudios Saberes Docentes Universidad de Chile