Hace solo algunos meses quienes desde siempre nos hemos declarado socialdemócratas, éramos en el mejor de los casos motivo de alguna risa simpática o de declaraciones que daban cuenta de la extinción en la que nos encontrábamos, sorprendentemente ahora lo son todos.
Es cierto que la socialdemocracia tiene diversas expresiones, que además están condicionadas por los países en los que ésta se desarrolla, y desde luego, la idea europea original de dar un lugar prevalente en la sociedad y en la toma de decisiones a los sindicatos o de que no solo es posible alcanzar el socialismo a través de una revolución violenta como se planteó por Eduard Bernstein en los albores del siglo XX, en la actualidad debe ser complementada con otros elementos que le son consustanciales. Desde luego, el valor de la democracia como forma de expresión ciudadana y como sistema político ineludible para el desarrollo de los países, el reconocimiento de los derechos sociales que deben ser garantizados por el Estado de manera universal, un ejemplo paradigmático en esta materia es el sistema de salud del Reino Unido, el que es accesible en igualdad de condiciones para todos los habitantes. La socialdemocracia también ha asumido la importancia del mercado, eso sí, con el adecuado control sobre los privados que entreguen servicios sociales o que intervengan en actividades estratégicas para el Estado, respetando el medioambiente y los recursos naturales, estableciendo tributos a las mayores riquezas para redistribuir hacia los más carenciados, en definitiva promueve una alternativa que moligera las concepciones de la izquierda anticapitalista y asume la importancia de la gradualidad en el diseño e implementación de políticas públicas, concibiendo un Estado más eficiente y eficaz, en reemplazo de un Estado de gran tamaño. Además, en lo valórico, promueve las libertades individuales en temáticas como el matrimonio igualitario o la despenalización de la interrupción del embarazo si concurren causales que lo justifiquen, por mencionar algunas de sus expresiones.
Lo cierto es que en el contexto nacional, definitivamente no todos pueden declararse socialdemócratas, en especial aquellos que validaron la dictadura militar colocando en entredicho el régimen democrático, o creen en un modelo de desarrollo neoliberal donde la prevalencia de la actividad privada y el libre emprendimiento no debe tener contrapeso alguno en la función estatal incluso en los servicios básicos, como las pensiones, la educación, la salud o la vivienda, los que se conciben como prestaciones focalizadas y no en derechos sociales. Tampoco son socialdemócratas aquellos que creen que las concepciones religiosas deben prevalecer por sobre las visiones de un Estado laico, o que el Estado esta impedido de intervenir en la actividad económica ya que la prevalencia será siempre de los particulares y las empresas, ni tampoco lo son quienes piensan que el Estado debe intervenir excluyentemente en la planificación y centralización de la economía, o justifican la revolución y la vía armada para alcanzar los objetivos de la voluntad popular.
A pesar de la moda que parece invadir al país en los últimos días, es evidente que la idea socialdemócrata esta diluida en el actual contexto de la política nacional, un poco por la indiferencia ideológica que hoy nos invade, pero por sobre todo porque pareciera que para algunos, sus postulados relacionados con la moderación, la gradualidad y el reconocimiento de la importancia del mercado, el que debe supeditarse a los derecho sociales garantizados por el Estado, resultan insuficientes frente a las posturas más extremas de una izquierda que además ha tenido la capacidad de renovar sus rostros más emblemáticos, dejando un espacio vacío que represente sus postulados y que de manera oportunista algunos pretenden ocupar declarándose socialcristianos, socialdemócratas liberales, socialistas democráticos o derechamente socialdemócratas, sin que exista coherencia alguna entre lo que declaran y su domicilio político, ni menos coherencia con sus valores y trayectoria.
Es de esperar que el momento constituyente por el que atravesamos y en especial el itinerario ya definido permita expresar en una nueva Constitución el ideario socialdemócrata, con un Estado laico, social y democrático, solidario y que garantice de manera universal los derechos sociales, cuestión que aparentemente sin saberlo ni decirlo explícitamente, la sociedad chilena está demandando.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Por Emilio Oñate Vera – Abogado, Magíster en Gerencia y Políticas Públicas y Magíster en Derecho Administrativo, Pos título en Derecho y Política Contemporánea. Decano Facultad de Derecho y Humanidades, UCEN.