Negociar para recuperar un rehén en manos de terroristas es un deber para muchos gobiernos. Para Francia, siempre ha representado, además, una oportunidad para que sus presidentes saquen provecho propagandístico.
El caso del último rehén francés que recobra la libertad después de cuatro años de secuestro se ha convertido en un fiasco para el presidente Emmanuel Macron y su gobierno. Como hicieron sus predecesores, el jefe del Estado se personó en el aeropuerto militar de Villacoublay para recibir a Sophie Petronin, de 75 años, con las cámaras de televisión en directo. Pero la escena de supuesta alegría y alborozo se convirtió esta vez en una fría acogida del jefe de Estado que, enseguida, quedó en un segundo plano, desbordado por los familiares de la protagonista.
Macron había sido avisado con seguridad, tras el debriefing de sus servicios de inteligencia, de que la rehén no iba a responder como otros en ocasiones anteriores. Sophie Petronin, en efecto, no tuvo ni una palabra de agradecimiento ni para el gobierno ni para las tropas francesas instaladas en Mali que han colaborado en su liberación. Es más, Petronin no quiso calificar a sus captores como terroristas ni yihadistas, para simplemente considerarles «miembros de un grupo de oposición».
200 islamistas libres y 10 millones de euros
La miembro de una ONG humanitaria afirmó ante unos periodistas perplejos que no debía de llamársele Sophie, puesto que ahora era Mariam, después de su conversión al islam. La organización que la ha mantenido retenida durante tres años, nueve meses y quince días para desesperación de su familia y preocupación de su gobierno es el llamado Grupo de apoyo al islam y a los musulmanes (Jamaat Nosra al-Islam wal Muslimin), uno de los componentes de la nebulosa de Al Qaida en el Sahel.
El estupor en Francia es mayúsculo cuando se van conociendo los detalles que han permitido la libertad de Petronin. Se habla, sin poder confirmarse, de una cantidad de diez millones de euros; una suma que no representa tanto como la otra parte del trato con los terroristas, es decir, la liberación de unos dos centenares de yihadistas que permanecían en las cárceles malienses.
La actitud de la liberada, que añadió haber pasado casi «cuatro años de relajación en los que durmió muy bien», ha enfurecido a muchos ciudadanos, que han tomado las redes sociales para denunciar que el Estado pague con dinero y acepte liberar a combatientes yihadistas que van a volver a enfrentarse a las tropas francesas, las cuales ya han perdido 50 soldados en los siete años que dura la operación francesa para frenar el terrorismo islamista en Mali y otros países limítrofes.
Entre los liberados destaca Mimi uld Baba, maliense de 33 años, responsable de atentados como el que costó la vida a 49 personas en Burkina Faso.
Enfrentamientos París-Washington
El acuerdo con los terroristas habría enfrentado, según informaciones de la prensa francesa, a París con Washington. Estados Unidos, un aliado indispensable para las tropas francesas en esa parte de África, se opuso firmemente a la liberación de ciertos individuos incluidos en el canje.
El acuerdo entre Francia y los captores de Petronin pasaba también por el acuerdo con el gobierno de Mali, dirigido por una junta militar desde el pasado verano.
Los nuevos dirigentes del país incluyeron en la transacción la libertad de un opositor al antiguo presidente de Mali, Ibrahim Bubacar Keita. Para ellos es una manera de demostrar a su pueblo que su gestión ha sido más efectiva que la de sus predecesores. Ello no ha impedido tampoco las críticas de otros políticos malienses que denuncian «la liberación de militantes que van a volver a combatirnos.»
El caso Petronin no podrá ser utilizado políticamente como lo fue la liberación de otros rehenes franceses en Mali, en El Líbano o en Colombia. La candidata a la presidencia de este último país, Ingrid Betancourt, que contaba también con pasaporte francés por vía matrimonial, provocó una auténtica fiesta en la pista del aeródromo de Villacoubley, adonde acudieron el entonces presidente Nicolas Sarkozy, su mujer, Carla Bruni y, entre muchos otros, el ministro francés de Exteriores, Bernard Kouchner.
Críticas a la acción militar francesa en África
François Hollande también «disfrutó» de rehenes liberados durante su presidencia, también en Mali, aunque con menos carga emocional que la que se vivió con Betancourt. Ahora, Emmanuel Macron debe hacer frente no solo a las críticas sobre el supuesto síndrome de Estocolmo del que hace gala Sophie Petronin, sino al endurecimiento de los argumentos de los militares y políticos franceses, que consideran que la operación antiyihadista francesa en el Sahel africano —denominada Barkhane— no tiene ningún sentido, al no contar, entre otras condiciones, con el apoyo de la Unión Europea.
Los aliados europeos de Francia prefieren defenderse de la amenaza islamista desde dentro de sus fronteras y se muestran reticentes a enviar soldados para participar en guerras que, también algunos, consideran como operaciones que solo favorecen los intereses estratégicos y económicos que mantiene París con los países que formaron parte de su pasado colonial en esa región de África.