En el 2001 un grupo de científicos del más alto nivel que pertenecían a cuatro grandes programas de interés global hicieron una declaración que reza así: «La Tierra funciona como un sistema único y autoregulado, formado por componentes físico, químicos, biológicos y humanos. Las interacciones y los flujos de información entre las partes son complejos y exhiben una gran variabilidad en sus múltiples escalas temporales y espaciales».
Desde antaño, desde la antigüedad griega, pasando por la deducción de Leonardo Da Vinci sobre la condición de la Tierra como el macrocosmo del ser humano, y bajando al nivel microscópico y nanoscópico donde el ser humano es el macrocosmos de la vida de bacterias y virus, hemos tenido que aceptar que la Tierra actúa como un planeta vivo que reacciona autorregulándose por la acción de la biósfera, base de los impulsos vitales.
Y esta Tierra está enferma, muy enferma. No conocemos los niveles de su gravedad, pero cada día que pasa su condición de agrava. Hemos sido nosotros, los humanos, quienes la han agredido. Nosotros que, por ser parte de ella, hemos atentado contra sí mismos. Nosotros, que somos parte de la vida del planeta dentro de la vida de la Tierra, hemos sobreexplotados los bienes de la naturaleza, hemos contaminado sus mares a los que los hemos convertidos en basureros de múltiples actividades terrestres, hemos sobreexplotado la biodiversidad marina, hemos quemado y destruidos sus bosques, hemos reducido drásticamente la biodiversidad del planeta alterando las cadenas tróficas, hemos erosionado sus suelos, hemos contaminado el aire, y, aceleradamente, hemos entrado en un lapso trágico de agudo cambio climático. Y este cambio ha alterado los ciclos naturales del clima, con eventos cada día más catastróficos; más períodos y áreas con sequías, más concentraciones de lluvias que generan inundaciones, más huracanes; deslizamientos de tierra, desecamientos de sabanas y bosques, derretimientos de hielos y ventisqueros, pérdidas de playas y alteraciones de bordes costeros, crecimiento del nivel del mar con afectación de áreas bajas y humedales, cambio en los caudales de los ríos, acidificación de áreas marinas, alteraciones de corrientes marinas, etc. etc.
La Tierra no es un planeta con vida sobre su superficie sino un planeta vivo, y así debemos entenderlo. La evolución del medio natural y la evolución de los organismos vivos están estrechamente ligados a la evolución de un todo indivisible en sus partes. La ciencia occidental ha orientado las investigaciones científicas y la enseñanza, en especial la universitaria, en función de la desagregación de ciencias y más aún, de ramas de ellas, estudiándolas como compartimentos independientes, muy poco integrados. La separación de la naturaleza por vía de una visión mecanicista, no obstante haber posibilitado un amplio conocimiento científico, no ha permitido la comprensión cabal de los intrincados procesos e interrelaciones a niveles superiores ni de su homeostasis. Se sabe mucho de una planta, o de un suelo; se sabe un poco menos de los atributos y comportamientos ecológicos de ellos, y menos aún de la interacción de ecosistemas complejos, y así sucesivamente. Cada día hay más voces para suplir el déficit de integración de dominios tradicionalmente separados, de la biología, la sociología, la geología, la ecología, la medicina. Ese déficit nos ha impedido a analizar a la tierra como un ser vivo y a no prever los efectos de los daños que le estamos infringiendo derivados de las formas y sistemas de artificializarla.
La Tierra desde que se creó la agricultura ha sido alterada y transformada por el ser humano. Los proceso de transformación se han visto acelerados en los últimos 150 años por dos factores fundamentales: el incremento poblacional, y la modalidad de desarrollo adoptado, altamente demandante de insumos y en particular de energía. En forma inédita para la historia de la civilización, a escala global, en la Tierra se está dando el acoplamiento del proceso de globalización cultural, social y económica, con el cambio ambiental global. Dos gigaprocesos complejos interactuando bajo lógicas diferentes: la maximización económica y la estabilización ecológica. Como resultado de este choque entre los fenómenos ecológicos y antrópicos la Tierra ha entrado a una era denominada Antropoceno diferenciándola de la anterior, el Holoceno. Ello muestra la evidente toma de conciencia mundial del significativo impacto global que las actividades humanas tienen sobre los ecosistemas. En la actualidad se viven situaciones muy complejas a nivel global, nacional y local, con grandes impactos ambientales, sociales y económicos, donde las grandes crisis amenazan hasta la vida misma en el planeta. El llamado desarrollo de la Tierra ha llevado a complejidades sociales de tal magnitud producto del ordenamiento económico excluyente, desequilibrado y crítico. Hoy, más que nunca se percibe la diferenciación entre países y regiones alimentarias, energéticas educacionales, sanitarias, migratorias.
En este contexto aparece el coronavirus. En una Tierra en crisis, alterada, y desequilibrada no es casualidad esta aparición. El problema es que no tenemos el conocimiento integrado para profundizar las causas, no tanto de la aparición de este virus, sino de las características del momento. Desafortunadamente nuestra «civilización» ha usado la mayoría de los recursos la ciencia para crea, ya sea sistemas de cosecha de ecosistemas que agreden a la Tierra o crean sistemas insustentables de explotación, ya sea, todo tipo de armas letales con capacidad de destrucción tan grande que permitiría eliminar toda la vida sobre el planeta. Hemos perdido la brújula dejando a un lado los principales desafíos científicos para el bienestar humano.
El coronavirus es solo la expresión de una faceta de la defensa de la Tierra. Si la consideramos este planeta como algo vivo, debemos concluir que esta pandemia, sus formas de distribución y sus efectos, se producen en una coyuntura específica en la que convergen múltiples factores, interrelacionados, derivados uno de otros , que forman redes complejas y multidimensionales, que no podría haber surgido si el momento no hubiera sido el actual. Sabemos con cierta exactitud cómo y dónde se originó el coronavirus, pero conocemos muy poco las características coyunturales derivadas de la conjunción de estados y variables que posibilitaron que éste se expandiera como forma de defensa.
Es posible que se logre derrotar a esta pandemia, pero si se siguen agravando las condiciones generales del planeta, si la Tierra sigue siendo alterada por uno de sus propios componentes vivos, los seres humanos, si se acentúan las desestabilizaciones que hemos presenciado estos decenios, no cabe la menor duda que surgirán otras pandemias, u otras formas de defensa. Quizás serán de tal magnitud que ya no hablaremos de la defensa de la Tierra, sino de la venganza de ella.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Por Nicolo Gligo Viel – Director del Centro de Análisis de Políticas Públicas del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile.