Bolivia ha hablado y ha dado un voto de confianza, sin rodeos, al candidato del proyecto progresista, indigenista y social.
El triunfo incontestable —en primera vuelta— del binomio formado por Luis Arce y David Choquehuanca representa un mensaje diáfano, alto y claro, de los ciudadanos bolivianos. Indica a la oligarquía empresarial boliviana y a la comunidad internacional que el Movimiento al Socialismo (MAS) no necesita ya a su máximo creador, Evo Morales, para seguir en la brecha y pelear para recuperar el pulso de la nación. El expresidente Morales continúa exiliado en Argentina, acusado de graves crímenes que suenan a fabricaciones producto de una batalla ideológica sin cuartel.
El país andino ha vivido once meses a la deriva, azotado por una grave crisis política e institucional. El caos lo representaba la interinidad nada democrática de una presidenta en funciones, Jeanine Áñez, a quien le venía grande un cargo que ostentaba gracias a un cúmulo de circunstancias insospechadas. Áñez era la tercera en la línea directiva de la Cámara de Senadores y finalmente terminó con la banda presidencial porque nadie quería probar un cáliz envenenado que era consecuencia directa de un golpe de Estado militar.
El golpe
En la asonada tuvo un papel destacado la Organización de Estados Americanos (OEA) y especialmente su embajador en EEUU, Carlos Trujillo. Según Mark Weisbrot, codirector del Centro de Investigación en Economía y Política (CEPR, por sus siglas en inglés), las denuncias sin pruebas de la OEA de que hubo fraude en las elecciones presidenciales del 20 de octubre de 2019 sirvieron de pretexto para activar las protestas callejeras contra Morales, manifestaciones que condujeron a la intervención de las Fuerzas Armadas. Weisbrot y otros estudios estadísticos especializados aseguran que no existen evidencias que respalden esas duras acusaciones.
«Las ruedas de la justicia avanzan demasiado despacio tras los golpes de Estado respaldados por Estados Unidos. Y el apoyo del gobierno de Trump ha sido obvio: la Casa Blanca promovió el relato del «fraude», y su declaración orwelliana después del golpe a Morales elogió el derrocamiento: «La salida de Morales preserva la democracia y allana el camino para que se escuche la voz del pueblo boliviano». Así se manifestó Weisbrot hace un mes en una tribuna publicada por el rotativo inglés The Guardian. Pues el pueblo boliviano ha hablado.
Si bien es cierto que Morales ya no era tan querido como antaño, esa creciente impopularidad no justificaba, en absoluto, la presión de los uniformados, quienes se saltaron la Constitución y le obligaron a dimitir, poniendo así a la democracia boliviana en un grave peligro.
El Gobierno de Áñez pasará a la historia como un momento ingrato y digno de caer en el olvido. Áñez, quien llegó a calificar de «satánicas» las ceremonias religiosas indígenas, advirtió en enero al electorado contra el regreso al poder de los «salvajes», una referencia claramente despectiva a los principales simpatizantes de Morales. Aunque dirigía un Ejecutivo provisional, los comicios tuvieron que ser pospuestos en tres ocasiones por culpa de la pandemia y su incompetencia. Durante su periodo de gestión, el país quedó sumido en el infierno de la represión política y la violencia racista ejercida desde el Estado.
Nadie puede negar que Morales redujo la pobreza del 38% al 17% en trece años (2005-2018), beneficiando primordialmente a los indígenas. Bajo su dirección, el país experimentó un crecimiento económico anual envidiable en toda Latinoamérica. Todavía es pronto para determinar si su etapa pública ha concluido o si se encuentra en un paréntesis forzado. Lo que resulta más que evidente, tras el contundente y sorpresivo resultado electoral, es que su herencia política sigue viva, más allá de su propio destino.
El MAS ha madurado y ha generado, después de intensos debates asamblearios y elecciones primarias, figuras robustas y respetables como el presidente electo Arce y el vicepresidente electo Choquehuanca, ambos dos pesos pesados del equipo ministerial de Morales. Fueron los que más tiempo permanecieron en su dilatada Administración.
Arce es el padre del «milagro económico» boliviano, basado en un modelo de desarrollo social comunitario productivo. Choquehuanca representa, por su lado, a las bases indígenas, sindicales y campesinas. El dúo se complementa a la perfección y tiene una oportunidad única. El MAS apostó, al final, por la experiencia y la veteranía de Arce y Choquehuanca y sacrificó a su peón más valorado, el joven Andrónico Rodríguez, quien con 31 años representa lo más granado del futuro generacional de esa formación política de izquierdas.
La nueva etapa
El país entra ahora en una nueva etapa política nada fácil y muy comprometida. Arce ha adoptado un relato moderado y conciliador, muy consciente de los enormes retos a los que debe enfrentarse casi de inmediato.
«Los bolivianos hemos recuperado la esperanza. Vamos a gobernar para todos los bolivianos. Vamos a construir un gobierno de unidad nacional. Vamos a reconducir el proceso de cambio sin odio. Y aprendiendo y superando nuestros errores como Movimiento al Socialismo», dijo con gesto solemne y rodeado por su gente.
El propio Morales respalda a Arce y ha admitido que no se hicieron bien algunas cosas. Quizás su mayor equivocación fue no haber reconocido su desgaste al frente del timón, no haberse apartado a tiempo del primer plano, sobre todo tras haber perdido un referéndum sobre su reelección que se celebró en 2016.
La campaña de Arce estuvo focalizada en la reactivación de la economía y en la recuperación de los logros sociales adquiridos por su predecesor. Sus objetivos, la generación de empleo de calidad y la reactivación del tejido productivo. El entorno pandémico le será muy poco propicio. También es presumible que Morales regrese de su exilio, aunque los tribunales le investigan por presuntos delitos de sedición y terrorismo. En ese escenario habrá que ver cuál es su papel y si interfiere o no en los primeros pasos de Arce.
El triunfo de la tesis «masistas» tiene un agradable sabor a justicia reparada, pero eso no debe ser la excusa para caer en la autocomplacencia o en los vicios del pasado. Bolivia necesita salir cuanto antes del sofoco de la corrupción, la represión y la parálisis.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Por Francisco Herranz – Ha desarrollado su carrera profesional en el diario El Mundo, donde ha sido corresponsal en Moscú (1991-1996), redactor jefe de Internacional y de Edición y editorialista, especialista en Europa del Este y colaborador en varias publicaciones especializadas, desde 2010 es profesor en el Máster en Periodismo-El Mundo de la Universidad San Pablo-CEU.