Por Francisco Herranz | Los misterios del coronavirus

La pandemia se ha hecho un hueco en nuestras vidas. Ha venido para quedarse hasta que la vacuna o un remedio terapéutico eficaz le indiquen el camino de salida. Entretanto, la incertidumbre y el miedo asociados a los graves efectos que provoca en la salud y en la economía han modificado los hábitos de la población de todo el planeta.

Sin embargo, el coronavirus sigue siendo un gran desconocido. Los técnicos todavía no se han puesto de acuerdo en sus características básicas: ¿Con qué facilidad se propaga por el aire? Los misterios del coronavirus nos dejan perplejos. ¿Por qué la incidencia de la enfermedad está siendo baja en África si todo hacía presagiar lo contrario? ¿Por qué la segunda ola está poniendo en riesgo a países que gestionaron bien la pandemia en marzo-abril? El caso más claro de esto último se da en la República Checa.

Este Estado de Europa Central parece abocado a un segundo confinamiento de todo su territorio, después de un brusco aumento en la cifra de contagios, lo que le ha convertido en el lugar de Europa de mayor crecimiento de la pandemia, sólo meses después de haber conseguido ser una de las historias exitosas de control del COVID-19. Toda una paradoja.El número de casos creció, el viernes 9 de octubre, hasta 8.615 en este país habitado por 10,7 millones de personas, frente a los 3.000 casos registrados el día anterior.

Comparaciones

A modo de comparativa, España, otro país europeo en cabeza en la lista negra, y con una población de 47 millones, documentó 12.788 infectados nuevos ese mismo día. Con esas cifras en la mano, la República Checa ha llegado a los 451,2 casos por 100.000 habitantes en los últimos 14 días en comparación con los 308,1 de España, según las estadísticas del Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades, con sede en Estocolmo (Suecia).

Este preocupante brote está muy lejos del de la pasada primavera, cuando los checos fueron de los primeros en Europa en cerrar sus fronteras e imponer un confinamiento a nivel nacional como respuesta al implacable avance del agente patógeno. Su normativa sobre el uso de mascarillas, obligatorias incluso al aire libre durante dos meses, obtuvo el elogio de la comunidad internacional ya que las cifras de infección se mantuvieron modestas en comparación con otros países.Esta aparente victoria motivó que el Gobierno del primer ministro Andrej Babis fuera reduciendo paulatinamente las fuertes restricciones impuestas, antes de levantarlas casi por completo a finales de junio. Mientras el país recuperaba el pulso de antaño al arrancar el verano, los contagios regresaron en agosto y se dispararon en septiembre, lo que desató un fuerte debate público.

La oposición denunció la «complacencia» de Babis, un multimillonario que abrazó el mundo de la política en 2012.

«Hemos sido víctimas de nuestro propio éxito. Gestionamos tan bien la primera ola del coronavirus que nos creímos invencibles», reconoce la socióloga Dana Hampilova, de la Universidad Carolina de Praga.

África

África es otro punto extraño en este relato. Ya en febrero de este año, antes de que se declarara la pandemia, los expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) temieron que su expansión por el llamado continente negro se descontrolaría, alegando las deficiencias de su sistema sanitario y la falta de recursos. Se equivocaron de parte a parte, porque emplearon patrones europeos.

Mientras el virus galopaba por todo el mundo, los casos caían en África desde julio. ¿Por qué? Por la combinación de unas buenas medidas de salud pública y unos fuertes factores socio-medioambientales. Pero también porque la primera oleada del virus se ha comportado allí de otra forma distinta a Europa o América.A fecha de 11 de octubre, la cifra de muertos en toda África asciende a 38.396 y el de infectados a 1,5 millones. Sólo en España han fallecido 32.929 personas (861.000 infectados) y en Estados Unidos, 215.000 (7,8 millones de infectados).

«África ha tenido su propia epidemia… He trabajado muy de cerca con la epidemia en el Reino Unido y también en Europa y son diferentes. Tienen diferentes características», afirma el doctor Mark Woolhouse, director de TIBA (que en suajili significa «curar una infección»), un programa de investigación que trabaja en Ghana, Sudán, Kenia, Tanzania, Uganda, Zimbabue, Botsuana y Sudáfrica para extraer y compartir lecciones de las formas en que los diferentes sistemas de salud africanos abordan las enfermedades infecciosas.

Los datos confirman que la pandemia ha afectado en África principalmente a la población más joven. El 91% de las infecciones por COVID-19 en el área subsahariana ha afectado a gente menor de 60 años, y más del 80% de esos casos han sido asintomáticos, un porcentaje mucho más elevado que en otras zonas del globo. La juventud ha sido una gran ventaja. Cerca del 40% de la población africana tiene menos de 14 años.

El legado de otras enfermedadesAños de experiencia en pasadas epidemias, como la terrible del Ébola, también han contribuido a que la reacción africana haya sido más rápida y más ajustada a las capacidades y necesidades locales. La tendencia descendente de casos queda indudablemente vinculada a la adopción de medidas sanitarias robustas y decididas por los gobiernos africanos.

Además, la cultura africana integra más a las personas de la tercera edad que suelen vivir con sus familiares y mucho menos en centros geriátricos, convertidos en entornos extremadamente peligrosos. Los contagios entre la población de más edad han contribuido a aumentar el índice de letalidad en todo el mundo. Por ejemplo, en Estados Unidos, en un momento dado, uno de cada tres fallecimientos procedía de residencias de ancianos.

La movilidad reducida dentro del continente africano también ha ayudado a entorpecer la propagación del virus SARS-CoV-2 y bajar así su incidencia.

«Los factores para los bajos índices de transmisión y gravedad de la enfermedad incluyen, por ejemplo, una población más joven, una posible inmunidad inherente, la temperatura y la altitud [la geografía], una mejor respuesta de la población porque tenemos mucha experiencia con el Ébola y otras enfermedades», resume a la perfección el doctor Sam Okuonzi, presidente de la dirección del Hospital de Arua, en Uganda.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN