SANTIAGO – Para Carlos Ruiz, sociólogo, académico de la Universidad de Chile y presidente de la Fundación Nodo XXI, algo fundamental que se vio en torno de la rebelión social de 2019, fue la constatación de la existencia de “un nuevo pueblo”, de una caracterización de la sociedad chilena que supera condiciones del siglo pasado. Ahí también, para él, estriba el desafío de la izquierda.
¿A un año de la revuelta social, cuáles serían factores fundamentales que dejó ese suceso? Entendiendo que esto no ha terminado, como dice un hashtag.
Una de las dimensiones más trascendentes del llamado estallido social, es que muestra en un estadio más maduro una sociedad que viene de una transformación neoliberal muy avanzada, de las más agudas a nivel planetario. Por lo tanto, abre una serie de conflictos, de actores, incluso de un tipo de individuo, que sobrepasa con creces, por un lado, al sistema de partidos, es una rebelión que no tiene oradores, banderas políticas que conocíamos. La rebelión la preside la bandera chilena de luto y la bandera del pueblo mapuche, sin ser necesariamente un conflicto puramente indígena. Obviamente eso le plantea temas a los partidos de izquierda, de lo que hay que hacerse cargo. Pero si algo sobrepasa ese estallido, particularmente, es la institucionalidad, es el esquema de democracia que se generó con los acuerdos de la transición. Sobrepasa con creces, atropella, desborda, al régimen político de la transición, a las formas de procesamiento de conflictos sociales, de control y dominación.
Esto es -está en un libro que publiqué- lo que llamo un nuevo pueblo. Se viene de una experiencia neoliberal que va a cumplir medio siglo, desde el desembarco de los Chicago Boys en 1975, cuando empiezan las privatizaciones a gran escala. Esta etapa del desarrollo capitalista es más larga que la anterior y llegó para quedarse. Y lo que hizo, entre otras cosas, fue una transformación de la estructura de clase, de las fuerzas productivas, en tanto modo capitalista. Esto interpela a hacerse cargo del nuevo mapa de la estructura de clase y a partir de esas nuevas modalidades de la lucha de clases. Sin embargo, seguimos en eso de las viejas bases sociales y de proyectos políticos, con la vieja clase obrera industrial a la cabeza, y su tipo de sujeto, sindical, y también con la vieja clase media desarrollista, de profesionales. Todo eso fue arrasado por la experiencia neoliberal y no precisamente para facilitar las cosas. Se trata de un cambio gigantesco en las condiciones de lucha, si lo pones en la jerga leninista.
Hace mucho tiempo que en Chile se está viviendo del cuento de que hay grandes mayorías políticas. No existen grandes mayorías políticas. El último gobierno de Michelle Bachelet salió con algo más del 24% del electorado posible, este gobierno también con un porcentaje similar. Esa es una larga caída de la adhesión política.
Mientras tanto, se iban enrielando conflictos. El 2006 fue el aviso desoído por la elite política, tanto del Sí como del No, que fue la rebelión de los pingüinos; por cierto, los jóvenes de hoy parece que no saben que hubo una rebelión de los pingüinos. El 2007 son los subcontratistas, y los medioambientalistas, que tuvieron una perspectiva contra el extractivismo y de defensa de los recursos naturales, no era en contra de la contaminación de los tubos de escape o de la ciudad. El conflicto de la educación el 2011, el crecimiento tremendo de los movimientos feministas. Llegamos a tener el 8 de marzo más grande toda América Latina. Todo esto, y lo que vino después, no precedido por banderas de los partidos, por cierto, tampoco del Frente Amplio que apareció como que podía llenar ese abismo entre política y sociedad. Tampoco están los viejos actores sociales organizados delante de esas manifestaciones, no están los sindicatos, las agrupaciones tradicionales, sino que es un enjambre de coordinadoras que apuntan a lo que son nuevas formas y nuevos individuos que existen en la sociedad. Son los emergentes movimientos y es un tipo de individuo en este modo del capitalismo.
Eso es lo trascendente que termina de poner encima de la mesa el 18 de octubre de 2019. Donde la diferencia con lo anterior, es que las protestas venían caminando por lo que los sociólogos definen como movimientos unicausales, es decir, eran demandas particulares, medioambientales, feministas, educativas, por pensiones, de los subcontratados. Y el 18 de octubre es la gran manifestación que no tiene ninguna demanda específica, puntual, que es lo que reclamaba Sebastián Piñera. Era todo junto. La gente salió por todo, fue creciendo, y no había algo definido, específico.
¿Eso quiere decir que desde octubre del año pasado se terminó de agotar la transición, finalmente se sobrepasó la transición, entramos a otro periodo de nuestra historia política?
La historia puede dar muchos giros. Pero de que las cosas están enrumbando hacia allá, están enrumbando hacia allá. Si me voy a la clásica distinción leninista, hay períodos de ascenso y periodos de descenso de la lucha de clases, obviamente que bajo esa perspectiva estaríamos en un periodo de ascenso. Yo lo llamaría la irrupción de un nuevo pueblo. Utilizo la noción de pueblo en el sentido clásico, de una forma histórica de las conciencias sociales que toman en su momento. Que no es el pueblo del siglo XX, de aquella clase obrera industrial, de esa clase media del profesional o el empleado público. Eso fue desmantelado por el neoliberalismo, esas condiciones sociales fueron desarticuladas. En su lugar, se plantó un nuevo tipo de trabajador, una nueva clase de profesionales que es difícil llamarlas clases medias, y un nuevo tipo de jóvenes, y todo eso explotó. Por eso no fue solo la rebelión de los pobres, sino que estalló toda esa zona gris creada por el neoliberalismo. El neoliberalismo no solo no creó nuevas clases medias, sino que destruyó las antiguas. Creó una zona de incertidumbre gigante y quienes creían insertarse en una nueva especie de clase media, cayeron en un hoyo donde eso no existe.
¿Te atreverías a bautizar, entonces, el nuevo periodo abierto en octubre de 2019?
Yo hablo del ascenso de un nuevo pueblo, de la irrupción de un nuevo pueblo. Mira, la noción de un nuevo pueblo es el tema. Lo de pueblo se utiliza, en la literatura, como una forma histórica de la conciencia que se elabora en un momento dado, que adopta una particular fisonomía. Y el pueblo es policlasista, están los pobres, los nuevos profesionales, la diversidad de la juventud. Por eso es que las marchas hoy llegan a ser de seis ceros, y sumadas en un momento son varios millones. Es una identidad genérica de pueblo y genera esa avalancha. Y la oligarquía es cierta élite del Sí y del No, que empezó a capturar un montón de funciones estatales que fueron transformadas en subsidios a formas de capitalización privada, sobre todo de los servicios públicos. Como todas las clínicas privadas que viven del gasto social estatal o las universidades privadas que viven de los boucher estatales de educación. Eso, por cierto, no es solo del periodo dictatorial, también hay responsabilidades posteriores. Por eso se dijo que no eran 30 pesos, sino 30 años. En esto opera también la restricción democrática. Por eso son importantes las luchas democráticas, de democratización. Y bueno, hemos visto que todo termina explotando.
Sí, explota, y, colocándolo en un cuadro simple, se habló de que la revuelta social tuvo que ver con el abuso y la desigualdad, que cruza a toda la sociedad. ¿Lo crees así?
Claro, pero hay que decir que el abuso y la desigualdad siempre han existido. Lo que pasa tiene que ver con la fisonomía que adopta el abuso y la desigualdad en el neoliberalismo avanzado que vivimos en Chile. No son las viejas desigualdades, que siguen existiendo, sino las nuevas formas de desigualdad que incorpora este modo capitalista. Por ejemplo, bajo un régimen que supuestamente alaba la competencia, se produce una inmensa concentración del ingreso, que revela que esa apertura a la competencia no existe y eso tiene que ver con el desarrollo de contradicciones en este modo capitalista y por lo tanto el tema es hacerse cargo de la nueva fase de desarrollo capitalista y las nuevas contradicciones que impone. Es ahí donde reacciona con más intensidad este nuevo individuo inserto en este neoliberalismo avanzado, sobre todo quienes son parte de la nueva geografía que desarrolló el capitalismo de ahora, no el anterior, aunque quedan todavía ciertas fracciones de aquello. En la izquierda lo que nos apura y nos interpela es este nuevo mapa social.
En todo esto, ¿qué pasa con el papel de los partidos? Porque surge la pregunta, quizá con una mirada tradicional, de ¿quién condujo la movilización, dónde estuvieron los partidos, quién convocó a toda esa protesta?
Tengo la impresión de que todavía la izquierda sigue más anclada en los remanentes de la vieja estructura social. Así es susceptible de asociarse más con los viejos organismos sociales, que obviamente existen, pero no dan cuenta de toda este nueva geografía. Mira, es que hay un individuo, un joven, que va al mall y va a la protesta, no tiene problema con eso, porque es propio de esta época. Es el que saca el 10% del fondo de las AFP y se compra un plasma, un televisor bueno, y dice ¿tienen derecho a eso sólo los que viven en Vitacura, cuál es el problema? Ese individuo, esas personas, están en la protesta. Como izquierda, deberíamos hacernos cargo de que una inmensa parte de ese mundo movilizado, que está fuera de esa organización más clásica, tiene una alta propensión a la movilización, pero todavía tiene una baja propensión a la asociatividad. Ese es un enorme desafío de los partidos, es lo que tiene que ver con tu pregunta y es algo que debemos empezar a discutir en la izquierda. El vínculo con este nuevo pueblo, que tiene una propensión muy alta a estallar. Acuérdate de los estallidos, las protestas, las movilizaciones en medio de la pandemia, la gente protestando en El Bosque, La Pintana, Peñalolén, Puente Alto y otras comunas y poblaciones. Y se está viendo en estos días. En los momentos más duros de la pandemia, la gente se movilizó. Mientras los privados seguían haciendo uso de los recursos del Estado y el Estado no respondía a la gente. Por lo tanto, el individuo tiene una desidentificación con el Estado, por eso, por ejemplo, el proyecto de la izquierda no puede ser solo llegar y ofrecer más Estado. Este individuo que te demanda derechos sociales, lo cual significa cierta protección estatal, al mismo tiempo te reclama más autonomía individual. Y la izquierda tiene cierta dificultad para lidiar con eso.
¿Qué pasa si ante eso te dicen que hay que ir a crear conciencia de clase?
Tengo la impresión que esto son procesos de formación de clase, los que están transcurriendo, pero cometemos un error en esperar que las fisonomías que adopten las clases sean las que conocíamos clásicamente en el siglo XX. Porque estamos en otra fase del desarrollo del capitalismo. No tengo una bola de cristal y prever exactamente cómo terminará esa fisonomía, pero como sea, se construye dialécticamente en el conflicto mismo. Entonces, ¿cómo será la nueva forma de la organicidad a que llegue este individuo? Un ejemplo. El trabajador actual es, entre otras cosas, un trabajador nómade, puede tener durante un año varios empleos, o durante el día dos empleos, puede en la mañana ser trabajador independiente y en la tarde dependiente. Y mucha de su actividad está fuera de los registros formales, estatales, ministeriales, sindicales. Creo que no encontramos un relato para esta nueva comunidad.
En definitiva, la revuelta mostró mucho, pero desafío mucho también.
Sí, entre otras cosas responder a esta nueva fisonomía que adopta el capitalismo, esta fisonomía neoliberal, en toda su extensión. Ese componente de nueva fisonomía estuvo presente en la rebelión de octubre, sin duda, con ese nuevo pueblo y a eso hay que responder. Por eso creo que hay que dar una discusión estratégica en estos momentos, más allá de los necesarios pasos tácticos. Y en eso, creo que es muy importante el proceso constituyente en que estamos, y cómo avanzamos en desarticular este modelo neoliberal, algo que será gradual, largo, continuo. En eso no es solo importante establecer lo que no quiero, sino también lo que quiero, y ahí entra el nuevo modelo de desarrollo. Ahí es donde la izquierda tiene que enfrentar una serie de horizontes y responder a lo que fue este llamado estallido. Ahora, por cierto, no hay ninguna explicación histórica a que no logremos ir unidos en este proceso constituyente y a los desafíos electorales que vienen. Mira, la relación entre alianza política y lucha social es fundamental. Eso nos interpela. Esto no es aritmética electoral, el acuerdo político y electoral debe tener contenido social, sino, se queda en una aritmética vacía. Y esa es la demanda que planteó este pueblo.
El tema de la violencia lo instaló como un eje el gobierno y la derecha. Inclusive por encima de la demanda social.
Hay varios factores. Uno, que en la medida que niegan el fenómeno social, la condición social que tiene la revuelta, que niegan la fuente de origen de este proceso social, el gobierno busca reducir eso a mentalidades conspirativas y busca detectar centros articuladores de esa violencia social, porque desconoce su sustrato, sus causas, sus orígenes. Trata de operar como si estuviese frente a los ciclos populares de los ochenta, que podía resolverlo con labores de Inteligencia, con ocupación policial y militar de la ciudad, con mucha represión. Por lo tanto, ante la revuelta, el gobierno sigue patinando en la más completa inefectividad. Porque la realidad es que no hay un centro articulador de la revuelta ni de lo que ocurra dentro de ella. Por eso estoy de acuerdo con lo que dijo Guillermo Teillier, de que se confunde, de manera intencionada, el tema de la violencia, con el derecho a la manifestación. Pero además, estos procesos de violencia venían sucediendo hace mucho tiempo, por ejemplo, en las poblaciones, en muchas comunas. La desigualdad brutal de la sociedad chilena hace rato que generó mucha violencia y había un silencio sobre eso. Yo mencioné a Tellier, pero de eso habló hace mucho Lucía Damert, y habló de la violencia en las poblaciones, en la sociedad. Ahora esa evidencia se tomó el centro de la escena, pero para un sector enorme de la sociedad esto no tiene nada de nuevo. El joven que lanzaron al río Mapocho, viene de Bajos de Mena, y ahí no hay farmacias, no hay servicios, no hay bancos, pero tampoco hay Comisaría. No es un caso aislado. No puede el gobierno y la derecha negar un fenómeno social reduciéndolo a una especie de intencionalidad de ciertos grupos políticos. Por lo tanto, el gobierno seguirá patinando en eso, y además reaccionando con una policía militarizada y sin capacidad de asumir otra concepción del orden público.
¿Todo lo desatado con la revuelta del 2019 y las movilizaciones de este año, va a seguir este año, el próximo?
Absolutamente. El “no lo vimos venir” lo critico, si estuvo el 2006 desoído por las elites, después 2007 y esos años con los subcontratistas y los medioambientalistas, las marchas en contra de las AFP, las expresiones del movimiento sindical, los pingüinos, las movilizaciones feministas; si antes del 18 de octubre hubo marchas de más de un millón de personas. Esto va a seguir. Ahora, el tema es que todo esto se funde en una amalgama gigantesca, masiva, y es otra gran prueba de que las formas de desigualdad no han desparecido y que, además, se agravaron con la pandemia. Está de retorno la vieja pobreza. Entramos a la pandemia con una distancia social y vamos a salir más desiguales. No olvidar que en la pandemia algunos vieron la posibilidad de usarla para ganar, como te decía, el uso del Estado por parte de las instituciones privadas de salud y de los bancos privados, para recibir subsidios, dinero, gracias a la pandemia. Imagínate que recursos para la gente, el gobierno decide ponerlos a través de la banca privada, le inyecta recursos. Mientras se discrimina a quienes se entrega y a quienes no, con familias que no tienen posibilidad de subsistir, e incluso que no pueden sostener las medidas sanitarias, entre otras cosas porque no pueden quedarse encerrados en las casas y hay que salir a trabajar. Bueno, y todo eso se viene a sumar a la irrupción del nuevo pueblo, y le termina de agregar motivos a la rebelión. Esto acelera la crisis del régimen político que se inaugura con la transición, y termina de caducar una forma vetusta de hacer política.